XXII. Esperanza

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—Que sí que sí, menudo culazo tenía —decía Erik a sus amigos entre risas.

Evie contuvo las arcadas que le subían a cada palabra que le oía pronunciar.

Tras varios días esperando a que apareciera, finalmente había ido a parar a la cafetería que tanto parecía gustarle. Evie estaba sentada en la mesa de enfrente, de espaldas a ellos, y llevaba una coleta alta que había pasado por el hueco del cierre de la visera. Se había puesto un chándal cómodo y unas zapatillas  que odiaba pero que eran perfectas para la ocasión; un grupo de jóvenes salidos como ellos no se fijarían en alguien con esas pintas.

Evie movía la taza de café entre sus manos sintiendo que cada segundo que pasaba eran minutos. Se las limpió con una servilleta por tercera vez; le sudaban debido a los nervios. Llevaba más de dos horas allí, esperando a que terminasen y se fueran a casa para seguir a Erik, pero los chicos no tenían ninguna pinta de irse pronto a ningún lado.

—Eh, Erik, mira —dijo uno de ellos de pronto en tono serio— esa es la putita de la que te hablé. Se me resistió la muy guarra y encima luego le fue con el cuento a todas sus amigas.

Evie se giró hacia ellos lo más disimuladamente que pudo; vio que el que parecía haber hablado señalaba a una chica que estaba pagando la cuenta en la barra. Hasta ese momento no había hecho nada más que escuchar, pero presintió que estaban tramando algo –y nada bueno–. Usó su poder para intentar percibir las emociones de los chicos; notó que dos de ellos se sentían indiferentes ante lo que estaba pasando, pero tanto Erik como el que había hablado estaban cargados de adrenalina y emoción contenida.

«Como un león a punto de cazar a su presa.»

A su padre le encantaban los documentales de animales, y aquella comparación venía como anillo al dedo en aquél momento; Evie supo que estaban tramando algo contra aquella chica y la rabia que descansaba dentro de ella, expectante, salió de nuevo a la superficie.

La chica parecía nerviosa; era consciente de las cuatro miradas que tenía clavadas en la nuca. Recogió el cambio a toda prisa, lo guardó de cualquier forma en la cartera y salió de allí rápidamente. Acto seguido, Erik y el otro chico salieron tras ella. Los dos restantes se encogieron de hombros como si no fuera nada nuevo ni interesante para ellos y se pusieron a hablar de fútbol.

Evie se apresuró a levantarse y seguirles. En sus planes no entraba nadie más aparte de Erik, pero lo poco que había visto de él era horrible y a juzgar por los comentarios de su amigo sabía que ambos eran de la misma calaña. Así que si intentaban algo contra aquella chica iban a llevarse una sorpresa nada agradable.

Tras varias calles en las que unos se seguían a otros, y cada vez iban más deprisa puesto que la chica empezaba a ser consciente de que la estaban siguiendo, empezó a correr con la mala suerte de acabar en una calle sin salida. Intentó darse la vuelta al darse cuenta pero ya era demasiado tarde; estaba acorralada.

Lo que ninguno de los dos sabía era que en esa ocasión la presa iban a ser ellos.

Evie se metió en el hueco de la puerta trasera de algún bar de mala muerte y esperó. Pensaba dejarles creer que tenían el control para entonces salir y sorprenderlos.

—Hola, Susan —dijo burlonamente el chico.

—¿Qué es lo que quieres, Aitor? Si no os largáis ahora mismo llamaré a la policía.

—¿Ah, si? Vaya, ¡qué miedo! —dijo el chico gesticulando exageradamente para después echarse a reír. Erik también reía a carcajada limpia—. La última vez conseguiste escaparte; pero esta vez no te vas a librar, zorra.

Los ojos del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora