XIII. Una ayuda inesperada

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XIII. Una ayuda inesperada

“¿Cómo vamos a saber si los humanos han reportado medicinas desaparecidas?”, pregunto luego de seguir a Cliste por la calle un rato.  Astra va a mi lado.  El detective no me responde, pero la gata blanca sí lo hace.

“Cliste tiene un contacto”, dice ella simplemente.  Eso se supone que me debe tranquilizar, pero la verdad es que me deja con muchas más dudas.  Sé que no voy a obtener más información de ninguno de ellos dos pronto, así que decido cambiar de tema.

“¿Ustedes dos son pareja?”, pregunto.

Astra no se altera.  Me mira mientras seguimos caminando. 

“¿Qué te hace suponer eso?”, me pregunta de vuelta.

“Pues...”, la miro nuevamente para asegurarme de que no se esté burlando de mí, pero está seria. “Pues él es un gato... Y tú una gata... Y viajan juntos. ¿Son pareja o no? A menos que sean parientes.  ¿Son hermanos, quizás?”

Astra sigue caminando inexpresiva.

“¿Primos?”

Astra sigue caminando inexpresiva.

“¿Amigos de infancia?”

Astra sigue caminando inexpresiva.

De pronto vemos que Cliste se mete a una casa vieja.  En sus ventanas tiene rejas y su fachada es muy bonita.  Cliste pasa entre las barras y desaparece dentro.  Astra no dice nada y lo sigue.  Yo miro bien hacia los lados para asegurarme de que ningún humano nos esté viendo y entonces me meto también.

La casa por dentro es impecable.  Está limpia y todo está en su lugar.  Los pisos reflejan de lo pulidos que están.  No obstante, es una casa oscura.  Vieja y oscura. 

Cliste nos guía por la sala hasta un pasillo que lleva a unas escaleras.  Las sube hasta un tercer piso, en donde sigue por un pasillo hasta una puerta que está entreabierta.  Ésta da a una azotea, desde la cual se domina buena parte de ese rincón del distrito.

Y ahí, parado en un borde observando cómo todos en la calle vienen y van, está un perro viejo.  Grande y flaco, pero parado dignamente.  Yo de inmediato me pongo detrás de Astra.  Me han enseñado desde pequeño a desconfiar de los perros.  Pero aquí estoy frente a uno.

“Hola, Ringo”, saluda Cliste acercándosele.  Yo estoy al borde del pánico.  No puedo creer que se exponga así.  Todos saben que los perros odian a los gatos.  Lo va a matar.

“Hola, Cliste”, responde cansadamente el perro.  Yo me sorprendo.  Astra se da cuenta de eso y sonríe. “¿Qué te trae por aquí?”

“Necesito información.  Y sé que si alguien tiene información en este distrito eres tú”

“Oh, Cliste”, el perro ríe y todo su cuerpo se sacude. “Sólo tú eres capaz de venir a adular a un viejo perro como yo a cambio de algo.  Ningún otro gato se atrevería a eso”

“No veo por qué no.  Estás viejo y cansado y débil.  No me podrías hacer daño aunque quisieses.  Además, no estoy solo.  Estoy con mis dos guardaespaldas”

El perro se voltea lentamente hacia nosotros y se nos queda mirando.

“A ella la conozco.  Astra”, Ringo asiente la cabeza respetuosamente. “Pero al pequeño no. ¿Quién eres, niño?”

“Me llamo Dalton”, respondo dando un paso al costado, de tal manera que ya no estoy protegido por Astra. “Y no soy niño”

“Oh, uno que responde”, el perro nuevamente se ríe y todo su cuerpo se sacude. “Dime, muchacho, ¿qué haces con Cliste? ¿Eres su guardaespaldas, como él dice?”

“¿Por qué preguntas?”, respondo antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo. “¿Me vas a ofrecer trabajo?”

El perro me mira sorprendido por un instante, con las cejas elevándose.  Cliste lo observa interesado.  Curioso.  Sin ninguna pizca de miedo en su cuerpo.  Cuando Ringo se ríe nuevamente, sacudiendo otra vez todo el cuerpo, Astra y yo sentimos alivio.  Cliste, en cambio, pareciera estar tomando nota mental de lo sucedido.

“Me gusta tu amigo”, le dice al detective. “¿En dónde lo encontraste?”

“Sinceramente ya no recuerdo.  Y estoy seguro de que podrán conversar por horas de horas sobre la historia de Miraflores.  Pero eso tendrá que ser en otra ocasión.  Por el momento tenemos un asunto urgente con el que necesitamos ayuda.  Y no mucho tiempo”

“Oh, ¿estás en un caso?”, el perro bajó la cabeza y la puso a la altura de la de Cliste. “Cuéntamelo todo. ¿Qué es lo que estás investigando?”

“Asesinato. ¡Asesinato múltiple, ni más ni menos!”, responde Cliste.  Esto emociona a Ringo, que eleva su cabeza, respira con dificultad un par de veces y luego mira en todas direcciones.  Finalmente baja la cabeza nuevamente a la altura de la del gato y le habla en voz baja.

“Y dime. ¿Ya sabes quién fue?”

“En eso estoy.  Para confirmar mi teoría necesito tu ayuda”

“Oh, qué emocionante”, luego se dirige a mí. “Siempre me gusta ayudar a Cliste.  Es tan emocionante”

Yo no le respondo.  Solamente lo observo.  No puedo creer que vayamos a trabajar con un perro.  Si mis amigos se enteraran, nunca me volverían a dirigir la palabra.  Cuando el perro pasa caminando pesadamente junto a mí para entrar por la puerta por la que nosotros llegamos, dudo antes de seguirlo.  Cliste se da cuenta de eso y se para junto a mí.

“¿Va a ser un problema que estemos siendo ayudados por un perro?”, me pregunta, yendo de frente al grano.  Yo no sé qué responder, pero termino negando con la cabeza.  Después Astra y Cliste se apresuran en seguir a Ringo.  Yo me demoro unos segundos, pero eventualmente lo hago.

Los gatos de MirafloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora