28. Un refugio tras la tormenta

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Llueve, hace frío. Estoy tirado contra una persiana, llorando. Lo busqué por toda la ciudad, lo llamé una y otra vez a su celular, pero nunca contestó. ¿Dónde está? ¿Por qué me hace esto? Solo puedo seguir caminando en medio de la lluvia. Perderme entre las calles, dejarme llevar por el viento.

Abro los ojos y encuentro una pared. Giro rápido en la cama y lo veo durmiendo de espaldas a mí. Es Nico... Está acá, conmigo. De espaldas a mí. Menos mal... Poco a poco, recuerdo todo lo que pasó ayer y siento un alivio inmenso.

Empiezo a acariciarlo. Se estremece apenas, despertando. Después gira la cabeza con solo uno de sus ojos abierto.

—Hola... —dice, estirando los brazos.

Lleva el cuerpo hacia atrás, presionándose contra mi entrepierna. Lo abrazo fuerte y me quedo dándole besos en el cachete.

—Fran... aflojá. ¡Me estás ahogando!

—Perdón —No quiero dejarlo ir—. Te voy a preparar algo para comer... Es tarde, estamos pasados de la hora del desayuno —le comento, tras mirar la hora en mi celular—. Por suerte, nos dieron dos días por enfermedad en el trabajo. Karina sí se reincorpora hoy.

Nico se pone boca arriba y se queda mirando el vacío. Después, se tapa hasta la cabeza.

—¿Qué te pasa?

—No tengo fuerzas.

—Nico... —le destapo—. ¿Tenés miedo?

—Sí. ¿Dónde voy a vivir? No puedo volver con Daiana, tampoco a la casa de mi vieja después de este lío...

—Te venís acá el tiempo que necesites.

—Es muy pronto. No podemos arriesgarnos a que... no quiero que... Es muy pronto.

—Ya sé. Pero no te voy a dejar en banda si tus viejos no te aceptan. —Le acaricio el pelo—. Te voy a apoyar hasta que puedas conseguir algo.

—Gracias...

Le doy un beso en la frente.

—Descansá un rato más. Me voy a hacer la comida.

Me visto y salgo del cuarto. Una vez en la cocina, armo unos sánguches de jamón y queso y los pongo en el horno. Mientras se calientan, preparo unos huevos revueltos. Siento la presencia de Nico a mis espaldas y giro hacia él, que está apoyado en el marco de la puerta.

—Qué rico aroma...

—Cocinar, la técnica infalible para sacar de la cama a un dormilón —le digo y se ríe.

Me da mucha ternura verlo con una remera mía, que le queda enorme, y sus bóxers a rayas blancas y violetas. Se enrula el bigote, todavía cruzado de brazos. Además, se calzó mis chancletas. Su mirada, que se había encendido viendo lo que estaba cocinando, vuelve a apagarse.

—¿Qué te pasa? —pregunto, mientras pongo los huevos revueltos en dos platos. Saco el jugo de la heladera, unos vasos y lo acomodo todo en la mesa.

Se sienta.

—¿Qué hago? ¿Llamo a mi mamá?

—Si es lo que sentís, dale...

Suspira, nervioso, y se lleva las manos a la cabeza.

—Seguro se quedó preocupada. Más que nada porque estoy sin celular y no sabe dónde dormí. Ayer me fui a la mierda cuando se puso histérica. Debe estar llamando a todo el mundo... Mi papá es un forro, pero ella... quizás lo entiende. Creo que estaba más conmocionada que otra cosa.

—Calma, Nico. Vestite primero, que hace mucho frío.

—Dale.

Se va al cuarto. Vuelvo a la cocina y apago el fuego de la hornalla, porque la pava se puso a chillar, y preparo café instantáneo para los dos. Saco los sánguches del horno, que ya están tostados, con el queso derretido. Vuelvo a la mesa con las cosas.

La maldición de mi ex (Te rescataré del Infierno 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora