XIV. Ay, mierda. -Segunda parte-

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Cuando creyó que era el fin, el peso del chico sobre ella desapareció de golpe.

Abrió los ojos y se encontró al verdadero Gael sujetando del cuello al impostor. El desconocido era más alto que el Gael auténtico, pero desde luego en fuerza pocos lo superarían; los pies de este colgaban unos centímetros del suelo a pesar de que solo lo estaba sujetando con una mano.

—Vas a arrepentirte de haberle puesto un solo dedo encima —dijo Gael al chico en el tono más intimidador que Evie había oído en su vida. Se le puso la piel de gallina.

Gael apretó más su mano, lo que hizo que el chico pataleara en el aire e intentara quitarse su mano del cuello, en vano. No era rival para Gael.

Evie vio que se estaba poniendo morado y cada vez se defendía con menos insistencia, lo que hizo que su cuerpo finalmente se descongelase. Se abalanzó sobre Gael.

—¡Gael, para! ¡Lo vas a matar! —pidió ella tirando de su brazo. Pero no conseguía moverlo, y parecía no haberla oído—. ¡¡GAEL!!

Ésta segunda vez sí que la oyó. Lo soltó de golpe, cayendo al suelo de mala manera. Se hizo un ovillo y comenzó a toser entre sollozos.

—Vámonos de aquí si no quieres que lo mate —dijo Gael; podía palparse la ira que desprendía. Cogió bruscamente a Evie del brazo y empezaron a andar hacia su casa.

Una vez en el portal de Evie –que había resultado estar cerca de aquél callejón– ella sintió que debía decir algo. Habían hecho todo el trayecto en silencio, cogidos de la mano. O, mejor dicho, él la cogía de la mano. Le había llegado a hacer daño de la fuerza con la que se la apretaba.

—Lo siento, Gael —dijo Evie atropelladamente—. Pensé que eras tú. Iba un poco borracha...

—¿Pensaste que era yo? —repitió Gael, atónito—. ¡Yo jamás intentaría hacerte nada que no quisieras! ¡No me compares con esa sabandija! —estaba realmente enfadado.

—Lo sé, lo sé. Lo siento. Me di cuenta de que no eras tú cuando... Cuando... —pero no pudo terminar. Nuevas lágrimas rodaron por su rostro y le empezaron a temblar levemente las piernas. Aún estaba ebria, pero empezaba a ser plenamente consciente de lo que casi había ocurrido. Si no hubiera llevado el transmisor y no hubiera hablado sin querer con Gael...

Él la abrazó fuertemente, haciendo que se sintiera segura. La había salvado tantas veces... Ella le devolvió el abrazo echándose finalmente a llorar.

Pasaron así un par de minutos, en los que Evie notó que el enfado de Gael se desvanecía lentamente.

—Duerme conmigo esta noche —pidió de pronto aún algo asustada.

—¿Qué? —Evie levantó la barbilla y lo miró; estaba rojo como un tomate. Y parecía nervioso de repente—. Evie... Aún estás bajo la influencia del alcohol y deberías subir... Estarás segura en casa con tus padres.

—No hay nadie. Solo estoy yo. Y no quiero dormir sola —dijo Evie, casi suplicando.

Gael abrió y cerró la boca varias veces, pero finalmente cogió aire intentando tranquilizarse y aceptó.

—Está bien —dijo él.

Evie sonrió al ver su reacción. No entendía cómo había podido confundirlo con otra persona; realmente Gael era único. Intentaba poner cara seria y parecer calmado, pero el rojo de sus mejillas y su mirada nerviosa lo delataban.

Una vez dentro de casa, Gael le dio las buenas noches y le dijo que dormiría en el sofá.

Tras varios intentos en vano de que durmiera con ella, Evie, derrotada, se dio la vuelta hacia su cuarto cuando tropezó.

Los ojos del SolWo Geschichten leben. Entdecke jetzt