-Hace tiempo que no hablamos –recalcó -. Y quisiera hacerlo, Sky. Quisiera… saber lo que ocurre dentro de tu cabeza. Necesito saber qué piensas.

-No es nada importante –mascullé -. No me está ocurriendo nada. Sabes que si así fuera te lo diría.

-Mira, sé lo cerrada que estás y que tal vez esto no te ayude en nada, pero quiero que sepas que siempre estaré aquí. No voy a dejarte caer; te prometo que siempre podrás contar conmigo. Guau, sí que suena cursi. Pero eso lo sabes, ¿no? ¿Sabes que nunca jamás te voy a hacer daño?

-Sí, Danny. Lo sé, y ya cuento contigo, probablemente más de lo que piensas.

La sonrisa rota se extendió por su rostro iluminando toda su cara, dándome la oportunidad de volver a ver al viejo Danny.

-Entonces, todo está bien –sonrió. “No, no lo está. Te necesito, Danny. Sácame de ésta”, sollocé en mi mente, con ansiedad. Lo necesitaba. Necesitaba a Alison, lo necesitaba a él, a Jake, a toda la gente que me inspiraba confianza. No estaba acostumbrada a nada de esto, joder, estoy tratando con una banda de asesinos y me he liado con uno, no sé qué quieren conmigo y estoy segura de que no me dejarán en paz. Ayúdenme, alguien… por favor.

-Claro –sonreí, mordiéndome la lengua. Entonces, me envolvió en un inesperado y cálido abrazo, apretándome entre sus brazos como cuando éramos niños. Siempre ha sido más alto y fornido que yo, y pareciera que me lleva largos años cuando ambos tenemos diecisiete. Y justo ahora me sentía como esa niña de ocho años que depende de todos. Quería gritarle lo que sentía sin que mi vida corriera peligro. Pero no podía.

-Creo que será mejor que me vaya a clases –frunció los labios. Y entonces comprendí, el pasillo se había quedado vacío.

-¡Llámame! –grité con ansiedad mientras se alejaba. ¡Cuánto me hubiera gustado que Danny Edge hubiera sido mi hermano! Un hermano de carne y hueso, de modo que pudiera tener cierto derecho sobre mí y entonces protegerme de todo lo que viniese. Me imaginé una vida perfecta en la cual yo le contaba todo lo sucedido en el último mes, y él me protegería; y sólo entonces me sentiría segura. Pero mientras viviera la vida que vivía, tendría que sobrellevar esto sola. Era mi mejor amigo. Siempre lo querría, pero eso nunca jamás sería suficiente.

Entré en mi casa de golpe para sentarme junto al teléfono y morderme las uñas.

-¿Cómo te ha ido en la escuela? –preguntó Amanda, mi madre.

-Sí –contesté, y luego de unos segundos sacudí la cabeza -. Quiero decir, bien.

Me estaba volviendo loca.

-¿Cómo estás?

-Bastante bien. Salí del consultorio muy temprano –sonrió.

-Genial.

-¿Y cómo estás tú?

-De maravilla –mentí. Mentí desde lo más profundo de mi sangre y mis huesos. Mentí deseando gritar la verdad.

-Oh, bien. Acércate para comer –masculló, y entonces comprendí que desde hace rato estaba sentada en la mesa con su plato por la mitad. Me levanté de la silla sin dejar de mirar el teléfono y me acomodé en la mesa, esbozando una sonrisa incómoda.

-¿Papá sigue en el trabajo? –inquirí, mientras tomaba con dificultad un sorbo de agua.

-Sí. Tiene muchas cosas que hacer –respondió, con tono neutro.

-Ah.

El almuerzo consistió en silencio absoluto, de parte de ambas. Sólo hubo unos comentarios sobre el clima y mi real necesidad –según los criterios de mi madre – de comprarme ropa, porque últimamente me estaba vistiendo como chico. Tragué con dificultad al recordar el olor de la camisa de Harry, y todavía lo sentía. Era tan… Harry. Hacía que me picara la nariz.

LostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora