V e i n t i u n o

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Parte 1 (porque soy mala)

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Parte 1 (porque soy mala)



El calor que se introdujo desde la ventana del salón me abrazaba por la espalda. La melodía se escabullía entre los caballetes y nos seducía lentamente hacia el tentativo camino de la inspiración. Si prestabas atención, podías distinguir los pasos de la profesora Camus y las pinceladas de mis compañeros deslizándose por el bodegón. En el centro de la sala estaba puesta una mesa con una frutera encima. La profesora Camus —como los viajes anteriores— nos pidió hacer un dibujo y pintarlo al óleo, y aunque yo llevaba dibujando varias veces lo mismo, seguía sin perfeccionar mi patosa técnica.

Hubo un punto donde me cansé, decidí dejar mis intentos por hacer del bodegón una obra de arte y preferí invertir el resto de la hora en mi celular. Pero no sucedió, mi celular no estaba por ninguna parte.

Salí de la sala sin dar alguna explicación. Busqué mi celular con una desesperación que se alzaba más allá de la razón y desequilibraba cualquier pensamiento coherente, porque el deseo de encontrar mi celular lo pedía con tal fuerza que dolía. Pensaba en las consecuencias de mi descuido y más caía en un pozo lleno de desconsuelo. Partí a la recepción, lugar donde dejaban los objetos perdidos, pregunté con los conserjes, revisé en mi casillero y luego volví por sobre mis invisibles pisadas recordando lo que hice antes de ir a clases de Arte.

Me detuve justo en el lugar donde Claus me interceptó, de pie y con la impotencia llenando mis venas con la adrenalina misma. No pensé en lo que vendría después, simplemente actúe; partí a la sala de Música en busca de Gilbertson. Antes de golpear, tuve que calmarme, inspirar hondo, sin embargo, terminé golpeando como si dos perros furiosos me persiguieran. Dentro todo se calló, ya no se oía la voz del profesor de Música, solo era silencio. Una vez que abrió la puerta le expliqué que necesitaba (con urgencia) hablar con Claus.

El «señor Gilbertson, una señorita lo busca» dejó salir el lado más arrogante del sucesor de Monarquía. Su pomposo paso acabó frente a mí, entonces cerró la puerta a su espalda.

—¿Dónde está? —mi ímpetu no lo alertó, todo lo contrario, lucía como si gozara que lo agarrara de la corbata acariciando las ganas de ahorcarlo con ella.

—Justo frente a ti —respondió.

Tan arrogante... Con su grandilocuencia echaría plumas por la boca, era como una paloma con el pecho tan elevado. Terminé por molestarme más y jalé de su corbata otra vez, con mucha más fuerza. Creí que su ignorancia se limitaba a un sarcasmo muy elaborado, un plan malévolo de su parte. ¿Quién podía tener mi celular si no él? La cercanía repentina debía tener su trasfondo.

—Tú no —repuse—, mi celular. ¿Dónde lo tienes?

—Tranquila —pronunció en un tono suave, ya no existía ese semblante tan propio de un monarca y buscó la forma más sutil de que lo soltara—. Cariño, yo no tengo tu celular.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora