7 único Recurso

48 9 0
                                    

Reyna sintió un nudo horrendo en su interior apretarse al ver a su hermana siendo ahorcada por Bryce Lawrence, aún más viéndola desaparecer absorbida por las sombras. El impacto duró más de lo que le habría gustado. Sabía que a su alrededor la guerra entre los lobos de Lupa y las bestias divinas japonesas se desataba cada vez con más fiereza. Sabía que había una cantidad considerable de amazonas heridas.

Pero lo único en lo que podía pensar era que no pudo salvar a Hylla.

Vio a Kenneth siendo aprisionado de nuevo por las amazonas enloquecidas de ira.

O no aún.

Más que su hermana, también estaba la amiga de Kenneth, Kiyomi. Y al parecer el asunto contra el Ex Legionario se había vuelto personal. Reyna tenía una mínima idea del poder que Bryce podía alcanzar con la Lanza que le había robado a los dioses japoneses. Si dejaban pasar más tiempo, el chico sería imparable y desataría suficiente discordia para crear una guerra entre ambos pueblos.

Bryce debía ser detenido ya.

No tendría tiempo de convocar a sus Legionarios, ni un tropel de guerra (por la estúpida burocracia romana), ni un pequeño equipo de ataque; estaba demasiado lejos del Campamento Júpiter. Lupa no accedería a ayudar a la pretora teniendo los problemas con las bestias. Las amazonas no comprenderían razones. La única opción de combate era Kenneth Kuromori, que además conocía el estilo de combate samurái y era conocedor de los monstruos que Bryce usaría para intentar detenerlos.

Reyna caminó entumecía de odio hacía las amazonas que se llevaban a Kuromori encarcelado de nuevo. La pretora ordenó con la vista a las guerreras que se apartaran de su camino. Tomó por el cuello a Kenneth que la vio asustado y molesto. La chica deseó que entendiera las indicaciones que le hacía con la mirada.

Elevó al chico tomado por el cuello.

Kenneth gemía asfixiándose.

Cuando Reyan estuvo segura ya, soltó al samurái y dio una patada que derribó a una hilera de amazonas. Kenneth alzó una muralla de llamas que les permitió escapar de las guerreras al menos momentáneamente.

— ¿En qué nos largamos de aquí?—Preguntó Kenneth.

Reyna vio varios vehículos destruidos y otros pocos intactos.

— ¿Sabes conducir motos?

Kenneth se rió nervioso.

—Más me vale que sí.

Los chicos subieron a una de las motocicletas de las amazonas y salieron disparados lo más rápido que pudieron de allí. Pocas amazonas los persiguieron, tenían cosas más importantes en las que concentrarse.

Kenneth condujo por una carretera abandonada hasta que Reyna le indicó que se estacionara fuera de un restaurant, lo que la hizo recordar que hacía unas horas estaba en su sitio así con su hermana.

Gajes del oficio en la vida de una semidiosa.

Cada uno con hamburguesas y malteadas comenzaron a discutir.

— ¿Quién demonios es Bryce Lawrence?

—Semidiós renegado. Hijo de Orco, un dios del infierno Romano, específicamente del castigo y las promesas rotas. Vi como fue asesinado, o al menos convertido en fantasma hace unos meses. ¿Qué es lo que robo?

—La Ame-no-nobuko. La Lanza de la Creación, la usaron los dioses Izanami e Izanagi para crearlo todo en la realidad. ¿Por qué "renegado"?

—Asesinó a su Centurión, su jefe en tropel. Tiene problemas personales contra mí, lo he vencido anteriormente e hice que lo expulsaran de la Legión. Mi amigo lo asesinó protegiéndome. Es claro que quiere destruir Roma. ¿Cómo pudo enterarse de los dioses japoneses?

—No tengo ni idea. Pero si es un hijo de un dios del infierno romano, la idea de que se encontrara con dios del infierno japonés no suena tan descabellada. ¿Qué crees que pueda tener contra Japón?

—A Bryce le gusta el poder, la fuerza y la crueldad. Creo que sólo quiere destrucción a como dé lugar. ¿Cómo puedes detener a alguien esa Lanza?

—No tengo ni idea.

Ambos eran cautos con sus preguntas.

Ninguno preguntaba nada relacionado a como defendían sus países, a sus formas de combate o materiales de lucha. Sólo lo necesario para el combate que se avecinaba a instantes. Reyna deseó que ojalá así fueran todos sus soldados.

— ¿Quién más sabe de...bueno...lo qué soy en realidad?

—Yo y Lupa. Solamente.

Kenneth no tuvo que decirlo, pero estaba claramente tranquilo por eso.

Acabaron sus hamburguesas y malteadas. Comenzaría a atardecer pronto y debían moverse. Reyna sabía que una semidiosa moviéndose en una carretera de noche era una idea terrible, pero no podía dejar pasar más tiempo.

— ¿A dónde pretora?

—Conozco el sitio en el que el bastardo de Bryce se ocultara, yo conduzco.

La Lanza de la CreaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora