Capítulo 26

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M: The Fray - How to save a life. 





Suzanne Watson era una mujer fría, pero era mi madre. Desde la muerte de papá, ya casi una década atrás, nadie le había preguntado nunca cómo se sentía. Tampoco yo. Tampoco comprendí ni su lucha ni sus silencios; tampoco me pregunté si extrañaba al que había sido el amor de su vida.

Actualmente, llevaba las riendas de sus monstruos interiores; cuidaba de mis intereses, aunque para mí fuera bastante frívolo el pensar que el dinero lo es todo. Tal vez no provee la felicidad, dijo mi tía Maggs, pero si se gana con trabajo duro, ¿por qué te vas a avergonzar por gastarlo?

Por primera vez en muchos años, abandoné el orgullo y me hice un ovillo en el sofá. Recargué la cabeza en el regazo de mi madre. Tenía las manos tibias y muy suaves; las sentí cuando me acarició la cara y me apartó los cabellos del rostro, porque lo llevaba suelto.

Y me permití llorar. No fue un llanto desgarrador, ni desconsolado, fueron lágrimas derramadas por el vacío de mi interior, por la ausencia de ese algo que había perdido y que quería recuperar.

La tarea no parecía fácil, pero en cuanto admití que necesitaba ayuda —aun cuando hacerlo resultaba extraño e inverosímil— mi madre me miró con un gesto de culpa. Más temprano, luego de recogerme en el campus, lo primero que le dije fue que la quería. Y era una de las pocas verdades que me quedaban.

Si bien no estaba de acuerdo con su manera de vivir, me había cansado de malinterpretar su valentía y juzgarla todo el tiempo. Me sentía avergonzada de que Shon (su madre era una mujer que permitía que sus hijos vivieran bajo las garras de su marido, un tipo alcohólico y violento) hubiera podido plantar frente a la vida con todas sus desgracias a cuestas.

—Si no quieres denunciar —dijo mamá, removiéndose en el sofá quizás porque se había cansado—, al menos deberías salirte del campus.

La casa de mi tía Margaret se encontraba en un fraccionamiento de lujo a las afueras de New Haven, por eso Daryel había vivido tres años en la residencia estudiantil de la que estaba provista la universidad. Mamá se quedaba con ella cada vez que venía de visita y concluyó que permanecería allí hasta que el ciclo escolar acabara.

No se lo agradecí porque de cierto modo sentía que los estaba metiendo en algo que solo yo podía reparar, pero de igual forma, tampoco me negué a que fungiera su papel de madre; luego de no haberlo usado en muchos años por completo.

—Él se va de la universidad este año —me excusé—. No tendría caso.

Él —replicó mi madre.

Probablemente se había cansado de que lo llamara de esa forma, pero delante de ella, no tenía valor para pronunciar su nombre. Lo había protegido con cerrojo dentro de mi corazón, a donde seguían anidados muchos de mis sentimientos para él. Sanos o no, continuaban allí y, hasta que el tiempo quisiera, permanecerían como un virus.

Mi primo entró en la sala con una bandeja; llevaba servidos vasos y tazas con té frío. Mi madre y yo lo adorábamos. Era una cosa que teníamos en común, pero que yo no había aceptado porque estaba ocupada juzgándola.

Nasty (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora