Capítulo 38

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No me escribas. Aprendamos únicamente a morir en nosotros.

Siloh se puso de pie. Y Nash, ya que había repasado con minucia mi mano y la de Sam, levantó la mirada hacia mí. En sus ojos había ese particular dejo de nostalgia y contención; el esfuerzo que hacía por mostrarse igual que siempre, era más notorio que nunca. Yo quería decirle un par de cosas; quería confesarle que la vivida con él, había sido una etapa llena de descubrimiento para mí.

Si hubiera demostrado un poco de interés por ser sincero conmigo, tal vez... tal vez...

—¿Sucede algo en especial? —me obligué a decir.

Nash sonrió; sonrió como solo él sabía hacerlo.

Pero, ¿qué tipo de persona eres, por Dios?

Mi mente se inundó de recuerdos. Luego de pasarse la mano por el rostro y ponerse la libre en la cadera, dio un paso hacia mí. A Sam lo ignoró completamente; por eso, y quizás porque me enojaba muchísimo su aire de superioridad, levanté el mentón como si con ese movimiento pudiera decirle que su presencia no causaba más que emociones contrarias al gusto.

Sam me apretó los dedos; lo miré por el rabillo del ojo, consciente de que quería que nos marcháramos.

—Te quería devolver esto. —Nash se metió la mano al bolso del pantalón; cuando estiró el brazo y vi el teléfono que sostenía, sentí que los ácidos gástricos subían por toda mi garganta. Lo acepté, llena de curiosidad.

Tras examinar la pantalla y desplegar la de bloqueado, me di cuenta de que era el celular de mi madre.

—¿Cómo...? —balbuceé.

—Hay cosas que elegí no decirte sobre Cris —dijo, cruzándose de brazos—. Y no es que tenga intención de hacerlo ahora, pero me estoy viendo obligado a explicarte por qué ella, de pronto, quiere hacerte saber cosas sobre mí; cosas que, por supuesto, no te interesan en lo absoluto.

Al decir lo último, volvió a mirar mi mano entrelazada con la de Sam. Pero el regusto amargo de sus palabras no pasó desapercibido. La máscara de burla que había en su rostro me dejó en claro que aún creía que podía irrumpir en mi vida como la calamidad que era. Detrás de Nash, Siloh negó con la cabeza y sonrió.

Estaba tan incrédula como yo y, si lo conocía bien, como Sam. Aun así, no me moví de mi lugar ni hice ademán de tomar interés en Nash.

—Tienes razón —dije. Solté la mano de Sam, abrazándome de mí misma—. No me interesan tus asuntos con Cristin. Lo que sí me interesa y me tiene en ascuas, es que me ha estado enviando mensajes muy preocupantes.

—Es inofensiva —se rio la Calamidad; comenzó a caminar, pero se detuvo junto a mí—. ¿Estás segura de que no quieres escuchar lo que tengo que decirte? Puede que sea tu última oportunidad...

No tuve que mirar a Sam para saber que estaría observándome, a la espera de ver cuál sería mi reacción. No lo imité porque estaba muy decidida del paso que iba a dar.

Cuando me dio el libro, Nash me hizo creer que era un acto de nobleza por su parte; pero luego sacó a relucir otro de sus defectos: lo mucho que podía usar el poder de persuasión conmigo. Y es que siempre habrá una persona capaz de destruirte; lo que marca una diferencia es que a quien le entregas dicho privilegio; si es digno de ello, jamás va a usarlo en tu contra.

Nash, en cambio, había utilizado cada dato que tenía sobre mí.

—Solo quiero que sepas que me das pena —musité, muy bajo—. Y que siento mucho todo esto. De verdad.

Quería que solo él lo escuchara. Supe que Sam y Siloh también habían oído.

—Qué más da —dijo él.

—Si puedes hacer algo por Cristin, asegúrate de que no vuelva a molestarme —murmuré.

Nash torció una mueca, quizás era una sonrisa. De cualquier manera, sus siguientes palabras fueron como un puñetazo en mi estómago.

Contuve la respiración incluso antes de escucharle decir—: Me voy a asegurar de que no te moleste, pero créeme, no será por ayudarla a ella.

Había un tono despectivo en la forma en la que acababa de hablar. Lo seguí con la mirada mientras atravesaba el patio. Cuando lo perdí de vista, sentí la cálida mano de Sam que rodeaba mi antebrazo; llamó mi atención el que Siloh no estuviera recriminándome por mantener una conversación con el ente maligno que podía llegar a ser Nash.

No me importó que dijera algo con tanto peso en mí (como sí me hubiera importado dos años antes). No. Sentí que nunca en mi vida iba a despreciar a alguien tanto como a él; y no por el daño psicológico que me había infringido o las cosas que yo misma le permití, sino porque era consciente de que el estado de Cristin, también era su culpa.

—Un encanto como siempre —dijo Siloh a mis espaldas.

No me giré hasta que Sam me atrajo hasta sí y me levantó el mentón para que lo mirara. Lo hice. También estuve un poco enojada con él; por el pasado. Pero eso no me duraba mucho. A la fecha, Nash aún era el verdugo particular de Cristin. Si yo no hubiera elegido salir de ahí, quizás me encontraría igual o peor que ella.

Vaya que el golpe del destino fue directo a la cara.

—¿Cristin no tiene familia? —inquirí.

Sam abrió los ojos, impresionado.

Miró por encima de mí, y le hizo una seña a su hermana, que subió las escaleras y entró en el edificio.

—No puedes hacer nada y esto no es culpa tuya —dijo él, sujetando mi rostro con sus manos.

—Pues es evidente que ella no piensa lo mismo —me reí, nada divertida.

Los ojos de Sam estudiaron los rincones más cercanos de mi rostro; la sensación de su cercanía, la virilidad de su cuerpo y el calor que irradiaba al estar tan próximos, me ayudaron a despejar la mente.

Apreté los párpados para poder expurgar el sentimiento de responsabilidad que me había embargado.

—Porque no te das cuenta de que, lo que Nash hace nada más abrir la boca, es manipularte —susurró—. Deja de cuestionar tu vida de este modo. ¿Qué te diría Linda en este momento?

La mención de mi terapeuta me hizo sonreír.

Cuando pegué la frente al pecho de Sam, él me rodeó con sus brazos.

Aunque habíamos hablado durante este tiempo, el apego con él se sentía familiar.

Eso pasa si dejas las cosas a medias.

¿Me vas a invitar a salir más convencionalmente antes de irte o esperaremos otros dos años? —pregunté, levantando la cabeza.

Fue el turno de él para sonreír.

Bajó la vista a mi boca, pero no hizo ademán de acercarse ni de concertar una caricia más íntima; solo me liberó de su agarre, miró su reloj de pulsera y dijo—: Este fin de semana seguro. ¿Te llamo?

Empezó a retroceder; en cuanto se dio la vuelta, alejé la sonrisa de mi rostro. Me había llevado una decepción muy novedosa gracias a él.

Su hermana nunca se equivocaba: era demasiado lento a la hora de flirtear. 

Nasty (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora