Me encogí de hombros, entretanto que sonreía. Siloh me sonrió de vuelta y me echó una mano encima para caminar a mi lado.

—No hay punto de comparación entre la paz que tu hermano me provoca y el parásito de sentimientos que me rumia últimamente —acepté. Entramos en el enorme edificio de dormitorios del campus. En la antesala, justo adonde había unas despachadoras de golosinas y refrescos, estaba Nasha con La chica azabache. Intenté no mirarlos, pero la congoja era demasiado fuerte, por lo que mantuve mi vista unos segundos hasta que la mirada de Nash se cruzó con la mía. De inmediato, su expresión se tornó gélida, incluso despectiva.

Era obvio que no le agradaba verme.

Me sentí una total estúpida; momentos atrás yo había estado compadeciéndome de ese sin vergüenza y ahora nuevamente sentía repugnancia. Solo porque se notaba que no le hacía nada de gracia tenerme en su rango de visión; como si tener que respirar el mismo aire que yo le causara asco.

—Se llama Shona —musitó Siloh, como si yo hubiera pedido explicación. No, más bien, como si hubiera leído mi mente—. Está dentro del círculo de estudio de Nash. Se supone que se va a graduar con honores —agregó ella.

Suspiré, restándole importancia a su comentario. Llegar a la habitación fue vivificante, pues dormir temprano era lo que quería. No le conté a Siloh lo que sabía sobre Nash; tal vez tampoco era necesario. Esa chica se enteraba de muchas cosas sin yo tener una bendita idea de su fuente.

Sam me había contado un par de chismes acerca de La calamidad también; ambas muy... confusas para mí. Había dicho que tenía problemas familiares y que mantenía una relación extrañamente posesiva con su padre, al que veía de vez en cuando y que se rumoraba mantenía nexos con la bazofia de todo Nueva Inglaterra.

—¿No estás celosa, entonces? —volvió a insistir Siloh.

Yo estaba de pie en el lavabo, lavándome los dientes. Negué con la cabeza y, poniendo a un lado mi cepillo de dientes, dije:

—Eres imposible. Tiene la fama que tiene por algo, ¿no crees? —aclaré. Ella me sonrió y yo bufé—: ¡Ya basta, Siloh! A veces puedes ser tan pesada, ¡Dios!

Se mofó enseguida de mi pequeño intento de insulto y posterior a eso se puso a mi lado frente al espejo.

—Pen... ¿qué pasa si te digo que Nash te mintió? —Arqueé una ceja. Siloh continuó observándome. Seguramente sabía algo que yo no.

Su sonrisa se ensanchó más y me colocó una mano en el hombro.

—Piénsatelo. ¿Qué más le da enseñar una fotografía? Eres una más, ¿no? —susurró.

Se fue para tirarse en su cama de un salto y enfundarse en un cobertor que su madre le había regalado en Navidad. Ella no lo sabía, pero la idea de que ese dichoso álbum existiera ya estaba más que cuestionada en mi mente. Descartarlo definitivamente no era una opción, considerarlo tal vez sí.

—Si no hace un álbum, ¿por qué demonios guarda mi foto? —pregunté.

Siloh argumentó que no tenía idea, que ella solo se había planteado esa información ya que, en un tiempo, no había visto a Nash rondar a otra. Esto me llevó a creer que estaba muy al pendiente de las reacciones e itinerarios del Monstruito. En realidad, no creía que me llevara a nada bueno plantearme la sola idea de imaginar que sus motivos eran otros que humillarme, utilizarme, hacerme caer bajo.

No me torturaría a mí misma al evocar sueños más que imposibles; que Nash no fuera... él.

—Ahora que te estás volviendo cercana a Sam, tal vez puedas sacarle algo —ironizó.

Nasty (A la venta en Amazon)Where stories live. Discover now