♪ One

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Narra Darcy:

El chófer se dirigió apresuradamente en dirección a mi puerta del coche, dignándose a abrírmela pese a que a penas se lo había solicitado por motivos obvios, creo que estoy lo suficientemente capacitada como para hacer esa serie de acciones de suma sencillez por mí misma, sin necesidad de contar con la ayuda de nadie.

-Gracias.- Le sonreí al hombre de bigotes decoloridos en un gesto cordial.

Mis pies aterrizaron sobre el suelo de Los Ángeles, uno tras otro. Al fin me hallaba fuera del vehículo mediante el cual nos transportamos para realizar este largo trayecto hasta alcanzar nuestro destino, el hotel Waldorf Astoria Beverly Hills.

La primera sensación que apoderó mi cuerpo fue el calor, un bochornoso calor acompañado de una humedad detestable que llegaba a filtrarse bajo mis prendas. Las gotas de sudor tomaban rienda suelta para recorrer todo centímetro de mi cuerpo, y por más de realizar mi mayor intento por agitar mis manos para crear una débil corriente de aire, este gesto resultaba inútil.

Pero es curioso que aún no me había percatado de la inmensa construcción que se hallaba frente a mí hasta este mismo momento.

Quedé maravillada ante la belleza que caracterizaba la estética de este prestigioso hotel donde me hospedaría las siguientes cuatro noches.

Sobre esta construcción basada en pilares y vigas resaltaba el reflejo producido por las cristaleras opacas que lo recubrían, las cuales eran a su vez acompañadas por balcones blancos. La estructura de la misma contaba con una forma peculiar, imitando la forma de la proa de un barco; estrecha y acabada en punta desde la parte frontal y comenzaba a ensancharse a medida que el espectador perseguía la longitud del edificio con su mirada.

El area abarcaba también una serie de objetos decorativos adicionales que le proporcionaban un aire muy sofisticado, pero sin resultar excesivamente recargado.

Una fuente redonda de un tamaño considerable consistía el centro de la plaza que daba a la puerta principal del hotel, un...

-Cierre la boca o le entrarán moscas, señorita- me interrumpió la áspera voz del conductor anciano, quién había desatado después en una carcajada.

-Disculpe- reconocí avergonzada.

Sí, cierto es que hasta ahora no me había dado cuenta de que tanto mis ojos como mis labios se encontraban bien abiertos, fascinados ante la escena que tenía lugar frente a sus ojos.

Una vez que el chófer cargó con mis maletas, nos dirigimos a la recepción del hotel cruzando por la puerta de entrada.

Sí el exterior ya me parecía digno de admiración, la belleza del interior lograba fascinarme aún más.

Todo era blanco, de un blanco impoluto que derrochaba pureza, constituido por estas paredes de mármol.

Pero aquello no era lo más sorprendente.

Una araña de colosal tamaño colgaba en el centro de la sala, los violentos destellos de luz que esta emitía eran reflejados nítidamente sobre aquel fondo tan claro que componían estas cuatro paredes.

Todo a mi alrededor resultaba armónico, divino, hermoso... cómo si las manos de la mismísima Afrodita hubiesen moldeado el conjunto de la estructura.

El chófer, quién a su vez parecía ser uno de mis asistentes le pidió al recepcionista la tarjeta correspondiente a mi habitación, y una vez que el hombre joven y trajeado se la tendió, el anciano me la cedió a mí, ofreciéndome a su vez mis maletas.

-Que tenga un buen día, Señorita.-Aquellas fueron las últimas palabras del anciano antes de despedirse.

-Igualmente, gracias por todo.- Le agradecí, antes de caminar hasta mi habitación.

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