Capítulo 45

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En multimedia: Canyon City - Flicker. 





Así son las heridas: un día —si no te matan— se cierran.

No quise abrir los ojos de nuevo. No mientras escuchaba los pasos, el movimiento de personas a mi alrededor; el sonido de un paramédico pidiendo utensilios para detener un sangrado; la voz temblorosa del que respondió que era demasiado tarde.

Ignoré mi realidad por varios minutos, al tiempo que alguien me palpaba el pulso y me movía el cuello para meterlo en un artefacto algodonoso. Gemí ante el toque de una mano fría y grande en mi muñeca fracturada y resentí el aliento de una persona cuando me levantaron para colocarme en lo que se sintió como una superficie metálica.

Las voces comenzaron a apagarse por fin con el traqueteo de unas llantas, de unos golpes sobre la madera y de más voces humanas. Entonces me permití parpadear, pero la luz me cegó. No reconocí el lugar que atravesaba el paramédico conmigo en la camilla. Estaba muy oscuro; mi mente, nublada por el dolor, reaccionó al levantón que le infringieron a la camilla para subirla a otro lugar.

Pronto, me vi rodeada de árboles, un cielo negro, sin estrellas, y la sensación aguda de que tenía abierto el tórax; era como si me estuvieran haciendo una autopsia. Viva. El sujeto que me indicó que iba a inmovilizarme la muñeca, trataba de no mirarme a los ojos. Aun así, vi que su ropa y sus guantes estaban manchados de sangre por doquier. .

Él... —gimoteé.

El agua se deslizó por mis mejillas.

—Tranquila. Vamos a bloquear el dolor —dijo la voz, evadiéndome.

—¿Dónde...? —insistí.

Traté de levantar la cabeza, pero me dolía, y el tipo de los guantes me apoyó la palma en la frente para regresarme a mi sitio. Con el collarín no pude resistirme mucho.

Lloré sin saber realmente cuál de todas era la razón correcta.

Ahora, no solo sentía que mi vida estaba lapidada; jamás me sacaría tan horridas imágenes de la mente. Jamás olvidaría a Nash y mucho menos el cómo me pidió que no viera. Si fue o no lo correcto (mirarlo a los ojos una última vez) ya no me importó.

Quería saber. Pero el paramédico no tenía intenciones de hacerme partícipe de nada. Lo comprobé cuando preparó una jeringa, me pinchó la vena en el brazo y presionó el émbolo.

—No sabemos qué cosa le han inyectado, pero esto disminuirá el dolor. Descanse. Ya todo acabó —murmuró.

Me dio la espalda.

Puse los ojos en el techo de la ambulancia y después cerré los ojos.

Dejándome invadir por las sombras de un sueño inevitable, me percaté de que lo peor estaba por venir; si no había bastado con que estuviera presente en algo que no habría querido ver jamás, las autoridades, el mundo, quizás mi familia, se encargarían de recordarme todo. Mi existencia seguiría rondada por la de Nash. Para siempre.

Un día, yo lo elegí a él para tomar una mala decisión. Fue algo totalmente inocente; sabía que sus modales eran diferentes de los míos y por eso me atreví: porque era novedoso y vigorizante; su talento para hacer que se me erizara la piel con solo susurrar un par de palabras; me provocó incertidumbre; luego, confundí toda esa experiencia con lo que es el amor.

Y puede que sí lo hubiera sido; algunas bacterias sirven para cultivarse y crear medicamentos.

Perdida en la inconsciencia, ajena a todo, me prometí que eso no volvería a sucederme. Mi lista de agradecimiento creció: gracias a Cristin, por enseñarme que se puede ser un villano, pero también una víctima; gracias a Eíza, por explicarme lo que se es capaz de hacer si tu mundo está distorsionado.

Sin embargo, fue a Nash a quien más le agradecí: por mostrarme que no importa el esfuerzo, podemos fingir lo que somos, pero desgraciadamente no le podemos ocultar al espejo lo que queremos ser. Un poeta, un genio, un romántico; el héroe de la damisela en apuros, el chico malo que se enamoró y cambió; el antagonista con pasado turbio que destruyó a tantas personas como a sí mismo.

Él tomó su decisión y yo supe, con su muerte, que esta vez era mi turno.  

Nasty (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora