Perro caliente

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★★★

Habíamos salido ya de la tienda, agradecimos la atención, pagamos, me despedí sigilosamente de William y con las bolsas con la ropa nueva caminamos hacia el auto.

- Lo has hecho bien, bonita~

Inició la conversación.

¿A qué se refiere? ¿Lo notó? ¿Se dió cuenta?
Dios, estoy perdido...

-No haz intentado nada raro, se vé que valoras tu vida.

Añadió.

-Y será mejor que así sigas, sino.

-Sino me matas, lo sé.

Interrumpí, hablando por primera vez, y a mi sorpresa el no se mostró disgustado, no supe el por qué, tal vez estaba feliz.

¡Tal vez hoy me libere!.

Si, ajá. Ni tú mismo te lo crees Jair.

Pensé, era obvio que él nunca haría eso, no al menos en sus 5 sentidos.

Entonces... ¿Por qué actuaba tan diferente?.

Fácil, estábamos en público, y seguramente "un hombre como el" no podría manchar su reputación.

Cuando menos lo noté ya estábamos en el auto, y estábamos poniendolo en marcha, marcha de un auto que nos llevaría a quien sabe dónde.

-Hey, guapa.

Llamó mi atención, mirándome por el retrovisor.

-Ven aquí.

Ordenó, dando palmaditas al asiento del copiloto que estaba vacío.

-¿No oyes? VEN AQUÍ.

Ordenó con la voz más grave de lo normal, lo cual me asustó un poco.
Tal vez la imagen de tío bueno había acabo, o más bien.
Yo había acabado con ella.

-...

Permaneciendo en silencio, me pasé por en medio de los asientos, y por sorpresa, el hombre metió la mano por debajo de la falda que llevaba puesta, masajeando mi glúteo, tocando el bordado de la braga.

-Tienes un hermoso culito, ¿Sabías?. Me vuelve loco, ¿Te parecería si te la meto aquí mismo?

Dijo, yo solo me quedé petrificado entre los dos asientos, no sabía que decir, o qué hacer.
En una sola maniobra, aparcó el auto en un callejón.

-Vamos, ya no aguanto, mira, toca.

Dijo, tomando mi mano, acercándola a el bulto que se había formado en sus pantalones, así sentado, podías ver lo tan grueso que estaba.
Mi corazón latía a más no poder, era algo extraño, de todas las veces que lo habíamos hecho no me había sentido así, ¿Vomitaría?.

-Vamos, tocamela, quiere que la acaricies. ¿Ves lo que provocas?

Tomó el control de mi mano, y la estaba frotando en toda su masculinidad, mientras dejaba escapar roncos gemidos.

-Veo que te gusta...

Señaló a mi entrepierna, mi pene había logrado safarse de la braga y levantando la falda, salía a saludar.

-Déjame intentarlo, no te detengas, ahhh~.

Tomó con su mano mi pene, y comenzó a masajearlo con la palma de su mano, luego con un dedo pasó en círculos mi glande.

- Se-ñor. Ngah~

Gemí rojo, tapando mi cara con una de mis manos, con la que tenía libre.

-Mira, ya empezó a gotear.

Exclamó, adentrando mi mano por debajo de su pantalón, toqué su boxer, estaba algo empapado, y luego, hizo que metiera mi mano por debajo de este, podía sentir su sudor, el vello que había ahí solo lo aumentaba, hizo que acariciase la cabeza de eso que lo hacía ser hombre. Así como el estaba haciendo conmigo.

-Dime a qué huele el sudor de mi verga.

Sacó mi mano de su entrepierna y la colocó en mi nariz.

Olía, olía raro... Como a una mezcla de... Es difícil de explicar, y no lo podía describir.
Pero eso solo me hacía sentirme más caliente.

¿Es así como huele la escencia de un hombre?


Me hizo lamer el poco líquido pre seminal que había en mi mano, y así hice, era algo aún más excitante.

Sin saberlo, o más bien, sin darme cuenta algo dentro de mí ya no aguantaba, y quería recibir todo eso que el mayor se guardaba en las piernas.

Caliente no pienso con la cabeza con la que debería.

Sin darme cuenta ya estaba sentado sobre el mayor, frotándome contra su miembro, cada que el hombre abría más las piernas podía sentir más de aquello.
Mi corazón estaba como loco, y el hombre debajo mío lo notó cuando pasando una mano por debajo de la blusa de marinero, podía sentir las pulsaciones de este.

-No te vaya a dar un paro cardíaco, sé que soy caliente, pero no pensé que tanto.

Dijo con arrogancia, y entonces recordé: había guardado el número de William en mi brasier. Por lo que rápidamente alejé la mano del hombre de mi pecho y la coloqué en mi cadera, junto con la otra.

-¿Ansioso?

Me dijo, mientras hacía el frote de mi retaguardia contra su falo más intenso, se acercó a la guantera y de ahí, sacó un condón, que abrió con la boca, en un corte perfecto.
Lamió mi oreja y me hizo para adelante un poco.

-Hoy no quiero mancharte, ni mancharme a mí menos.

Dijo, poniéndose el preservativo en toda la extensión su masculinidad...


Recién llegado, recién secuestrado y próximamente torturado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora