Prologo

6.2K 403 54
                                    


Cierro los ojos, tratando de ignorar lo que las voces susurran, es lo mismo que he escuchado desde hace meses, es algo que deseo ignorar y que, sin embargo, pareciera que todo el mundo insiste en recordarme en todo momento.

La guerra.

El problema que azota el mundo, dejando a su paso cada día un rastro de destrucción, muerte, dolor, desesperación, caos. Tras años de conflictos y roces, que poco a poco se extendieron a todas las regiones del oriente, ahora es una realidad. Los gobiernos trataron de crear cortinas de humo con eventos glamurosos, celebraciones absurdas, con tonterías a través de los medios de comunicación para ocultar a toda costa la verdad.

Eso no duró mucho tiempo.

Con las redes sociales como principal medio de comunicación, fue casi imposible ocultar los conflictos que rápidamente escalaron a terribles matanzas.

Después de eso, no tuvieron otra opción que admitir lo que ocurría. Ahora es un hecho. Han llegado ataques a este lado del mundo. A todas partes, en realidad.

Sentada en un banco de una pequeña plaza, observo las pocas personas que se permiten estar afuera. La tensión, pero sobre todo el miedo se puede percibir a pesar de la distancia a la que se encuentra el centro del conflicto. Aunque eso no es una garantía. Ya nada es seguro, nada está bien.

Yo soy la prueba más ferviente de ello. Estoy sola. Algo que no es metafórico.

«Te amamos», esas fueron las últimas palabras de mi hermano, antes de que la comunicación se cortara, antes de que se fueran, él, mis padres, mis dos pequeños sobrinos, todos. Lo que se supone sería un viaje de vacaciones, se convirtió en una pesadilla. La cual me ha dejado sola.

Un estúpido inconveniente en el trabajo me impidió viajar con ellos y ahora me encuentro aquí, sola, sin saber qué hacer, sin tener ganas de hacer algo. Pero no importa. Nada se compara con el dolor que siento en este momento. Espere 24 horas antes de confirmar mis perores temores. La llamada desesperada de mi hermano fue lo que denoto mis nervios y cuando la línea murió mis entrañas se retorcieron indicándome que lo tan temido había sucedido. Los estados del oriente comenzaron a responder los ataques que silenciosamente Estados Unidos había comenzado sin que el resto del mundo lo supiera. Ahora todo es caótico, todos se concentran en saber de qué lado conviene estar.

¿Esto es el fin?

Mi madre solía decir que Dios nos castigaría por no cambiar, pero no, Dios no lo hace somos nosotros, nosotros con nuestra avaricia, nosotros con nuestra estupidez. ¿Qué gana el mundo asesinando inocentes? ¿Qué ganan ellos? ¿Unos cuantos kilómetros de tierras desiertas, cubiertas de escombros, de cadáveres? ¿Lo vale? Las cosas que he visto no se comparan con las que pasaran aquí, porque tarde o temprano nos terminaran por alcanzar.

¿Es así como terminaremos?

Levanto la cabeza cuando un par de zapatos aparece en mi periferia. Sintiéndome un poco molesta con la persona que interrumpe mi momento de miseria, miro al desconocido que tiene una mirada extraña.

Parpadeo y me froto los ojos ante lo que veo, pensando que mi visión me engaña, él no puede tener unos ojos ligeramente rojizos. A menos que...

Me incorporo tambaleándome, apoyándome en el respaldo del banco, buscando poner algo de distancia. Nadie en sus 5 sentido tendría los ojos rojos. Es drogadicto.

Ladea su rostro, esbozando una sonrisa extraña. Mi instinto me hace considerar salir corriendo, pero es muy posible que me sujete, está demasiado cerca.

―Hueles bien ―dice con voz rasposa, dejando a la vista un par de colmillos que parecen demasiado grandes para ser reales―. Posiblemente sabes mejor.

La guardia (Saga la Donante #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora