III. Orígenes

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—Bueno, creo que es hora de que vuelva. No quiero que piensen que me ha pasado algo —dijo Neil al ver que Evie seguía con cara de haber visto un fantasma.

—¡No! No te vayas —pidió Evie—. Al menos no te vayas sin decirme cómo puedo contactar contigo. No puedes darle la vuelta a mi mundo entero y marcharte así sin más, ¿no crees? —dijo Evie en un tono entre sarcástico y desesperado.

—Supongo que tienes razón. Pero me temo que no llevo encima ningún transmisor extra, así que tendremos que volver a vernos aquí otro día para poder darte uno —dijo tocando su alocado pelo rubio oscuro.

—¿Te refieres a esto? —dijo Evie sacando de su bolsillo el collar.

—¡Sí! ¿De dónde lo has sacado?

—El otro día lo perdió Gael y yo lo recogí con la esperanza de volver a verlo... —calló al ser consciente de lo cursi que sonaba.

—Al igual que vosotros, en la Ciudad de Arena también usamos tecnología, pero los escudos de la ciudad hacen que ninguna señal entre ni salga de ella, a excepción de la de estos curiosos objetos —dijo Neil orgulloso—. Si te lo cuelgas del cuello y dejas que esté en contacto con tu piel, podrás hablar conmigo aunque estemos lejos —concluyó sonriendo.

—Vale... ¿Cómo se usa? —dijo Evie no demasiado convencida.

—Póntelo y te lo mostraré.

Obedeciendo, se lo puso y lo metió por debajo del jersey que llevaba para que hiciera contacto directo. Fue entonces cuando vio que desprendía un leve brillo de un color similar al que había visto en sus manos cuando Neil las había hecho activarse.

—«Eso es. Mientras lo lleves puesto solamente tienes que hablar en tu cabeza dirigiéndote a la persona que quieras. Siempre que el otro también lleve puesto uno, podrá escucharte.»

Evie dio un leve respingo del susto. ¡Neil no había hablado, pero había escuchado perfectamente sus palabras! Era increíble y a la vez demasiado que procesar en tan poco tiempo. No sabía si podría dormir en lo poco que quedaba de noche, pero desde luego que cuando lo consiguiera iba a dormir tres días seguidos. Estaba exhausta después de haber descubierto tantas cosas.

—«¿Hola? ¿Probando?» —preguntó Evie en su cabeza.

Estaba pensando en Neil, pero no sabía si le habría escuchado.

El ataque de risa que le entró al chico la sacó de dudas; la había escuchado perfectamente. Es más; ahora Evie estaba escuchando por primera vez lo que había dicho y lo tonto que sonaba y se sintió algo estúpida. Ni que estuviera probando un micrófono.

—Desde luego eres un caso aparte —dijo Neil aún riendo—. Tienes algo especial —concluyó sonrojándose levemente.

Evie intentó que su cara no la traicionara y mostrase lo nerviosa que la había puesto ese último comentario del chico.

Tras despedirse, Evie volvió a casa. Pero un pensamiento la detuvo en mitad del pasillo.

Si todos los descendientes de los Antiguos, como los había llamado Neil, tenían los ojos o ámbar o parcial o totalmente blancos, ¿por qué los de sus padres eran marrones?

Un escalofrío le recorrió la espalda al ser consciente de que ahora todo encajaba.

No había fotos de su madre estando embarazada.

Nunca había visto su partida de nacimiento.

—¡Mamá! —gritó Evie entrando al cuarto de sus padres sin importarle la hora.

Los ojos del SolWhere stories live. Discover now