XIX. Recuerdos

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—Evie, por enésima vez, tienes que mantener los sentimientos a raya. Si no lo haces no vas a conseguir nada aparte de seguir abriéndote heridas —renegaba Mikael.

—Los tengo controlados —protestaba ella, a lo que el Sanador ponía los ojos en blanco y suspiraba.

Y así día tras día.

Evie se rascó las postillas que tenía en el brazo a causa de los efectos secundarios que producía intentar manejar los hilos de vida sin éxito y miró con asco a los dos seres oscuros que tenía atados frente a ella. Aún le costaba creer cómo había acabado así.

Una oleada de rabia la sacudió de pies a cabeza al pensar en Gael e intentó poner sus sentimientos en orden y concentrarse.

Llevaba un par de semanas entrenando exclusivamente para manejar los hilos de vida, pero no había avanzado nada. Mikael no había exagerado en su dificultad, es más; Evie empezaba a pensar que se había quedado corto con su advertencia. Cada vez que conseguía encontrar el hilo adecuado e intentaba arrancarlo, sus sentimientos la traicionaban y la energía que había usado rebotaba abriéndole cortes en la piel o haciendo que saliera despedida y chocara contra el suelo. Pero no iba a rendirse.

Le había resultado fácil escabullirse de Emma y los chicos ya que desde su primera –y última– experiencia contemplando el bosque, Gael había dejado claro que se habían pasado y ella había usado la excusa de que ya no confiaba en ellos para cambiar de mentor.

Nuevamente la rabia la consumió por dentro, maldiciéndose a sí misma por haber vuelto a pensar en Gael. Era cierto que estaba entrenándose para vengarle, pero todo lo que tuviera que ver con él debía dejarlo a un lado si quería avanzar en sus clases.

Miró al ser oscuro que tenía a su izquierda, el más grande de los dos Fernos –una mezcla entre perro y oso– que no dejaba de gruñir burlonamente en su dirección. De haber sido hace un mes, antes de todo, se habría sentido fatal por tener a dos seres atados a un poste esperando en contra de su voluntad a que Evie finalmente consiguiera manejar sus hilos y les llegara la muerte. Aunque fueran seres malignos, habría sentido lástima por ellos.

Pero ya no.

A parte de esa maldita rabia y ganas de venganza que corría por sus venas no era capaz de sentir nada más.

O eso intentaba hacer ver.

—Evie, ¡tienes que hablar conmigo! No sé ya cómo decirte que tienes que abrirte a mí y contarme qué es lo que sientes de verdad. Si no dejas de mentirte a ti misma no puedo ayudarte —saltó Mikael perdiendo la paciencia.

—Estoy siendo sincera, solo siento rabia —dijo ella secamente.

—No. Evie... Puedo sentir el torbellino de sentimientos que te corroe por dentro. Es verdad que rabia y rencor son los que siento con más claridad, pero también veo culpa... E incertidumbre —tras decir esto último, la aprendiz de Sanadora bajó la mirada consciente de que ya no tenía sentido seguir fingiendo—. Puedes confiar en mí. Cuéntame qué es lo que te impide concentrarte.

Evie lo miró durante unos largos segundos hasta que finalmente su máscara de indiferencia cayó, dejando ver una expresión derrotada.

—Es mi culpa —empezó a decir Evie con un hilillo de voz, pero lo suficientemente alto como para que la escuchara—. Es mi culpa que Gael... Es todo culpa mía. Si no hubiera bebido tanto y hubiera podido recordar qué había pasado esa noche Gael no se habría enfadado ni se habría ido y ahora estaría aquí, con nosotros —finalmente toda la tristeza que había controlado la desbordó, haciendo que rompiera a llorar.

Los ojos del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora