V e i n t i c i n c o

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Por alguna razón, la imagen se ve horrible, pero bueno...

Por alguna razón, la imagen se ve horrible, pero bueno

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Describir a Claus Gilbertson es complicado; ese chico no solo resultó ser alguien con un ego sobrenatural, dueño de una discoteca y el sucesor de una banda que luchaba por ganarse los terrenos en Los Angeles. Gilbertson iba más allá de los parámetros de una persona común.

Por si lo preguntas y ahora estás cuestionando qué quiero decir, necesito aclarar que Claus era un humano corriente, pero con una percepción y observación envidiable. Capturaba los gestos de las personas detallando en ellos su comportamiento, estudiándolos para su propia conveniencia. De esta manera llegó a notar mi interés hacia Rust y también logró conseguir mi celular.

Aunque Claus no se mostraba como alguien que guardaba misterios y en apariencia se llevaba bien con los chicos de Sandberg, existía algo más allá del entendimiento al que se aferraba con fervor. Al principio creí que intentaba jugar conmigo, pero su voz se alzaba con convicción en cada palabra.

Lo llamé Filosofía Gilbertson. No obstante, el nombre largo sería: "Cómo romperle la cabeza a Onne según Gilbertson".

Aquel día en que Claus me enseñó el celular, mi sentido de desconfianza hacia él seguía tan alto como un cometa que pronto se desprendería por el tormentoso viento, más al escuchar su chantaje. Desalenté cualquier tipo de artimaña amorosa; nada de parques románticos, casitas embrujadas, restaurantes asombrosamente caros, películas y paseos por la playa. Propuse una visita el sábado 26 de septiembre a las 15:00 en el observatorio Griffith. Simple. Claus aceptó a regañadientes, diciendo que una vez acabada la cita me regresaría el celular.

Mi camino al reencuentro con el dispositivo que me ayudaba en cada viaje me llevó a cuestionarme si hice lo correcto en aceptar la salida durante el resto de la semana hasta que acabé en el asiento del auto, escuchando la música clásica que tanto le gusta a mamá.

—Hemos llegado —indicó mi santa madre al estacionase frente a la entrada del observatorio. Sin embargo, creyó estaba tan inmiscuida en mi propio mundo de fantasía que volvió a hablar—: Onne, cariño, llegamos. ¿Estás nerviosa o imaginas en tu linda cabecita alguna maniobra romántica?

—No planeo ninguna maniobra —respondí, indignada por completo—. Y no estoy nerviosa

—Ese jadeo, el que acabas de dar sin que te dieras cuenta, dice todo lo contrario.

¿Yo había jadeado? Por supuesto, emití un jadeo porque me molestaba con Claus, a quien veía como un demonio con cuernos y cola puntiaguda invisible.

Mamá, a mi lado, estaba muy entusiasmada con la idea de llevarme a una cita en el observatorio. El momento en que le mencioné que saldría con un chico a Griffith soltó un chillido recordando la escena de una película. La mitad del camino consistió en mamá contando la película y yo pretendiendo escuchar.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora