31: Recuerdos de un amor roto. Parte 2

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***

Desperté primero. Salí desnudo del cuarto y caminé por el living. El sol de la mañana entraba por la ventana que daba a la calle. Estaba por empezar el otoño; el calor había aflojado un poco y todavía no se sentían fríos crudos del invierno. Sonreí al ver el cielo despejado; iba a ser un día hermoso.

Me llamó la atención un mueble con muñecos de superhéroes y tomos de historietas. Estaba por ir hacia la cocina, cuando noté una mesita con una pequeña estatua de Buda y una caja frente a ella, ambas rodeadas por cristales. Me aproximé para verlas mejor. La caja era de un mazo de Tarot.

Acerqué una mano a la estatua, pero me detuve antes de tocarla, al percibir una vibración casi eléctrica en el aire.

Me encogí de hombros y fui a la cocina a preparar el desayuno. Puse a calentar el agua para el mate. Después coloqué el termo y el pocillo en una bandeja con galletitas, queso y mermelada que encontré en la heladera, y fui hasta a la cama.

—Despertate, dormilón —le dije, mientras levantaba la persiana.

—Hola... —Se incorporó y vio la bandeja a su lado—. Preparaste el desayuno... gracias. —Sonrió.

Lo besé en el cachete

—Anoche... Fue increíble. No solo el sexo. Pude sentirte... Era como una energía que salía de vos, tan potente y linda —confesé.

—Yo también lo pasé muy bien y pude sentirte; emitías unas ondas calientes, que atravesaban mi cuerpo...

—Qué loco. También vi un fuego transparente que se tiñó de colores —continúo—. ¿Qué fue eso? Nunca me pasó algo así.

—Nuestras auras —contestó—. Nuestra energía vital. Ya estoy acostumbrado a verla, pero la primera vez que distinguí un brillo alrededor de las personas me asusté.

—¿Cuándo empezaste a ver las auras?

—Desde que empecé a meditar.

—Tenés un altar. —Señalé hacia el living—. Yo no hago nada de eso, solo.... Lo siento acá. —Me llevé una mano al pecho. Después, me incliné a besarlo—. Qué bueno que te pedí amistad en Facebook... algo me dijo que tenías buena vibra.

Se rio. Esa tarde fuimos al parque y a la feria de artesanos de su barrio. A la noche, volvimos a hacer el amor y a dormir juntos. Me fui porque me tocaba trabajar y tenía que pasar antes por casa para ponerle comida a Buffy. Solo le había dejado lo suficiente para unos días.

Desde entonces, Jonathan y yo no nos separamos más. Nos unía una fuerza increíble y sentíamos que ya nos conocíamos. Noches de películas en casa o salidas al cine, tardes tomando cerveza en su balcón. Íbamos a ferias de cómics y anime donde nos regalábamos stickers, prints de dibujos de artistas y a veces muñecos. Vimos a un par de escritores autopublicados que vendían sus libros y yo lo animaba a hacer lo mismo con sus cuentos y novelas.

Una vez, mientras recorríamos una feria medieval, Jonathan me tomó de la mano. Me solté enseguida y miré a los costados, nervioso.

—Perdoname —me dijo—. Es la costumbre. Mis otros novios no tenían problema. Entiendo si a vos te molesta.

Sonrió, amable, pero noté que la luz abandonaba su mirada. Asentí y seguimos caminando. Me había pasado lo mismo hacía ocho años, cuando cursaba en el ISER y salía con Tobías. Las primeras veces me había entendido, pero después se cansó de mí. No iba a permitir que sucediera lo mismo con Jonathan. Sin embargo, aquella vez no dije nada. Terminamos tomando cerveza artesanal y dormimos en mi casa, con la gata acurrucada entre los dos.

La maldición de mi ex (Te rescataré del Infierno 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora