Capítulo 9

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Fue en ese preciso momento en el que firmé mi sentencia a muerte. Me arrastrarían al averno y jamás volvería debido a mi suerte. Fue en ese instante en el que mi alma fue vendida. Pero aún sabiendo mi trágico destino. Entregué mi vida.
A todas aquellas aves, Nathaniel Proulx.

Me siento frente a Nicholas y no me atrevo a mirarlo a los ojos. María llega con nuestra comida y luego se va. Por dentro deseo que ella se quede así no estoy sola, pero contengo esa necesidad de implorarle que sea el árbitro en esta cena. Me dedico a comer mi lasaña de verdura tratando de controlar el dolor de mis palmas al agarrar el tenedor. Puedo sentir la mirada inquisitiva de Petrov, como si estuviera al pendiente de todos mis movimientos. Me irrita que sea un observador silencioso y no entiendo por qué, tal vez se deba a que tengo miedo que con ese par de zafiros pueda llegar a mi alma.

—¿Qué tengo en la cara que tanto me miras? —pregunto con la boca repleta de lasaña y sin levantar los ojos de mi plato.

Me veo obligada a levantar un poco la vista cuando me tiende una servilleta de papel y la acepto avergonzada porque sé que tengo salsa en todo el rostro, como si fuera un niño pequeño.

—¿Así comes siempre o solo cuando tienes hambre? —pregunta para luego dar un sorbo a su copa con vino blanco.

—¿Estás burlándote de mí?

—No, simple curiosidad.

—No vas a poder corregirme. —Me meto un gran bocado de comida en la boca, sin importarme en marchar mi ropa.

—Eso me temo —murmura y sé que lo dijo en voz alta a propósito. Suelta un suspiro—. Dejemos de gruñirnos y hablemos como dos personas civilizadas.

Civilizada no entra en mi diccionario, pienso pero no lo digo en voz alta porque es algo que él ya sabe.

—¿De qué quieres hablar? —pregunto arremangándome la camisa roja a cuadros, al estilo leñador.

—De tu cumpleaños.

Suelto un bufido al instante que lo escucho porque nunca me agradó organizar mis cumpleaños.

—No quiero hacer nada —contesto y casi suena como una súplica.

—Tarde, ya tenemos reservado un barco para la fiesta.

—¿Un barco? —exclamo mirándolo espantada—. Eres peor que mi madre —murmuro entre dientes y lo veo sonreír.

—Solo me tienes que decir cuántos invitados planeas tener y qué tipo de celebración quieres. —Lo miro con el ceño fruncido. Él suspira—. Fuegos artificiales, música, de etiqueta o no, entretenimiento, esas cosas —comenta como si fuera lo más simple del mundo. Se recuesta en la silla y sigue bebiendo su vino.

De repente ya no tengo hambre, lo que me parece toda una novedad. Arrastro el plato hacia el centro y me recuesto en la silla con una mueca de disgusto. Increíblemente, Petrov me ha cerrado el estómago, pienso fastidiada.

—¿Por qué quieres que festeje mi cumpleaños? —pregunto cruzándome de brazos.

—Porque la fecha de nacimiento se supone que es algo importante para una persona. —Lo miro con desconfianza porque no le creo ni un ápice. Él bufa—. Está bien, si tú no quieres no festejamos nada... —Sonrío porque acabo de ganarle una guerra—. Pero te recuerdo que tu madre es muy persistente y hará hasta lo imposible para festejarlo.

Mi sonrisa desaparece y siento que mi marcador volvió a cero otra vez. Él no sonríe pero puedo sentir su aura risueña inundando la habitación, lo que me irrita más.

Mi problema favorito #1 [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now