9 La Historia del Ladrón

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Bryce Lawrence sintió el vértigo desmedido del viaje entre sombras sin control. Reyna se le escapó de las manos y vio a Kuromori aferrarse a ella. Bryce trató de concentrarse de a dónde tenían que ir, o al menos él, para no terminar destruidos en millones de partes alrededor del mundo.

Perdió el conocimiento, el ataque de la kusanagi fue más poderoso de lo que imaginaba.

Y entonces lo recordó todo.

—Prestaste juramente ante la Legión. Has quebrantado sus normas. Has infligido dolor. Has matado a tu propio Centurión—dijo Nico di Angelo, con el más grande y puro odio que Bryce alguna vez hubiera escuchado.

— ¡Yo...yo no he hecho nada! Yo...

—Deberías haber muertos por tus delitos. Ése era el castigo. En cambio, fuiste desterrado. No deberías haber vuelto. Puede que tu padre Orco no le gusten las promesas rotas, pero a mi padre Hades no le gustan ni un pelo los que se libran de sus castigos.

— ¡Por favor!

—Ya estás muerto. Eres un fantasma sin lengua ni memoria. No compartirás ningún secreto.

— ¡No! —El cuerpo de Bryce se oscureció y se llenó de humo, mientras era arrastrado por la tierra hasta el pecho—. ¡No, soy Bryce Lawrence! ¡Estoy vivo!

— ¿Quién eres?

Bryce comenzó a disolverse entre miles de millones de almas.

—Esfúmate.

Bryce sintió su alma destrozarse en lo más doloroso y cruel de su vida entera.

Su mente actuó por un instinto básico de supervivencia; No dejar de existir.

Hizo un último viaje entre sombras, sin rumbo, sin propósito. Sólo intentando desesperadamente escapar de allí, alejarse lo más que pudiera del hijo de Hades.

Al despertar vio su cuerpo despedazado en tinieblas, al lado de un río oscuro.

Al tratar de ver su reflejo no vio nada.

Poco a poco pudo hacer que las tinieblas despedazadas de su cuerpo pudieran juntarse para caminar. Tenía un hambre abrumadora en medio del baldío interminable en el que andaba. Caminó días enteros hasta llegar a las luces de una ciudad. Al llegar se encontró con casas y castillos monumentales japoneses.

Fuera de cada casa le ofrecían alimentos.

Su hambre abrumadora le exigía aceptarlos, pero una voz de su subconsciente le decía que se resistiera, que no comiera nada. Cayó en la calle y al despertar estaba en un templo magnifico. Frente a él había un trono impresionante decorado con dragones japoneses y cadáveres, todo del color negro de las cenizas.

—Levántate—dijo la voz de una mujer en japonés. Pero Bryce comprendió perfecto la lengua.

Bryce obedeció.

—Tú no eres de mis tierras—dijo la mujer sentada en el trono negro.

El chico negó.

La mujer movió una mano en el aire y Bryce sintió como escrutaba su alma.

—Bryce Lawrence, hijo de Orco. Traidor a la Legión. Buscas venganza.

Bryce asintió llorando de ira.

La mujer se levantó el cabello negro de la cara y dejó ver el rostro más hermoso que alguna vez hubiera visto el chico. Una mujer japonesa con la mirada triste y furiosa, llena de deseos de venganza. La mujer se levantó y dejó ver un kimono del color de la sangre. En dónde se veía su piel desnuda, ésta estaba arrancada con agresividad y llena de quemaduras.

— ¿Tienes alguna idea de quién soy, hijo de Orco?

Bryce sintió el poder que la mujer emanaba.

—Una diosa...—la mujer sonrió complacida—. La diosa emperatriz de la muerte y del infierno.

Bryce vio todo a su alrededor y su cabeza empezó a darle las respuestas sin pedírselas.

—Este es el Yomi. El infierno Japonés. Y usted es...

—Izanami—respondió la diosa con severidad—. La diosa creadora de todo el mundo, la realidad, el tiempo y la misma muerte.

Bryce se arrodilló por el enorme honor.

—Hijo de Orco, yo puede ayudarte a encontrar la venganza que tanto anhelas. Si tú me ayudas a conseguir la mía. Deberás jurarme lealtad, te volverás mi caballero samurái.

—Lo que ordene, Izanami. Ahora estoy a sus servicios.

La diosa se rió con crueldad.

El entrenamiento en Mado, los kanjis, el uso de la katana y lanzas fueron abrumadores. Y de no haber estado muerto ya, Bryce sabía que su cuerpo ni alma habrían sobrevivido. El hambre era abrumadora, pero no comió nada. Conocía las reglas, si comía algo por más pequeño que fuera dentro del Yomi jamás podría salir de nuevo, ya la venganza que tanto anhelaba él y su señora jamás sería llevada a cabo.

La diosa enseñó a templar su katana de oro imperial, templada en las aguas de los ríos del infierno Yomi.

Izanami le enseñó todo.

Le explicó que debía hacer.

Le dijo cómo sembrar la discordia y traer las guerras que ambos anhelaban.

Ambos verían destruidos a todos los que los traicionaron.

Esperaron el momento indicado, un mortal imbécil entró al templo de Susano-wo, dejando abierta una brecha al mundo humano que Bryce aprovechó. Después de eso, sólo fue cuestión de semanas para que el chico siguiera con su plan.

Cuando Bryce despertó se encontraba en lo alto de los muros de Troya, con un laberinto infernal creciendo debajo de él. Su más grande creación, su más grande monstruo. El Laberinto Yomi.

Debajo de ellos vio a Kuromori tratando de despertar desesperado a Reyna.

Bryce sintió heridas serias en su cuerpo.

Fue a su trono haciendo que el Laberinto le abriera camino directo.

La pretora y el samurái de Inari no sobrevevirían a ese monstruo.

La Lanza de la CreaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora