"― No... por favor... ― dijo, queriendo cubrirse el pecho con los brazos. Ella sólo esbozó una sonrisa tranquilizadora mientras le ponía las manos amistosamente sobre los hombros.
― Tranquilo, no eres la primera persona con cicatrices que veo."
___...
Disclaimer: Fantastic Beasts and Where to Find Them pertenece a sus respectivos dueños. Sólo escribo por placer y sin fines de lucro
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|Junio de 1927|
|Capítulo 31|
|Amigos|
Luego de conocer a Rachel Poett, ir a la biblioteca se había convertido en una costumbre para Credence. No sólo porque le agradara bastante la muchacha, sino porque la biblioteca era un lugar muy tranquilo y adecuado para llegar a la información que estaba buscando. Había pasado ya más de un mes desde que había entrado allí por primera vez y varias cosas habían cambiado para él, ya que ahora ya no pasaba completamente aislado sus días. Ahora podía decir que tenía amigos. Todos los días se levantaba temprano, se vestía, preparaba su bolso y salía de la residencia en dirección a la esquina de su antigua casa. Allí, se encontraba la mayoría de las mañanas con Celia, quién siempre le ofrecía café y con la cual charlaba de asuntos triviales aunque, muchas veces, sus conversaciones se tornaban muy personales. Ella no sólo se dedicaba a servir café gratis en esa esquina en las mañanas, sino que también ayudaba bastante en la Iglesia, limpiaba el lugar, organizaba comidas para los niños carenciados y con las monjas, preparaba las misas. Le había contado que se había convertido al catolicismo tras la muerte de su hijo Norberto, quien había fallecido en la Gran Guerra. Como su marido había muerto hace muchos años ya, al perder a su único hijo, se había quedado completamente sola.
― ¿Sabes? Incluso creo que me volví loca durante ese tiempo ― decía Celia, con el vasito de plástico azul entre los dedos ―. Fue un momento muy oscuro de mi vida, Steven. Yo no era de las personas que creían en Dios. Pero de golpe, al quedarme sola, me di cuenta de que si Él existía, entonces Él me los había quitado. Primero a mi esposo con una enfermedad, luego a Norberto con la guerra. Vendí todas sus cosas y también vendí la casa en la que vivíamos. Me había quedado con apenas lo que llevaba puesto y lo que había podido meter en un bolso. ¿Y sabes qué hice entonces?
― ¿Qué hizo? ― preguntó Credence, quien bebía su café escuchando con atención la historia de la mujer.
― Fui a la Iglesia más cercana, me senté en una banca y recé ― ella miró al cielo, con los ojos azules algo apagados ―. Le pregunté a Dios por qué me había quitado a mi niño, por qué se había llevado a mi marido.
― ¿Acaso encontró una respuesta?
― No... aún la estoy buscando ― Celia sonrió y se encogió de hombros ―. Pero mientras yo rezaba, completamente enojada con Dios, vi que un niño pequeño entró a la Iglesia. Era uno de esos niños que siempre andan en la calle, correteando por ahí, buscando migas para comer y escapando de hogares terribles. Uno de esos niños, con la mirada llena de inocencia y las ropas raídas, habló con una de las monjas de la Iglesia. Esta le sonrió, lo abrazó y le dio de comer. Y algo encajó en mi mente en ese momento... Me di cuenta de que a pesar de ya no tener a nadie, eso no significaba que debía quedarme en mi lugar, enojada con la vida. Y no fue fácil dejar de estar enojada, eso te lo aseguro...