Capítulo 21

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M: Ella Henderson - Yours.




—A mi madre le dará un infarto —respingó Sam, cuando salimos de la casa en la que se llevaba a cabo una fiesta.

Recientemente nos acabábamos de llevar una de las sorpresas más grandes de nuestra vida. A decir verdad, yo jamás me había detenido a pensar en los motivos por los cuales Siloh y Shon se habían vuelto tan... cercanas. Sí. Comían juntas, iban a la biblioteca juntas e incluso se marchaban los fines de semana a las playas cercanas.

La última vez, Sam y yo declinamos su invitación porque él también tenía muchísimos pendientes atorados. Gracias a los comportamientos de ambas muchachas, nos dimos cuenta de que el haberlas visto, besándose en la terraza, no tendría por qué parecer tan extraño.

Sam, con su rostro de piel apiñonada, mandíbula cuadrada, y unos ojos que provocaban escalofríos de inmediato, había decidido que no dijéramos que las habíamos visto. Así que salimos de la casa para buscar un lugar tranquilo y, llevándonos un par de bebidas aún en sus botellas, nos sentamos en el jardín trasero, sobre el césped.

—Pero tú eres su hermano, y la vas a apoyar, ¿no? —le dije.

Me encontraba muy al borde de las carcajadas. Porque estaba feliz. Ya me había dado cuenta de que Siloh tenía problemas de identidad, y el saber que quizás hubiera sido por eso, me hizo sentir plena, como si el descubrimiento y la ligereza fueran míos.

—Sí, por supuesto —admitió Samuel en un suspiro cargado de melancolía. Siloh era su única hermana, por lo que le di un voto de confianza mientras a él se le pasaba el shock—. Nunca me lo hubiera imaginado, sinceramente —confesó.

Me recorrí hasta quedar cerca de él y, al tiempo que le daba un trago a mi cerveza clara, intenté buscar las palabras correctas para decirle.

—El amor no conoce de razones lógicas —musité. La atención de Sam se volvió a mí. Apoyó las manos en el césped para poder recargar su cuerpo. Entonces, al mirarlo también, me fijé en su forma de estudiar mi postura. Por el calor que hacía, no íbamos vestidos con ropa muy amplia; yo, por ejemplo, traía puesta una blusa de tirantes que dejaba a la vista mis hombros—. No le busques explicación porque te va a doler la cabeza; créeme, ya traté.

—¿Por Nash? —preguntó él.

Miré el suelo y arranqué unas hebras del pasto. Cuando levanté la mirada hacia la casa, donde muchos de los invitados se habían esparcido alrededor de la piscina, hice un último esfuerzo por sacarme a Nash de la cabeza.

Era culpa de Sam que lo hubiera evocado, pero tenía que reconocer que la mayor parte de mi tiempo lo invertía en hacerme preguntas respecto a La Calamidad.

—A veces por él —dije—. A veces por otra persona.

Sentí el movimiento que hacía para aproximarse. Y también sentí cómo se me erizaban los vellos de los brazos y una sensación de electricidad se esparcía desde mi nuca, por toda mi columna vertebral. Sam depositó un beso en mi hombro desnudo, colocándose en la misma posición que yo.

Después de eso, cambió la conversación, y dijo—: ¿Qué clase de nombre es Shona?

Lo observé, entre estupefacta y divertida. Ya sabía que quería apartar mi mente del recuerdo lúgubre que nos envolvía si se tocaba el tema de la foto, de la foto de Cristin y de la personalidad contradictoria de Nash. Acabé con la vista en el cielo y luego me recosté en el pasto.

Estiré las piernas y me quedé con la mirada fija en el firmamento, que no tenía ninguna estrella.

—Es Juana, para los hispanohablantes, y Jane para nosotros —sonreí. Desde su lugar, Sam puso sus ojos en mí y torció una mueca—. De la cultura Gaélica.

—Alguien hizo su tarea, por lo visto —dijo él.

—Cuando la conocí también me pareció un nombre raro. Pero soy muy diligente, joven Mason. Lo investigué.

Él volvió a sonreír, pero en este instante dirigió la vista al frente. Y así se quedó por largos, largos minutos. Minutos en los que yo admiré la anchura de su espalda y lo estrecha que parecía su cintura encima de la camisa polo azul que traía puesta. Me percaté de algo mientras lo miraba: o era el muchacho más apuesto que hubiera conocido nunca, y brillante, además, o los efectos de la cerveza empezaban a nublarme el juicio.

—¿Sam? —lo llamé.

Él emitió una especie de gemido al tiempo que cambiaba de postura para poder mirarme directamente a la cara.

Al cabo de varios segundos, en lo que yo procesaba lo que estaba a punto de preguntar, no paré de ver cada uno de los detalles de su cara; la nariz afilada, los pómulos altos y las pestañas pobladas de color rubio cenizo, igual que su cabello que parecía un verdadero casco de miel.

Pestañeé una y otra vez. Tragué saliva, repitiéndome que el alcohol era mi peor enemigo. Pero también le agradecí el valor, porque mascullé—: ¿Te parezco patética? —Él frunció las cejas, contrariado por la pregunta. Me levanté no sin un poco más de esfuerzo, y él observó mis ojos cuando estuve frente a frente—. Por lo de Nash, quiero decir.

Su gesto se tornó sombrío y la expresión de su mirada cambió como si la hubiera abierto para que solo yo pudiera notar la respuesta. Esos días, su presencia se había incrementado poco a poco; al principio, me hablaba con delicadeza, sencillo y calculador; tal vez quería comprobar qué tan decepcionada estaba de él.

Lo intenté, pero no pude mantenerme molesta por mucho...

—Creo que todos tenemos a un Nash en nuestras vidas, sin importar la preferencia sexual —dijo al fin—. Hay personas que construyen y otras que derruyen. Depende de ti cuál quieres ser.

—Entonces, ¿estoy derruida?

Él levantó la mano y me apretó la punta de la nariz.

—No sé. Tú dime —respondió.

—Estoy derruida, pero quiero reconstruirme —resoplé.

Me repantigué en el suelo de pasto otra vez. Escuché el leve sonido de la risa de Sam y entendí que mi edificio estaba en ruinas.

—Me parece bien —añadió al recostarse a mi lado. Él también miró al cielo ennegrecido—. Pero que sea por ti. Por nadie más.

Se me encogió el corazón luego de sus palabras. Bajé la mano para buscar la suya, y mirándolo, vi que entrelazaba nuestros dedos. Su tacto no solo calmó al hambre de mi cuerpo, sino que se sintió como un analgésico para el dolor.

No un ancla. Un analgésico. Por eso no funcionaba para sanar todo: el efecto es pasajero. Igual que el dolor cuando la enfermedad se va para siempre.

Nasty (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora