Mi rincón oscuro.

Recaída.

Tras más de un año sin el férreo dolor que sería la llave para nuevas puertas al desahogo, sin nuevas lágrimas para lograr la tinta que escribiría nuevas palabras, aquí me hayo.

Reviviendo, nostálgicamente satisfecho, el hecho de liberar en estas teclas la presión que oprime mi pecho.
Rozándolas con suavidad, para no partil el teclado, y las piernas que lo sostienen.
Acariciándolas, para no quebrarme los dedos con los que tanto daño he hecho en otras pantallas.

Lo peor de ser una persona tóxica, es que siempre quedarán restos de veneno en el recipiente putrefacto de tu alma, que lo agrietarán hasta que rebose por tus arterias, volviéndote más y más peligroso. 

Para el resto, y para ti.

Un círculo vicioso de gritos que hacen reventar tu cerebro; sesos que estallan por tus ojos y nariz, en formas líquidas y viscosas, aire recalentado que escapa entre tus dientes haciendo retumbar las paredes de tu caja torácica, de tu cueva, de tu cordura.
Y todo son cristales rotos sobre los que te empeñas en arrastrar tu cara; el maquillaje de la deformidad, la comodidad de una máscara que nunca te podrás quitar, la reconfortante tranquilidad que solo aquel escondrijo del que no escaparás puede ofrecerte.

Las voces, los sonidos, las ideas fatales que nunca llevaste a cabo.

Las probabilidades de un buen momento, las alternativas que suman, corriendo, escabulliéndose, asustadas de esta nueva forma de vida que no eres tú.

De esta nueva forma de destrucción masiva que siempre fuiste.

Y la misma canción, en bucle, cuya letra no tiene nada que ver contigo -siendo, por ello, perfecta-, para hundirte más en tu propia mierda, para infectar tus heridas con una mugrienta capa de enfermedad que ni el agua bendita podrá aclarar.

Letras que ya no hacen sentido, ojos que ya no saben reaccionar, una boca torcida que ha olvidado besar, un cuerpo dormido que ya no sabe actuar.

La vida, muriendo.

El camino erróneo.

Autoconsciencia.

Reflexión.

Bucle.

La última habitación desalojada de un motel en quiebra.