—Te está preguntando Ash... —levantó el brazo la pelinegra hacia él, indicándole que podía seguir con la explicación.

—Nada... —desvió la mirada, al apretar los puños.

—¿Nada?... ¿De qué está hablando Emilia, Ash?

—¿Le dices tú o le digo yo? —sonrió al levantar una ceja.

—¡Ya! —no bajaba el arma la entrenadora de Sylveon. —¿Qué? —movió el rostro en señal que necesitaba una respuesta. —¿Acaso creer que lo que sea que le hayas obligado a hacer va a separarnos?, Yo sé que contigo nada es gratis... —le mostró el anillo, que lucía en su mano de compromiso. —¿Fue por esto?...

—¿Entonces no te interesa?... ¿O si quieres saber? Con tanta palabrería barata que usas, no te entiendo... ¿Quieres saber cómo me lo tiré? No eres más que una mosca muerta...

—Palabras... es lo único que puedes inventar... siempre lo deseaste... ¿Crees que no lo sé? No es algo nuevo para mí... Pero lo que tú no sabes es la cantidad de veces que esta mosca muerta a estado con él de verdad, —volteó a verlo y jalándolo de la camisa lo besó de dos a tres veces con fuerza, para luego soltarlo. —¿Si viste quien tiene la palabra verdadera aquí? No me importa cuantas lo quieran, ¡Es mío! —movió con sentencia el arma.

El Campeón no pudo evitar sentirse extraño, ante tal acto. ¿En qué momento había pasado a ser el disputado?... y más aún... en qué momento aquella Serena...

"Te gustará la persona en la que me habré convertido."

Se había transformado en esa mujer ruda.

—Ahora voy a darte por fin tu merecido... —estaba por caminar hacia Emilia, cuando fue detenida por el Ketchum, al tomarla del brazo.

—No... No podemos seguir aquí, ella solamente nos está distrayendo, ¿Qué no te das cuenta?

—Ay que ternura... —se cruzó de brazos la actual reina.

—Suéltame... —Aunque frente a Emilia, tratara de disimular que lo que acababa de descubrir era algo que podía soportar, al mirarla a los ojos, se dio cuenta que estaba profundamente consternada. —La tengo que matar... la voy a matar...

¿Qué palabras eran esas?... Los ojos castaños temblaron al escucharla.

—¡Es qué no lo recuerdas! ¡Fue ella la que nos echó de nuestro apartamento! ¡Ella la que provocó mi accidente y mató a nuestro bebé! ¡Ella la que por ser la reina de Kalos se convirtió en el mismo demonio! —gritó desesperada, por lo que el campeón la rodeó por la espalda con los brazos.

—¡Cálmate! ¡Lo sé! ¡Lo sé demasiado! —la apretó con fuerza, por lo que la ex reina, bajó los brazos y con ellos la pistola.

—Es mejor que le hagas caso al bombón... no tienes idea con quién te estás metiendo. —La miró altiva Emilia.

—¡La que no tiene idea eres tú! —trató de zafarse nuevamente.

—Ah... no, pues, que miedo. —Se rio burlesca. —Deberías aceptar tu derrota y dejarme en paz... después de todo la que se va a quedar con todo soy yo... El reinado... tu marido... y por qué no... tu hijo —la miró cual la idea se le acabara de ocurrir y fuera magnífica. —Claro, sólo es cuestión de encontrar a la gata esa de pelos azules con la que se cobijó estos años... ya ves que no soy la única con la que se ha consolado. Y tú sufriendo como Magdalena el día a día... Pobre Serena, la verdad que ahora que lo pienso dudo mucho que él te merezca.

—Así no fueron las cosas... —trató de apelar Ash.

—¡A mi hijo ni lo menciones Perra!

—No creo que a Ash le haga gracia besar esa boquita tan sucia —sonrió triunfante, al ver el rostro desesperado de la artista.

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