XVII. Hilos de vida

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Evie se levantó de golpe, asustada. Miró a su alrededor reconociendo al instante el lugar; sabía que estaba en la Casa del Este. Pero no entendía cómo había llegado hasta allí.

—Finalmente despiertas —dijo Mikael tras ella, sobresaltándola.

Salió de la cama que le habían preparado cuando de pronto recordó qué era lo que estaba haciendo antes de aparecer en aquél sitio.

Era el Tributo a Gael.

—Tengo que volver al tributo —dijo ella mientras se ponía apresuradamente los zapatos.

—No puedes ir, lo siento... Hace horas que terminó. Te pusiste muy nerviosa y creímos que lo mejor era hacer que durmieras. Seguro que no has pegado ojo en semanas —dijo Mikael bajando la mirada. Aunque hubiera sido lo mejor para ella, se sentía culpable.

Evie no dijo nada. Debería sentir rabia o tristeza por no haber podido asistir, pero realmente no sentía nada.

Nada excepto una sola cosa: venganza.

No sabía cuándo, pero sabía que se vengaría. Arrasaría el bosque entero si hacía falta.

La vida le había regalado un don sobrenatural, pero a cambio se había llevado a la persona de la que se había enamorado. Así que, decidió que lo usaría para llevar a cabo su venganza.

—Mikael —llamó—. Una vez me dijisteis que un buen Sanador podría llegar a arrebatar vidas con tan solo mirar a su víctima. ¿Es cierto?

—Sí, es cierto. Pero Evie, hace muchos años que nadie es capaz de cortar los hilos de vida sin desmayarse. Y eso contando con que salga bien. Hasta para mí es muy difícil y no siempre lo he conseguido. Es muy arriesgado —explicó Mikael sin saber muy bien a qué venía eso.

—Quiero que me enseñes a manipularlos.

Mikael no era alguien que demostrase muchas emociones, pero su cara parecía un poema en ese momento. Hasta parecía que se hubiera puesto nervioso.

—Yo... Evie, no puedo... Es muy complicado y peligroso. No puedo dejarte hacerlo. ¿Por qué de repente este interés? Creía que querías ser una Sanadora y no una Guardiana porque lo tuyo no era la violencia.

—Limítate a enseñarme —dijo secamente—. Si no lo haces tú, encontraré a otro que lo haga.

Mikael tragó saliva. Sabía que iba en serio. Y también sabía que nadie aparte de él estaría dispuesto a enseñarle tal cosa a alguien que ni siquiera había celebrado su propia ceremonia de Sanador.

—Te ayudaré. Sea lo que sea que estés pensando... Voy a hacerlo —hizo una pausa para coger aire—. Aunque puede que me traiga problemas con el Consejo, lo haré. Una vez estuve a punto de perder a Neil, y ya fue suficientemente horrible. Así que si puedo hacer algo por ti... Adelante.

Evie asintió conforme. Se giró para marcharse a casa. Era ya tarde.

—Pero tienes que prometerme una cosa —dijo Mikael haciendo que se detuviera—. Sea lo que sea que estás pensando hacer con los hilos de vida, tienes que prometerme que jamás lo usarás contra nada ni nadie. Solo si es en defensa propia.

—Lo prometo —dijo Evie.

Pero sabía que era mentira. Nunca había roto una promesa, pero tampoco nunca antes se había sentido así.

Pagarían por todo. Costase lo que costase. Pasaría por encima de quienquiera que se le pusiera en su camino. No descansaría hasta ver muertos a todos los seres que se habían llevado consigo las vidas de tantas personas de su alrededor.

No se reconocía a sí misma; nunca había sentido siquiera rencor hacia nadie. Pero ahora todo era distinto.

Él ya no estaba.

No tenía nada que perder.

—¡Evie, espera! Por favor, dime qué te pasa

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—¡Evie, espera! Por favor, dime qué te pasa. Llevas semanas ignorándome y tus padres están muy preocupados por ti. ¿Ya no confías en mí? Por favor dime si es culpa mía o si te he hecho algo, pero no me dejes así —suplicaba Merian mientras intentaba sujetarla del brazo.

La había llamado docenas de veces pero no respondía, así que había decidido emboscarla en su portal.

—Deja de molestarme —soltó Evie haciendo que su amiga se quedase clavada en el suelo.

—No sé qué te pasa... Pero ésta no eres tú. Mi mejor amiga jamás me habría dicho algo así ni pasaría de mí —dijo mientras empezaban a caerle lágrimas.

—Esa yo ya no existe —susurró Evie, aunque sabía que no le habría oído.

A pesar de que era incapaz de sentir nada, era consciente del daño que estaba haciéndole a su amiga.

Pero creía que era mejor así; todos a su alrededor parecían acabar muertos y no quería que le pasara nada. Además, en el fondo sabía que su plan de venganza tenía muchos fallos; era muy probable que fuera lo último que hiciera.

Y, aunque no le importaba, lo mínimo que podía hacer por su amiga era hacer que se separase de ella cuanto antes. Así, si cuando llevase a cabo su venganza no volvía, su pérdida no le dolería tanto.

Tras comprobar que Merian no tenía intención de seguir insistiendo, empezó a caminar hacia la Ciudad de Arena. Había quedado con Mikael para que le enseñase a manejar los hilos de vida. Sabía que era arriesgado y que llevaría tiempo aprender a hacerlo, pero ya había decidido.

Evie estaba a punto de atravesar las murallas de la ciudad cuando alguien la agarró del brazo y la empujó, cruzando la barrera.

—¡Pero qué coño...! —se quejó Evie.

Se giró con intención de defenderse de su agresor cuando vio quién era.

—¿Merian?


Los ojos del SolWhere stories live. Discover now