Yo misma me arrepentía de haber actuado como una estúpida durante las últimas setenta y dos horas, porque mis habilidades de actriz eran toda una mierda. Gracias a eso me hallaba en la casa de un asesino.

-Creí que despertarías más tarde –musitó alguien. Desvié la vista de golpe hacia la puerta, temerosa de que fuese alguien que me re secuestrara de nuevo. Pero no. Era sólo Harry.

-No puedo dormir más… Entiéndeme –casi susurré. Tenía miedo de decir cualquier cosa, porque con facilidad podría hacer que Harry sacara su arma y disparara. Así de fáciles eran las cosas ahí. Pero me sorprendió, él asintió, cerrando la puerta con el pie.

-Sí, comprendo –concordó con voz serena -. Yo también me sentiría incómodo.

Asentí, convirtiendo mis labios en una línea. Al menos le quedaba un poco de sensatez.

Se quedó ahí parado, examinando la habitación como si no la conociera, con sus brazos cruzados sobre su pecho. No pude evitar detallarlo. Quien lo viera, nunca se imaginaría que era un asesino. Parecía más bien un modelo de champú. Y no podía negar que era muy sexy.

Se había remangado la chaqueta para lograr un tono despreocupado, para pasar desapercibido. Calzaba unos zapatos formales y caros, unos pantalones ajustados de color negro, y una camisa holgada en un tono blanco desvencijado. ¿Cómo coño podía ser eso un asesino, un secuestrador, un criminal? Además, ¿qué edad tenía? No pasaría de los diecinueve años, sólo dos más que yo.

-¿Cuándo me devolverás mi teléfono? –tuve que preguntar.

-Cuando te lleve de vuelta.

Resoplé. ¿Más tiempo?

-No te preocupes, será pronto. No quiero tenerte más aquí. La verdad es que eres un dolor en el culo –puso los ojos en blanco.

-¿Quiere decir que me iré hoy? –sonreí involuntariamente.

-Ahora.

-¿De verdad? –casi grité.

-Levántate, antes de que me arrepienta –me guiñó un ojo.

Me levanté de la cama de un salto y perseguí a Harry por todo el espacio hasta llegar al auto, donde revoloteé hasta que su mirada penetrante me obligó a subirme al auto. ¡Volvería a casa!

Conducía en silencio, mirando su reloj de vez en cuando, inquieto. Arqueando una ceja cuando no le gustaba una emisora, e inmediatamente la cambiaba. Lo miraba de reojo, detallándolo, pero también mantenía mi mente en el camino, no quería ser llevada a otro lado de nuevo, para ser amordazada y maltratada por tercera vez en menos de tres días.

-Tienes… una linda casa –mascullé, con la vista fija en mis piernas. Harry soltó una carcajada. Lo miré, confundida.

-Ésa no es mi casa –continuó riéndose -. ¿Tú crees que sería tan idiota como para llevarte a mi casa? La policía me descubriría en un santiamén, nena. Me verías tras las rejas.

Medité.

-Yo… No le diría nada… a nadie –lo miré, y él mantuvo su expresión alegre.

-A que irás corriendo con tu papi a decirle que te han secuestrado –dijo, divertido, mientras se reía otra vez.

-No es cierto… -respondí patéticamente -. ¿Por qué crees que lo haría?

-Cierto. Puedo matarte de lo contrario, nena –sonrió. Me estremecí hasta los huesos.

-No le diría nada a nadie de todas maneras –musité -. Me has sacado de un aprieto, pude morir en ese terreno baldío si no fuera porque me sacaste de ahí.

-Espera. ¿Me das las gracias por secuestrarte? –rió.

-No por secuestrarme –solté una risita lánguida -. Sólo por mantenerme a salvo.

Se enserió de inmediato.

-No te emociones. Lo hice porque te necesito viva. De lo contrario, no estuvieras hablándome ahora –me dijo, apretando el puño alrededor del volante. Tragué saliva. No podía pasar un segundo a su lado sin estar asustada.

-Bueno, pero gracias por dejarme ir al baño –añadí, levantando la vista para mirarlo otra vez.

Soltó una carcajada.

-Eres divertida, Skylar. Me gusta.

-Sí, bueno. Ayer me querías matar por eso, si mal no recuerdo.

-Compréndeme, nena, estaba estresado y tenía un rehén en mi auto –sonrió -. ¿De verdad te creíste que te iba a matar?

-Pues… Sí.

-Eres una niña muy ingenua –negó lentamente con la cabeza, como si fingiera decepción -. ¿Qué edad tienes?

-Diecisiete.

-Eso lo explica todo –sonrió -. A esa edad yo también era un estúpido. No te lamentes, pequeña.

-No me halagues tanto, que me abrumas –mascullé con ironía, volviendo mi vista hacia la ventana. Escuché una risita espectral y traviesa a mi lado izquierdo, y lo escuché murmurar algunas cosas, pero no pude escuchar muy bien qué había sido.

Conforme nos acercábamos a mi casa, el miedo me volvía a invadir. Había olvidado por completo el tema de que mis padres no me habían dado el permiso para ir a la fiesta de Jake, y que de seguro estarían esperándome para asesinarme. Si Harry no me había matado, mis padres se encargarían de eso. ¿Cómo iba a explicarles que llegué de la calle casi dos días después de mi desaparición? Además, yo sabía que si abría la boca, Harry me buscaría para matarme. Tenía que inventar una buena excusa al menos para poder volver a ver la luz del Sol alguna vez en mi vida, sin poner en riesgo mi vida.

Harry detuvo el auto a dos cuadras de mi casa, lo miré escéptica.

-Supongo que querías que te deje aquí –musitó -. A no ser de que quieras que tus padres te vean llegar con un asesino.

Asentí.

-Gracias por traerme –mascullé, llena de prisa.

Harry sacó mi teléfono celular del bolsillo de sus pantalones, y acarició la pantalla con sus níveos dedos, al tiempo que daba pequeños toques en la misma. Se escuchó un “beep” proveniente de su camiseta, y supuse entonces que era su celular. Y ya está. Tenía mi número.

Me extendió el teléfono con amabilidad, casi rozándome los dedos con su mano nívea.

-Aquí tienes –sonrió -. Puedes irte, pequeña. Estás libre.

-¿Me vas a llamar la próxima vez que quieras secuestrarme? –inquirí, guardándolo en mi bolsillo.

-Te llamaré para salir cuando me entere de que no estás castigada –me guiñó un ojo -. Ahora bájate, ¿quieres? Puedo arrepentirme en cualquier momento.

El miedo de ser tomada de nuevo me sacudió las venas, así que abrí la puerta del auto con rudeza y eché a correr en cuanto puse un pie fuera, cerrando la puerta del auto con el pie.

Vacilé en el momento en el cual tuve que girar la perilla de la entrada de la casa, cuando los fervientes e hirvientes en furia ojos de mis dos padres reunidos en la misma sala, me esperaban. Mi madre, con lágrimas en los ojos y el teléfono en la mano izquierda. Mi padre, sentado en el sillón con el periódico y un bolígrafo ocupando sus manos grandes. Se quitó los anteojos cuando me vio entrar de esa manera. “Mierda”.

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