Capítulo cuatro: Ruptura

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Exhaló por tercera vez y volvió a inhalar tan profundo como sus pulmones le permitieron. No hubo manera de calmar el latente nerviosismo, que era cada vez mayor. En la lista de cosas que ChanYeol odiaba, esa encabezaría el primer lugar por encima de muchas otras; la sola idea de enfrentarse a una sala donde estuviese él, ese hombre, y donde además estarían sus seres queridos. Sufriría un colapso antes de poder siquiera bajar por completo las escaleras de caracol.

Llevaba ropa un poco más formal, aunque sin rayar en lo excesivo: pantalones ceñidos de brillante cuero y una camisa blanca de botones de los cuales los dos primeros iban desabotonados, permitiendo que la piel de su pecho reluciera tentadora bajo las luces de los candelabros. Los tonos monocromáticos en la vestimenta realzaban la belleza etérea y masculina del hada, contrastando con el cabello rosa y los colores vibrantes de sus alas, un remolino de matices rojizos.

El piso de mármol impoluto rechinaba bajo las pisadas de sus lustrosos zapatos de negro patente. Un ruido incómodo y hostigante, al que normalmente ignoraba con facilidad, pero que en los momentos de tensión aumentaba su ansiedad a niveles extremos.

La servidumbre a su paso se inclinaba y él reverenció con la cabeza a modo de respuesta, muy distraído. Era parte del protocolo, uno que no le gustaba, si se le permitía decir su opinión respecto a ese tema. Para su desgracia, la sala estaba a poca distancia de su dormitorio, por lo que pronto se detuvo frente a la pesada puerta de rústica madera de roble, decorada con finos brocados que delineó y contó mentalmente, tratando de alargar el inminente destino. Algo sin duda inútil.

Una bonita hada se dirigió a él expresando palabras que no decodificó, presa de un posible ataque de pánico. Ella ladeó el rostro, confundida por la distante actitud de quien siempre acostumbraba a ser amable.

—Joven ChanYeol, ¿se encuentra bien?

Despertando de su ensimismamiento, pasó los dedos por las hebras de su corta cabellera de algodón de azúcar y al fin le dedicó su entera atención.

—Lo estoy, lo lamento. ¿Ya están todos aquí? —cuestionó volviendo en sí, parpadeando repetitivas veces.

—Sí —sonrió la doncella, solícita—. ¿Quiere que avise su llegada?

Él sacudió la cabeza en negación y acto seguido le sonrió también, quizá en exceso nervioso. Ella no cuestionó su extraño actuar, pues en sus funciones estaba no entrometerse en la vida de las personas a quienes servía y todos los sirvientes respetaban aquellos límites.

—No —respondió el jovencito, pasando la diestra por sus cabellos—. Entraré.

Reclinándose, elegante y servicial, ella procedió a marcharse a pasos presurosos, llenos de gracia. Sus alas eran azules y su cabello de la misma tonalidad. Era delicada y hermosa, como todos los de su especie.

En el corto momento de soledad, el príncipe inspiró para llenarse del valor del que carecía, empujando casi al mismo tiempo la puerta para adentrarse en la sala de reunión de la familia. Los presentes pararon cualquier conversación para mirarlo, incluso sus padres, los reyes, en sus respectivos asientos y luciendo siempre gentiles.

No los miró por mucho tiempo, aunque ambos siguieron con la mirada cada movimiento que efectuaba su retoño. A una distancia prudente, y en sillas elegantes de terciopelo rojo con detalles en dorado, su hermana y su novio, el alfa Byun, tomados de la mano también le miraban. La chica le sonreía afable, hermosa como de costumbre.

Fue incapaz de ver la expresión del hombre directamente, pero presentía las miradas cautelosas que él lanzaba en su dirección. De pie unos pasos atrás, KyungSoo permanecía estoico, llevando la habitual máscara de seriedad que se resquebrajó un poco con la llegada del príncipe.

Intenso BaekHyun «BaekYeol»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora