8 De Yureis, lemures y otros Espectros

28 3 0
                                    

Era extraño sentirse más Gainji en Estados Unidos, dónde había vivido muchos años, que en Japón. Kenny veía todo a su alrededor como algo totalmente ajeno ya, monstruos, semidioses y dioses romanos, sí prefería Japón. Japón y sus apacibles vampiras decapitadas, o árboles bebedores de sangre.

El atardecer en Estados Unidos era extraño.

Era casi como si el Sol fuera totalmente otro.

El viento.

La Tierra.

Todo era como si fuera otra cara del mismo elemento del que ya se había acostumbrado en Japón con Kiyomi, su papá, Genkuro-sensei...

Decidió mejor no pensar en eso.

— ¡¿A dónde vamos?!—Gritó Kenny para hacerse escuchar entre el viento a toda velocidad.

— ¡A los muros de Troya!

— ¡¿Qué?!

Reyna hizo un movimiento con la cabeza que pedía que ya no preguntara.

Pasaron a velocidades imposibles por montones de carreteras abandonadas hasta quedar a las orillas de un océano picado por la Luna recién saliente. Kenny sintió escalofríos intensos, en esos sitios había habido muchísimas muertes sin ritos funerarios adecuados. Eso era malo. Eso siempre era muy, muy malo.

El espectro de un morado putrefacto que destrozó la moto de un alarido demostró ese punto. Reyna acabó rodando sobre sí misma del impacto y se levantó como si nada, Kenny no tuvo tanta suerte y se quedó en el piso sintiendo los huesos de todo su cuerpo reclamarle ser tan imbécil.

—Lemures—indicó Reyna—. Fantasmas violentos.

—Es bueno que lo aclares—dijo con dificultad Kenny.

Escuchó como la pretora se deshacía del espectro mientras se levantaba.

Un segundo espectro, esta vez de color gris se lanzó con las manos en forma de garras contra la pretora, que apenas y pudo defenderse. Kenny sintió a la kusanagi vibrando mientras la invocaba, partió por la mitad al fantasma.

—Yureis—aclaró Kenny—. Fantasmas muy, muy agresivos y violentos.

—Gracias por la aclaración, Kuromori.

Kenny ayudó a Reyna levantarse y los dos se pusieron espalda contra espalda mientras un montón de espectros romanos y japoneses los rodeaban sin dejar ver otro horizonte que no fueran sus lamentables almas. El chico se sentía verdaderamente extraño, la postura de Reyna no correspondía en nada a lo que él estaba acostumbrado y sintió la incomodidad de la semidiosa con la postura de Kenny.

No hubo tiempo de aclaraciones, los fantasmas se lanzaron contra ellos.

La pretora los recibió con tajos tan poderosos que hacía desparecer a montones de lémures y yureis de un solo ataque. Kenny hacía lo suyo con los movimientos rápidos de su kusanagi. Parecían un huracán de oro y hierro destrozando a todos esos espíritus que se les ponían enfrente.

Los espíritus fueron reduciendo en número hasta que sólo quedaban Kenny y Reyna agitados y llenos de heridas y sudor en medio de la carretera abandonada.

—Troya—dijo jadeando Reyna.

— ¿Troya?

Reyna señaló escombros a unos cuántos kilómetros de allí.

Kenny vio montones de ruinas quemadas y destruidas.

—Los Dioses del Olimpo se mueven a otros imperios, y con ellos todos sus sitios importantes. Allí está Troya.

Kenny contemplaba todo asombrado hasta que sintió un puñetazo inhumanamente poderoso en el estómago que lo sacó por los aires.

— ¡Kenneth!—Escuchó gritar a Reyna.

Una risa ácida; El Lobo Oni.

Una batalla entre katana y espada romana.

Un quejido débil de Reyna.

Mientras Kenny intentaba levantarse vio al Lobo Oni acercarse a él con Reyna colgando de su cuello. En la mano libre llevaba la Ame-no-nobuko.

—Kuromori. El caballero samurái predilecto de Inari. Eres un problema más grande del que creí. Y como nuevo emperador debo asegurarme que los problemas como tú desaparezcan.

Kenny vio un brillo verde en la punta de la lanza y cerró los ojos esperando el golpe.

Entonces la kusanagi desvió el ataque e inundó a los tres en un tornado de oscuridad.

La Lanza de la CreaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora