PALLA 1 y 2

35 0 0
                                    

De

Vojne Mierstyyd


PALLA I.

Palla. Pal La. Recuerdo la primera vez que oí ese nombre, no hace mucho tiempo. Fue en el baile de los Relatos y Platos en una finca espléndida al oeste de Mir Corrup, a donde nos habían invitado, de forma inesperada, a mí y a otros iniciados del gremio de magos. A decir verdad, no deberíamos habernos extrañado tanto. Había pocas familias nobles en Mir Corrup -la región tuvo sus días felices cuando era el lugar de vacaciones de los ricos allá por la Segunda Era- y pensándolo bien, lo apropiado era que los hechiceros y los brujos estuvieran presentes en las fiestas sobrenaturales. No es que fuéramos algo demasiado exótico, simplemente éramos los estudiantes de un monasterio pequeño y nada exclusivo del gremio, pero, como decía, el resto de las opciones disponibles eran bastante penosas.

Durante casi un año, la única casa en la que había estado era la del gremio de magos de Mir Corrup que, aunque amplia, estaba bastante destartalada. Mis únicos compañeros eran el resto de iniciados, la mayoría de los cuales tan solo me toleraba, y los maestros, cuyo rencor por encontrarse en un gremio estancado provocaba interminables abusos.

La escuela de ilusión me atrajo de inmediato. El maestro que nos enseñaba me consideraba un alumno apto que se interesaba no solo por los hechizos de ciencia sino también por las bases filosóficas. Había algo en la idea de combar las imperceptibles energías de la luz, el sonido y la mente que me atraía. Las deslumbrantes escuelas de destrucción y alteración, las santas escuelas de restauración y conjuración, las prácticas escuelas de alquimia y encantamiento o la caótica escuela de misticismo no eran para mí. No, nunca me sentía tan bien como cuando transformaba objetos ordinarios gracias a un poco de magia y hacía que parecieran algo que no eran.

Hubiera requerido más imaginación de la que tenía para aplicar esa filosofía a mi monótona vida. Tras las clases de la mañana y antes de comenzar las de la tarde, nos encargaban realizar una tarea. La mía consistía en limpiar el estudio de los residentes del gremio que hubieran fallecido recientemente y clasificar sus desordenados libros de hechizos, encantamientos e incunables.

Era una actividad solitaria y tediosa. El maestro Tendixo era un coleccionista incurable de basura inservible, pero me reprendían cada vez que tiraba algo de mínimo valor. Poco a poco aprendí lo suficiente como para enviar cada una de las pertenencias al departamento apropiado: las pociones curativas a los maestros de restauración, los libros sobre fenómenos físicos a los maestros de alteración, las hierbas y los minerales a los alquimistas, las gemas de alma y los objetos vinculados a los encantadores. Después de uno de las entregas a los encantadores, salía sin que nadie me lo agradeciera, como era habitual, cuando el maestro Ilther me llamó.

"Chico", dijo el corpulento hombre dándome un objeto, "destruye esto".

Se trataba de un pequeño disco negro cubierto de runas con un anillo de gemas rojas y naranjas parecidas a huesos que rodeaban su exterior.

"Lo siento, maestro", tartamudeé, "creía que era algo que podría interesarle".

"Llévalo a la gran llama y destrúyelo", dijo estruendosamente dándome la espalda, "nunca lo has traído aquí".

Me picó la curiosidad, porque sabía qué era lo único que le haría reaccionar así: la nigromancia. Regresé a la habitación del maestro Tendixo y revolví sus notas buscando alguna referencia al disco. Por desgracia, la mayoría de sus apuntes estaban escritos en un extraño código que me fue imposible descifrar. Estaba tan fascinado con el misterio que casi llego tarde a la clase de encantamiento de por la tarde, impartida por el propio maestro Ilther.

La Biblioteca de Tamriel: OBLIVIONWhere stories live. Discover now