XX. Herencia

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Evie se despertó de golpe, encontrándose en una habitación que no conocía y frente a ella a un grupo de unos siete hombres –que no había visto en su vida–, a Mikael y a Lairon. Parecían estar ensimismados hablando entre sí, pero tras darse cuenta de que había despertado todos callaron, mirándola con una mezcla entre respeto y asombro. Evie frunció el ceño, sin entender nada.

Además, ¿cómo había llegado allí?

Recordaba haber recuperado los recuerdos de la noche que pasó con Gael, después oyó la risa burlona de uno de los Fernos y... Ya no podía recordar nada aparte de una familiar sensación de calor y adrenalina recorriéndole el cuerpo. Pero todo estaba en negro.

—Evie, ¿qué tal estas? ¿Te encuentras bien? —dijo Mikael cariñosamente mientras se sentaba en el borde de la cama en la que estaba.

Desde que le había pedido que la ayudara con los hilos de vida se habían vuelto más cercanos, pero nunca había usado un tono tan dulce con ella.

—Sí. Pero no recuerdo qué ha pasado... ¿Cómo he llegado aquí? Y no conozco a esta gente, no sé qué está pasando.

—No te preocupes, ahora lo entenderás todo —le dijo Mikael al oído.

Acto seguido se levantó y se apartó de ella, momento en el que se acercó uno de los hombres que no conocía y cuyos ojos eran ámbar del todo a excepción de una minúscula franja blanca.

—Buenos días, Evie. Soy Áznaroz, Vigilante y líder del Consejo de la Ciudad de Arena. Ellos son miembros del mismo, entre los que se incluye mi hijo Lairon, al que creo que ya conoces. Imagino que te preguntas qué está pasando —Evie asintió— pues bien, esto es lo que ocurre; Mikael nos llamó ayer a la tarde para informarnos de que la chica que había sido criada como terrenal acababa de usar unas habilidades un tanto peculiares que ya habíamos visto en el pasado. Así que esta mañana hemos venido con la esperanza de que despertaras para poder aclarar dudas que imagino que habrás tenido desde que descubriste tu procedencia.

Evie notaba que por primera vez estaba sintiendo algo que no fuera ira; se estaba poniendo nerviosa. Algo le decía que sabía a qué se refería y las ganas de que siguiera hablando se estaban apoderando de ella, aunque también tenía miedo.

—Verás, Mikael nos ha enseñado sus recuerdos de ayer en el momento del suceso; tal como nos había informado, te moviste a través de la luz para luego calcinar vivos a los seres oscuros que teníais como conejillos de indias. La onda expansiva alcanzó también a Mikael, que por suerte sabía cómo crear un escudo protector. Después te desmayaste y has estado durmiendo hasta ahora.

Evie no acababa de digerir lo que estaba oyendo, aunque sabía que no era mentira ni tampoco la primera vez que algo así pasaba; cuando se enteró de que Gael había desaparecido, sus padres la encontraron en mitad de su cuarto con media casa calcinada, y sospechaba que el día que la había atacado aquella mujer demonio no había sido ningún Fénix quien había causado la explosión; había sido ella misma.

—Verás, antes del ataque de hace veinte años, aún quedaban con nosotros dos de las cinco familias originales. Cada una de ellas tenía a su disposición un tipo de habilidad única y muy preciada. Todos descendemos de los Antiguos, pero cinco líneas de sangre procedían directamente de los primeros Antiguos que anduvieron sobre la faz de la Tierra. Tres de dichas familias desaparecieron hace siglos, pero dos de ellas sobrevivieron hasta nuestros días; los Drásgora, que controlaban el fuego a su antojo; y los Antária, capaces de moverse tan rápido como la luz —hizo una pausa de unos segundos para comprobar que Evie le seguía—. Dalia Drásgora y Daniel Antária; así se llamaban los jóvenes Guardianes que murieron junto a sus padres y hermanos aquél fatídico día hace más de veinte años. Así se llamaban tus padres, Evie —paró para coger aire—. Aunque tal vez te gustaría saber que tu nombre real es Irina. Todos pensamos que su bebé había muerto, pero visto lo visto consiguieron salvarte.

Los ojos del SolWhere stories live. Discover now