El primer golpe.

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Sé lo que me atacó y rompió cada pedazo de mi alma con cicatrices y fracturada, más ignoro que dio el más fuerte y primer golpe. Simplemente sentí el impacto, mas no ví el choque. Paseaba a la deriva de una carretera con una sonrisa verdadera en la cara hasta que acabé en el suelo sin saber cómo.

Y nadie llamó a emergencias, porque rodé hasta caer por un precipicio y allí nadie podía verme, y claro, era demasiado la vergüenza que sentía como para pedir ayuda. Como para decir que tropecé sin saber con qué, como para admitir que estaba tan débil, sin poder mover los pies.
Todo ese maldito orgullo que, ahora, cuando ya está todo perdido, y no queda nada, es simplemente ridículo.

Esos andares de superioridad, cabeza alta, hombros y espalda recta, mirada al frente, no te fijas demasiado en la gente, sólo en tu camino, con pasos decididos; que han sido reemplazados por una absurda cabeza gacha y avances dudosos, espalda encorvada.
Y es que en realidad da igual. En las dos formas pedía ayuda, en la primera oculta, como esperando que alguien supiese que algo va mal, que hay algo más dentro de la coraza de hierro helada, esperando por alguien que calmase esa tormenta de nieve que consume el alma.
En la segunda a gritos, desesperada, suplicando piedad a la vida antes de desaparecer del todo. Pero creo que oculté tan bien el dolor que ni siquiera yo se llegar hasta él, ni siquiera sé de donde emana. Siento que no hay modo de extirgirlo, y a este punto me da igual.

Palabras de una negra flor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora