Quisite vivir, y dejaste de existir.

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Te dijeron que siguieses el camino de baldosas amarillas pero estaba lleno de sangre y no supiste diferenciarlo, o quizás solo no quisiste, así que fuiste por el bosque.

Estaba allí, detrás el árbol más anciano y alto, dejándose acariciar por él y sus ramas mientras charlaba de amor con los pájaros. Escuchaba música con los ojos cerrados sin molestarse en usar audífonos, ni le preocuparon que sus cabellos invadieran su rostro esculpido en la paz. Te viste a ti entre sus pestañas y por un momento anhelaste demasiado saber el color de su iris, querías existir frente a él toda tu vida. Necesitabas ahogarte en él.
Justo en aquel instante, en un sordo viento y tiempo en pausa, abrió las ventanas. Y en ese momento, justo en entre aquella hoja y el suelo, viste por primera vez el vivir, y sentiste celos.

Quisiste vivir con demasiada fuerza y reteniste el recuerdo en tu mente. Lo hiciese allí inmarcesible para no olvidarlo pero el que se pudría eras tú.
Y entonces volviste al camino de baldosas amarillas, encontraste un hombre de hojalata que no paraba de cortarte y un león cobarde te usaba de escudo, saliendo tú perdiendo.

Pero continuaste caminando por el camino de baldosas amarillas. Necesitabas  caminarlo hasta el final. Llegaste y pediste tu deseo. Lo susurrante al viento como un secreto guardado durante años siendo desvelado.
"Quiero vivir."
Y nadie te entendió pues tú ya respirabas, tu sangre bombeaba, emanaba del corazón y allí estabas.
"No quiero existir. Quiero vivir."
Trataste de explicarlo, y nadie te entendió. Tal fue tu desesperación que, con tal de no existir, renunciaste a tu sueño de vivir. Aún cuelga de la rama del árbol dónde viste a la chica, aquella vieja cuerda que usaste, la cual no me atrevo a quitar porque ella no me deja.

Palabras de una negra flor. Where stories live. Discover now