Decadencia.

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Mi vida es una rutina en forma de montaña rusa en la que solo sé bajar. Despacio, poco a poco, siendo consciente de mi decadencia observando un paisaje lúgubre cada vez más sombrío, que me envuelve en frío. Sin frenos, sin control, solo baches que crean la sensación de una emoción en forma de ilusión. Siento miedo cuando acelera y cuando se atasca. Descendiendo a no sé dónde, sufriendo mi disfrute y disfrutando mi sufrimiento. Siento dolor sangrando alegría y riendo penas. Llorando mis recuerdos como fotografías impresas en la transparencia de mis lágrimas frías. 

Muriendo y la vida perdiendo en una vida vacía que no es la mía, en una noche contínua odiando la luz del día. Como una marioneta cuya existencia es la vida real en la falsedad de las ataduras que me atrapan siendo controlada por unos hilos que, entre tambaleos y golpes, parecen llevarme a la nada. Solo hay oscuridad, incrustada hasta en la más brillante y molesta luz. Una oscuridad que me abraza y que me mata dándome vida, a mí, estando mi alma ya muerta. Y yo me pregunto: ¿dónde está el alma? La mía junto con mis ganas de seguir; perdida o desaparecida porque siempre ha sido una suicida que me deja ida. 

No puedo bajar de aquí, pues por mucho que desciendo nunca pasó cerca del suelo. Siempre que toco fondo, aumenta la profundidad y me caigo sin parar a un abismo que parece no tener final. Solo un atajo a los lados del vagón del que podría romper la seguridad y saltar. O volar, considerando la inmensa altura de la que bajo pareciendo subir. Acelerar hacia un vacío semejante al de mi interior, disolviéndome entre la bruma y la niebla que me abruma. Por mucho que me mueva sobre los raíles, no consigo avanzar. Quizás solo doy vueltas en línea recta, rasgando el silencio con mis gritos susurrados, y pensando en el deseo de no reflexionar. Abriendo los ojos para fantasear, y cerrándolos para soñar, luchando para de la realidad poder escapar.

Encerrada, sin embargo, en la jaula que es una montaña rusa tan solitaria como yo, abandonada en medio de la nada envuelta de todo lo malo y aislada de la felicidad que hay en las atracciones de los demás. No me ven. No quiero verlos. No quiero continuar. No quiero bajar. ¿Qué me queda? Dejarme llevar. No me importa a dónde, pues no me quedan fuerzas, ganas, ni motivos para luchar. Y, ¿contra qué pelear? ¿Contra el mal? Ya discuto bastante conmigo misma como para entrar en una guerra con mis demonios. A veces me gustaría tanto huír de mi, olvidando lo que soy y mi identidad... Descansar. Querer respirar. 

Mis cicatrices arden con el viento y nadie las puede curar. Querría que alguien me pudiera consolar, que alguien me quisiera ayudar. Pero en la mierda me suelo regocijar y lo suelo gozar. Hasta lo creo necesitar. 

Y cuando un rayo de luz y esperanza consigue atravesar y superar la oscuridad, para el óxido del vagón y de mi sangré iluminar, la melancolía me invade y nunca puedo terminar. Y, aunque yo ya esté acabada, tengo que perdurar.


Mi rincón oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora