En el colegio corre el rumor de que Seo Changbin mató a un estudiante en el verano del 2016, y que por asuntos de dinero aún sigue estudiando y no va a la cárcel.
Felix es nuevo en el colegio y se va adaptando lentamente a su nueva vida en Corea, bu...
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A veces me preguntaba si en mi próxima vida podría ser un ave majestuosa, cubierta de hermosas plumas, con la libertad de volar a donde quisiera, apreciando vistas que ningún ser humano podría desde un avión. Quería sentir la brisa en mi rostro, cerrar los ojos y simular una caída en una cascada, para luego remontar de manera asombrosa. Anhelaba con todas mis fuerzas poder ser libre.
Tengo 17 años y mi vida gira en torno al entorno escolar y a las pesadas expectativas de mis padres. A veces olvido cómo respirar y otras mi cabeza sufre un colapso total. Mis padres son profesionales en medicina, ambos médicos renombrados que apenas tienen tiempo para ver a su estresado hijo, descargando sobre él la presión de ser un estudiante sobresaliente. Siendo hijo único, muchas responsabilidades recaen sobre mí, incluyendo convertirme en un renombrado médico como ellos. El peso de no decepcionarlos crece cada día; no conozco la paz ni el tiempo libre que disfrutan otros estudiantes de mi edad. No conozco la libertad.
Desde pequeño he vivido en Australia, una cultura diferente a la que estoy viviendo ahora. Aunque a veces extraño el cálido ambiente de aquel país, en Corea siento que pertenezco. Mi vida en este nuevo país fue un gran cambio. Mis padres son originarios de Corea, pero por motivos laborales nos mudamos a Australia cuando era niño. La decisión de regresar al país de mis padres fue difícil, desde el cambio de escuela hasta el idioma; todo parecía una locura. Cuando recibí la noticia, lo primero que hice fue inscribirme en clases de coreano en línea, aprender lo básico y prepararme para las clases. No era un niño caprichoso; mis padres tampoco me permitirían hacer un escándalo por un capricho mío. No había excusa; habían estado lejos de la familia durante mucho tiempo y era hora de regresar.
Mi primera semana en Corea fue la más entretenida y divertida que recuerdo. Mis padres aprovecharon su tiempo libre para visitar lugares turísticos, lo que me permitió adaptarme al horario y al idioma, conversando con familiares y con los locales. A pesar de ese breve momento de felicidad, sabía que vendrían las responsabilidades. Mis padres ya estaban buscando universidades prestigiosas en medicina, animándome a no descuidar mis calificaciones, pero nunca escucharon lo que realmente quería.
"Eres muy inteligente, Felix."
"Eres nuestro mayor orgullo."
Y lo odiaba. Estaba cumpliendo sus sueños, no los míos. Esta no era mi vida; era su vida perfecta. Todo pesaba sobre mí; mi espalda dolía por cargar una gran cruz y, si caía, no habría manera de levantarme. Cualquier error era sinónimo de fracaso, y el fracaso no era una opción con mis padres. ¿Quién querría tener un hijo fracasado? Nadie.
Cada noche en Corea era un momento de reflexión, hasta que finalmente mis ojos se cerraban lentamente y caía en el sueño.
Al despertar, me di cuenta de que estaba solo en casa nuevamente. Mis padres ya habían salido temprano y seguramente me esperaba el desayuno frío de mi madre en la cocina. Después de ducharme rápidamente, calenté el desayuno en el microondas y me preparé para mi primer día de clases. Mi escuela no tenía uniforme, excepto en días especiales, pero ahora tenía que usarlo y no me sentía cómodo. El pantalón era incómodo y echaba de menos mis jeans. Además, la chaqueta era insoportable. No éramos abogados para vestir así. Al mirarme en el espejo, fruncí el ceño al ver el nudo de mi corbata horrible. Ojalá hubiera prestado más atención cuando mi padre me enseñaba cómo hacerlo.
