T r e c e

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#CapítuloPorMiCumple

#SíEstoyDeCumple :D

#SíEstoyDeCumple :D

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La misma tarde del miércoles, después de recordar que mamá no podría ir a buscarme a Sandberg a causa del excesivo nuevo proyecto en que trabajaba, volví a casa en la locomoción colectiva. Me sentía tan perdida en la ciudad que vívidas memorias sobre las primeras incursiones en mi habilidad se cruzaron por mis pensamientos.

Al enterarme de mi maldición tuve que experimentar muchas cosas para hacerla un fuerte en qué consolidar mis decisiones y viajes. Mis inicios con esta maldición no llegaron de la manera maravillosa que cuentan en los libros de ciencia ficción, películas o juegos. Adaptarme a este nuevo cambio produjo tantos errores como aprendizajes. Descubrí, por ejemplo, que tengo que esperar a que el día acabe para poder retroceder. Si quiero cambiar algo que pasó horas antes, no podré; sí o sí el día debe haber terminado. También descubrí que no puedo viajar con un simple gesto, como levantar mi mano, por ejemplo. Todo lo que necesito es mi celular y marcar la fecha en el calendario.

Volviendo a mi ajetreada tarde del miércoles, llegué a casa donde aparentemente las cosas andaban normales.

Aparentemente, porque los dos peludos gatitos no estaban allí para recibirme y abalanzarse sobre mis pies.

Dejé mi mochila sobre un sofá y subí las escaleras casi a tropezones. Tampoco llegaron en mi búsqueda una vez en el segundo piso. Avancé por el pasillo hacia la segunda puerta, mi habitación. Con una lentitud casi martirizante, giré el pomo y abrí, encontrando mi cama custodiada por un Rust durmiente y los dos felinos acurrucados a su lado.

La imagen provocó un suspiro que lo secundó una fotografía con mi celular. El chasquido de la cámara despertó a Crush, luego a su hermana. Acaricié a ambos y acerqué mi mano hacia la frente de Rust, que aún permanecía secuestrado en el mundo de los sueños.

Me detuve a pocos centímetros de que mis dedos rozaran su piel. En su lugar, procedí a despertarlo.

—¿Hace cuánto estás aquí?

—Desde que llegué —contestó, sentándose en la cama y acariciando a Berty.

Él de verdad lo hacía como si no fuese una respuesta obvia.

Antes de exigirle más explicaciones, se levantó de manera imponente, evidenciando la diferencia de estatura, y se posicionó frente a mí.

—Oí que amenazaste a mi hermana.

—¿Amenazarla? —repetí con tanta incredulidad que reí.

—Le diste a entender a base de intimidación que le harías algún mal a cambio de...

—Sé lo que significa amenazar, lo que no me calza es que digas que yo la amenacé. ¿Ella te lo dijo?

—¿Acaso importa? —espetó, tronando sus dedos. Ese gesto lo hacía como medio de intimidación. Sí, me intimidaba el hecho de que pudiese hacer sonar sus huesos y sonaran de manera tan horripilante. Me encogí de hombros queriendo ocultar la cabeza entre ellos—. No sé qué demonios sepas de nuestra madre, pero no vuelvas a amenazarla con eso.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora