Capítulo 48

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En multimedia: Colony House - This beautiful life.

Capítulo final. 






Recibí una noticia ayer; fue como dar por sentado el hecho de que los cobardes no se acabarán nunca. Eíza Singh consiguió una libertad que nadie puede explicarse. El fiscal a cargo alcanzó una orden de alejamiento e, insomne, descubrí que no le tenía miedo. Lo vi durante un careo; con él, me enfrenté a la peor de mis realidades. Sus facciones eran horriblemente parecidas a las de Nash. Sin embargo, el distanciamiento entre ambos era muy notorio.

Quizás logró evadir a la justicia —gracias al poder de su familia—, pero las sombras lo acabaron esta mañana. Uno de sus empleados lo encontró en su despacho, con un tiro de bala directo en su sien izquierda. Cuando Dary me lo contó, antes de marcharse a su trabajo, le llamé a mi madre para tranquilizarla.

Después comencé a preparar mi equipaje; me iba a mudar al departamento de Siloh y, como Sam estaba de visita para mi cumpleaños, que había sido hacía dos semanas, aprovechamos para vaciar la habitación en el campus (la que contenía cosas mías aún) y la que usé en la casa de renta de mamá.

Tomé otra decisión importante y eso fue mucho antes de saber lo ocurrido en la familia Singh. Por supuesto, los demás integrantes de tan oscuro seno de parientes, no se materializaron; logré ver a un par de hombres en las noticias locales: pero no dijeron mucho. No es un secreto para nadie que, luego de la muerte de un ser como Eíza, la comunidad entera se pregunta si debe sentir lástima o gusto. En mi caso, preferí quedarme en mitad de un sentimiento y otro.

Dudé de que un día pudiera saber lo que era amar realmente a una persona. Y, si de verdad amó a su hijo, su suicidio solo comprobó que nunca aceptó el daño que le hizo. Lo hubiera dicho en la corte; pero, en cambio, todo lo que dijo fue que yo había tenido la culpa; me llamó puta, ofrecida y un sinfín de cosas más para justificar el hecho de que quería tener a Nash como a un prisionero dentro de su vida.

La pena me embargó unos instantes, pero al siguiente escuché el aporreo de un puño sobre mi puerta. De inmediato, oí las voces de Sam y Siloh, que entraban con el resto de mis cosas; las iba acomodar en mi nueva habitación.

Después de todo, no iba a tomar el máster en California. Quería continuar pendiente en aquella universidad; tomaría los seminarios de verano y los que necesitaba para el doctorado; no se lo conté más que a Sam y Siloh: si Upsilon volvía a tomar entre sus garras a alguna chica becada, por mi cuenta corría que saliera a la luz.

Aida se unió a mí una mañana de enero; antes de que yo dejase Stiles Hall, me ofreció su palma para indicar que estaba de mi lado. La acepté de buena gana: de todos modos, su papá iba a ganar la gubernatura.

—Es todo, Penny —dijo Siloh, tras dejar una caja junto a la cama nueva.

Eché un vistazo hacia ellos. Sam iba vestido con desgarbo; acababa de llegar tan solo hacía seis horas. Su pelo estaba tan despeinado que no conseguí evitar reírme y aproximarme hasta él para estirar la mano, y pronto sujetar sus hebras entre mis dedos.

Se agachó, negando y evitó seguirme el juego. Su mirada auguraba una de sus pláticas serias —la verdad era que a Sam se le había dado siempre la seriedad, pero yo tardaba mucho en acostumbrarme a ella—. Se quitó el suéter, dejó a un lado un pañuelo y arrojó su móvil y su cartera sobre la cama —sin edredón.

Nasty (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora