Capítulo 36

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M: Kelly Clarkson - Already gone. 




Estoy agradecida por muchas cosas. Por ejemplo, soy capaz de reírme de los chistes más estúpidos. Entiendo muy bien las materias más difíciles, y eso se lo debo al exhaustivo esfuerzo que hizo mi madre cuando se empeñó en que tomara cursos de verano durante la secundaria. También estoy agradecida por Daryel, porque no es mi hermano, pero sé que siempre seremos como tales.

Y estoy viva. Lo cual quiere decir que no hay nada que sea definitivo. No al menos en este momento...



Es un buen relato erótico —se rio Eíza.

Minutos atrás, al llegar hasta nosotros, había ido directo al grano; me mostró el diario, pero permanecí imperturbable —aparentando— detrás de Sam, que llevaba encima una careta de los mil demonios.

—Ya le dije que no me interesa —repetí—. Su hijo y yo no tenemos nada que ver.

—¿No?

El tipo enarcó una ceja.

Su mirada se desvió a espaldas de nosotros, a las puertas de mi edificio. Miré por encima del hombro, consciente de que el padre de la Calamidad había visto algo que acababa de llamar su atención. Tragué saliva en cuanto la figura de Nash apareció en el marco de madera; vestía pantalones negros y una camisa de botones.

Con la mirada llena de espurio, analizó la escena frente a sus ojos; no lo hizo como solía, siempre con aire de superioridad, sino que... sondeó el alrededor como si estuviera comprobando un pensamiento. Yo no me arredré al verlo; tal vez porque Sam estaba a mi lado, tal vez porque me di cuenta de que había ido a buscarme y por eso su padre estaba también aquí.

Una terrible sensación de déjà vu se cernió a mí apenas observé cómo él descendía por las escaleras. La mano de Sam, junto a mí, buscó mis dedos y los apretó quizás para darme un confort que no fui capaz de solicitarle, pero que sí necesitaba.

—Mañana voy a estar con Myers. —Eíza lo miró, desdeñoso. Sostuvo el diario en la mano izquierda. Pero Nash se limitó a escudriñar mi reacción.

—¿A eso viniste? —le pregunté.

—¿A qué más si no? —respondió él, ahora sí observándose con su padre.

Eíza hizo un mohín de disgusto y levantó la mano. Sam y yo comenzamos a caminar hacia la escalinata. Si no hubiera ocurrido esto, habría entrado en el edificio sin ningún problema, pero en esta ocasión decidí agregar a mi lista otra cosa por la cual estaba agradecida: mis amigos. Tenía muy buenos amigos. Incluida Shon, e incapaz de imaginar cómo lo había conseguido, me fijé en que mi círculo de amistades era muy leal.

Lo bastante como para hacerme sentir segura.

—No mires atrás —señaló Sam, al tiempo que empujaba la puerta.

Escuché los murmullos de las voces en los Singh, el dejo de furia contenida en la de Eíza y la exigencia de Nash porque no exagerara algo que ya no alcancé a oír. En el vestíbulo, cerré los ojos, aliviada, y me obligué a caminar con dirección a las escaleras.

—¿Nash le daría su diario? —inquirí.

Abrí la puerta de mi habitación. Sam dijo—: Lo que creo es que no le gustó para nada el que su hijo no sepa escribir otra cosa que líneas describiéndote. Y, si quieres que te sea sincero, me parece algo bastante perturbador. Romántico, pero perturbador.

Nasty (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora