Capítulo 3

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Ahí estaba el ser más despreciable que mis ojos jamás habían visto. Y ahí también estaba yo, una bestia sedienta de venganza. Quería ver su sangre sucia, correr entre mis dedos fríos. Anhelaba verlo arrodillado frente a mí, suplicando.

A todas aquellas aves, Nathaniel Proulx.

Soy la primera en entregar el examen de química y largarme del salón. Segundos después, veo que Delta y América me siguen.

—Respira hondo y no te alteres —comenta Delta cuando llegamos a nuestras taquillas.

Abro bruscamente mi casillero, casi relinchando como un caballo y el primer libro que tiro dentro es el de Nathaniel.

—No te está haciendo caso, Buda —informa América, relajada y apoyada contra su casillero.

Dejo los libros de química dentro y la cierro de un portazo, haciendo que mis amigas se exalten.

—De acuerdo, esposa de Hulk, ¿podrías respirar y contar hasta diez? —sugiere Delta, poniendo sus manos en mis hombros y obligándome a que la mire a los ojos.

—Estoy bien —respondo apretando los dientes.

América y Delta me miran escépticas para luego ponerse completamente serias pero preocupadas.

—Sólo entraron juntos al salón, no tienes por qué enojarte —comenta América.

—Sabes perfectamente que con Bryanna nada es simple y siempre tiene algo bajo la manga —suelto y no puedo creer que América sea tan inocente todavía.

Delta asiente para darme la razón, pero me obliga a caminar hacia el parque del instituto para que tome un poco de aire renovado. Delta está en esa etapa de mierda espiritual y no sé qué otra cosa ecologíca se le ocurrió ahora. Le encanta las esencias y las velas aromatizadas, la última vez nos hizo recorrer una feria de artesanías ya que quería comprarse un estúpido sapito verde de porcelana porque según ella, traía suerte.

Nos sentamos en el césped recién cortado y yo me dedico a destrozar las flores diminutas que crecen alrededor del árbol. Imagino que son la cabeza de Smith e ignoro a Delta cuando comienza a decir por qué podrían estar juntos Bryanna y Fred, mientras América asegura que yo soy mucho mejor que la Barbie de feria. Sus intentos por animarme se ven interrumpidos porque a lo lejos veo a mi madre caminar por los pasillos junto con el director Meyer. Lleva un pantalón de vestir negro y una blusa blanca. Su cabello color caramelo brilla más que el sol y sus labios gruesos están resaltados por su lápiz labial rojo mate.

—¿Qué pasa? —pregunta América mirando hacia donde tengo mis ojos—. ¿Por qué está acá?

—¿Y a mí me lo preguntas? Apenas sé que tengo madre —contesto levantándome del suelo y caminando sin despejar los ojos de ellos.

Las tres entramos para seguir al director y a Pauline.

—¿Mamá? —pregunto para llamar su atención.

Ella y el director, voltean. Se quedan parados esperando a que lleguemos hasta ellos. Mi madre me sonríe cuando me acerco. La miro extrañada pero ella parece no notar mi confusión y me pasa su brazo por encima de mis hombros.

—Hola niñas —saluda a América y Delta, que están desconcertadas al igual que yo—. ¿Lista? —pregunta notando que tengo mi bolso colgado en el hombro.

—¿Para qué? —pregunto confundida.

Ella ríe y el director también.

—Adolescentes, no pierden la cabeza porque la tienen pegada al cuello —comenta al director con diversión cómplice—. Corazón, al médico. Tienes turno con el dentista —añade demasiado dulce para mi gusto, sobre todo cuando estoy acostumbrada a una Pauline Rossi agria.

Mi problema favorito #1 [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now