Q u i n c e

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Un olor dulce adormeció mi sentido olfativo

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Un olor dulce adormeció mi sentido olfativo. En mi estómago comencé a sentir un peso y luego el crujir de mis tripas. Pero, dentro de mi inconsciencia, me sentía relajada. Ya más despierta, comprobé que me encontraba recostada en algún sitio, y moviendo mi cabeza, logré presenciar el aroma a detergente.

«¿Dónde estoy?», me pregunté.

La última cosa que recordaba era estar en las afueras del supermercado abandonado, aguardando los disparos y gritos del estacionamiento. Este recuerdo me llevó a levantar la mitad de mi cuerpo en un impulso, donde mis cuerdas vocales trataban de llamar el nombre de Rust. Desperté. Abrí mis ojos, desorientada, con una punzada en mi sien y sin poder respirar.

—¿Qué pasa? —preguntó una voz distorsionada.

Escuché una vez que las voces de las personas es lo primero que olvidas. Cuando ya no están, no puedes reproducirlas en tu cabeza en cohesión con su imagen, siempre la oirás diferente. Por eso al oír la pregunta mi mente capturó el rostro de papá.

Allí estaba, con su mirada piadosa pero franca, su cabello desordenado y el semblante tranquilo que siempre lo caracterizó.

Verlo conmigo otra vez me llenó el pecho de una felicidad que no puede describirse en palabras, porque ninguna de ellas podría valerse para hacerlo. Después de tantos años de ausencia, creí que solo estaba despertando de una pesadilla.

—Tuve un sueño horrible... —me quebré en palabras, buscando sus brazos. Era muy pequeña comparada con él—. Soñé que tú ya no estabas con nosotros y... Estaba tan molesta, tan dolida con el mundo que...

—Tranquila, Onne —me consoló—, solo fue una pesadilla. Yo estoy aquí, y no me iré a ninguna parte, ¿sí?

—Es que se sintió tan real...

Me detuve. No solo mi cuerpo era más pequeño, mi voz se oía más aniñada. El descubrimiento del reciente hecho preocupó a papá, quien con sus cejas alzadas esperaba a que continuará, expectante.

—Debió tratarse de alguna Parálisis del sueño —indicó él, luego de unos extensos minutos—. Ya pasará. ¿Por qué no bajas? Con tu madre hicimos muffins y sabes que ella no es buena decorándolos.

Sonreí con desgana. Ya empezaba a comprender qué sucedía: había retrocedido. De alguna u otra forma, el día de la reunión pude volver sin la necesidad de estar con el celular y programar la fecha.

—¿Y? —Mamá se asomó con incertidumbre desde la cocina. Tenía el cabello recogido formando un desaliñado moño. Traía encima un delantal con el estampado de un cerdito con los utensilios de un cocinero.

—Tuvo una pesadilla —respondió papá, sosteniéndome de los hombros al bajar—. Nada grave.

—¡Bien! Entonces estás capacitada para ayudarme con las malditas decoraciones. —Se adentró en la cocina y nosotros la seguimos detrás. A mamá no se le daba muy bien cocinar, y lo que tenía que ver con la repostería. Cada vez que se nos antojaba comer algún postre o pastel casero, papá necesitó ayudarla.

Observé desde la entrada el desastre de ingredientes esparcidos por la mesa redonda, el olor dulce de los muffins recién horneados, la harina en el suelo, y las manchas de mezcla en la pared.

El estómago se me revolvió otra vez.

—I-iré a lavarme las manos antes —avisé antes de dar otro paso.

Me encerré con desesperación en el baño y apoyé mis manos en el lavabo, inclinándome hacia el espejo. Contemplé mi reflejo de niña; las pecas en mis mejillas y nariz resaltaban con mayor intensidad; mi cabello rojo no estaba tan maltratado; mi mirada también era diferente... Más expresiva. Ni siquiera llegaba a una altura que me hiciera ver todo mi torso.

Era el mismo año en que papá murió.

Hacía mucho tiempo que no estaba en un momento así. Las tentaciones de viajar a esos momentos me invadieron siempre, pero intentaba abstenerme para no seguir con la tortura.

A principio de año me propuse superar la muerte de papá no volviendo. Después concluí que ninguna muerte se puede superar, y ninguna persona puede reemplazar a otra. Sin embargo, seguí con mi decisión de no volver. Cada vez que regresaba al futuro, el sentimiento amargo de la pérdida se hacía más pesado.

Era extraño estar en casa otra vez, en la época en que la muerte de un ser querido cercano no se veía venir, ni llenaba de colores grises cada rincón de cada sala. Los colores amarillos, anaranjado, marrón y verde eran los que más resaltaban. A papá le encantaban los girasoles. Después de la pérdida y volver, solo quedó el marrón. Un girasol seco.

En la cocina, mamá soplaba un trozo de muffin. Antes de que lo llevara a su boca, le pregunté:

—¿Puedo probar?

Se detuvo a medio camino y partió el trozo por la mitad.

—Está caliente, ten cuidado —dijo suave al entregármelo. Lo recibí sintiendo que llenaba de calor mis dedos y luego mi mano. Antes de que quemara, me lo llevé a la boca y empecé a degustarlo—. ¿Qué tal?

—Esto es tan extraño... —musité, saboreando el resto de queque en mi boca— ¿De verdad hicieron esto ustedes? Porque sabe exquisito.

Esa no sonaba como la Yionne de aquellos años, sino como la adolescente con poderes que asistía a Sandberg. Mis padres se miraron confundidos, sabiendo también que ese comentario no pudo salir de mí. Papá intervino en medio del repentino silencio.

—Yo hice la mezcla, tu madre solo colocó la bandeja en el horno.

Mamá lo miró con recelo y golpeó su hombro como castigo. Lancé una risita y me acerqué a decorar el resto de los muffins.

Y así como regresé a ese momento, volví a mi presente.

El sonido de las balas lo escuché como bombas que explotaban a mi alrededor. Zumbaban en mi oído. El frío de la calle tenía un aspecto siniestro que completó los gritos desesperados que se escuchaban bajo la tierra. Una guerra de bandas se desataba bajo mis pies. Mi cabeza dejó de dar vueltas en cuanto noté que figuras oscuras entraban y salían del estacionamiento.

El viaje repentino que tuve me dejó ofuscada, con movimientos torpes y dolores más fuertes de los que podía soportar. Ya no solo sentía que el miedo se mezclaba con la ansiedad de correr, también la confusión me aturdía. Necesitaba irme lo más pronto de ahí, pero mis pasos eran los de un borracho; me tambaleaba hacia los lados, con el suelo meciéndose, dejando una aurora.

No sé de dónde saqué la fuerza suficiente para seguir avanzando, con la sirena de los policías detrás, los disparos, los gritos, el tintineo de la corriente en los cables eléctricos. Me moví por instinto de supervivencia antes de meterme en más problemas.

Para mi fortuna, cuatro siluetas aparecieron en mi camino.

—¿Sigues aquí? —espetó Rust, con incredulidad.

Me desplomé sobre su pecho y no recobré la consciencia por horas. Esta vez no volví, en mi fragilidad por el viaje y el despertar, soñé que estaba rodeada de girasoles.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora