V e i n t i o c h o

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—¿Por qué aquí? —le pregunté tentada al ver que los gatos se lanzaban contra él para atacarlo.

—Problemas en casa —murmuró tras un momento—. Tranquila, solo me quedaré esta noche, las siguientes no molestaré.

Su tonada devastada contrastaba con los ágiles movimientos de su mano, la cual tenía en forma de garra para jugar con los mininos. Siempre admiré la faceta sincera y pasiva de Rust, su entrega hacia los gatos y en cómo, a pesar de estar sumergido hasta en la más angustiante euforia, enseñaba su lado más afable con ellos compartiendo un vínculo que yo no tenía con ellos. Claro, yo los cuidaba y jugaba de vez en cuando con ellos, pero él se ganaba todo su afecto e interés.

Dejé mi lado de madre celosa y busqué mi pijama. Me cambié de ropa en el punto ciego de la habitación, a espaldas, donde ojos azules de Rust no pudiesen ver. Sé que esto es absurdo en vista de lo que pasó entre nosotros antes de este sexto viaje y en este sexto viaje, pero quise mantenerme invicta de su mirada porque el peso de la culpa mitigaba en mi profundo ser.

Regresé a sentarme en la cama una vez que acabé de cambiarme. Rust no se armó de ganas de girar y mirarme, estaba bastante entusiasmado en agarrar a Crush en su mano sin que éste lo mordiera. Me quedé unos minutos perdida en mis pensamientos y me hallé sonriendo desde mi lado más enamorado. El golpe mental fue certero, tanto que me levanté, maldije y me pasé las manos por la cara como si me echara agua.

Ese letargo que llega sin percatarte es terrible, ¿verdad?

Una vez que me vi de regreso mi fracturada determinación de no caer en la enredada red de la ilusión, aclaré mi garganta para hablar:

—Mi cama es tu cama —le dije en un tono cortes y modulado—, yo iré a dormir al cuarto de mamá. —Así me giré hacia la puerta.

El lado macabro de Berty se despertó, acatando mis pies antes e impidiendo que continuara caminando. Alargué un grito de dolor cuando sus pequeñas (pero muy mortales) garras se enterraron en mi piel. Tuve que cubrirme la boca y luego agacharme para liberarme. Detrás Rust portaba una mascara de burla que me irritó más de lo debido.

—Buenas noches.

Renegando la cortesía despedida que la daba, retorné mi perfil hacia la puerta para dirigirme a la habitación de mamá, lo que no llegó a ocurrir. En lugar de ser atacada nuevamente por uno de los felinos, el mismo Rust me detuvo agarrando el pantalón de mi pijama, lo que provocó que la parte delantera de éste se resbalara por mis piernas y quedara en bragas.

—Geniaaal —expresó Rust, teniendo una excelente perspectiva de mi trasero.

—Tú, idiota, ¿qué haces?

—No quería que te fueras —admitió durante el trayecto que tardaba en subirme el pantalón—, lo de verte el culo fue suerte pura.

La expresión de satisfacción que adoptó tu rostro me hizo blanquear los ojos en un son pesimista. Me armé de una paciencia figurativa a la de cualquier madre tratando con su hijo.

—¿Para qué quieres que me quede?

—Podemos adelantar el trabajo del aniversario —argumentó con tranquilidad, arqueando sus cejas y arrugando su frente—, o podemos hablar. Estoy abierto a cualquier propuesta.

Un comentario con doble sentido, por supuesto. A éste le fue añadido la expresión indeseablemente sugerente que me puso los pelos de punta. No podía bajar la guardia, lo sabía, pero internamente formaba una disputa entre si debía marcharme como lo propuse antes o quedarme y perder ante mi voluntad.

Ganó la segunda, porque mi voluntad, al parecer, estaba ahí para ser doblegada siempre por lo que mis sentimientos y emociones querían.

—Bien, adelantemos el trabajo.

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