10.- El palacio de los espectros

Magsimula sa umpisa
                                    

—Ah si, algo me contó. Me dijo que ese padrastro tuyo anda con terribles dolores en el cuerpo por culpa de una peculiar enfermedad —contestó el inmortal despreocupado. En ese momento Caleb tomó mi mano, de aquello dependía salvar al señor Encarni y entendí que estuviera nervioso.

—Si, y quisiera saber si tiene tiempo y voluntad para ayudarnos. Le estaríamos muy agradecidos.

—Bueno —dijo Nikkos llevándose una mano al mentón—, tiempo me sobra porque soy inmortal. Voluntad me falta, que de verdad no tengo el más mínimo deseo de ayudar a nadie que no me interese. —Para ese momento me sentí muy triste. Caleb apretó mi mano, lo miré de reojo y noté como sus ojos brillaban, como si estuviera conteniendo el llanto—. Pero Bruna es muy convincente, ¿saben? Deberías agradecerle, muchacho. Hemos hecho unas apuestas, y concluí que si te voy a ayudar a curar a tu padrastro solo para salirme con la mía. No sabes, chico, llevo diez años intentando acostarme con ella y hasta ahora...

—Cállate, Nikkos. No es necesario que se enteren de la intimidad de uno —dijo de pronto Bruna.

La inmortal se la había pasado en silencio todo el rato y solo intervino cuando el inmortal llegó a ese punto. Sin querer enrojecí, había visto muchas cosas en oriente, y experimentado también, pero hablar con tanta libertad de cosas tan íntimas me seguía avergonzando.

—Yo no entiendo qué quiere —continuó Nikkos como si nada, hasta sonreía de lado como si eso fuera una broma—. No es justo tener una hermana inmortal tan bella y no poder pasarla bien. Esta apóstata no quiere entender que amar es libertad y compartir, que los placeres del cuerpo nada tienen que ver con los sentimientos del alma. Insiste en serle fiel al caballero ese, qué  perturbador. La fidelidad es una cosa peligrosa que se han inventado los humanos, eso tiene que desaparecer algún día por el bien de todos.

—Estás llegando demasiado lejos con tus comentarios que nadie pidió —le dijo Bruna, molesta. Para ese punto hasta Caleb había enrojecido. Creo que ambos habíamos entendido que para que Nikkos acepte ayudarnos, Bruna tuvo que prometerle otro tipo de placeres.

—Como sea, la cuestión es que voy a buscar entre todos los tratados que he escrito, y espero tener por aquí la cura para ese hombre —le dijo a Caleb, cosa que a él lo hizo respirar con tranquilidad al fin.

—Muchas gracias, inmortal Nikkos —dijo Caleb con mucha sinceridad. Él solo asintió como restando importancia.

La charla con Nikkos resultó extraña, el inmortal es un tipo apuesto y despreocupado al que quizá no le importamos lo suficiente. 

Por su parte, encontré a Isethnofret agradable. A Caleb casi no le dirigía la palabra, en realidad apenas miraba o hablaba con los hombres que la rodeaban. En cambio, se mostró agradable conmigo, procuró no usar mucho su encantamiento para no nublarme el juicio, y me escuchaba con atención cuando respondía a sus preguntas sobre mi tierra natal. No diré que me gustó más que Actea, pero no puedo decir nada en contra de ella. Aunque también tengo que cuidarme, en realidad me tengo que cuidar de todos los inmortales y no confiar en nadie.

Bruna fue la primera que me lo dijo.

—A Iseth le atraen las mujeres —me explicó—. Si le gustas, encontrará una manera de llevarte a su lecho. Así que no le des mucha confianza, Jehane. Te lo digo en serio.

Aún desconfio de aquello, me resultó confuso eso de que una mujer pudiera "llevarme a su lecho", cuando recordé el coqueteo descarado de Actea en Antioquia y pensé que quizá Bruna sí tenía razón.

Creo que Caleb y yo hemos llamado la atención de los inmortales pues hace mucho no ven gente como nosotros. Solo puede ser eso, no me considero una beldad como para que de pronto me deseen. Pero Caleb dice que si no nos cuidamos cualquiera de los dos acabará en camas ajenas. Y que quizá no será nada bonito.

Los diarios de Jehane de CabaretTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon