Cuando vea el mar

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Escuchó el pitido del tren, convertido en melodía por la
distancia. Pronto se marcharía de ese lugar y pondría kilómetros
de por medio entre las gentes, los paisajes y su casa. Pronto, todo quedaría
atrás y trataría de olvidarlo lo antes posible, aun sabiendo
que le iba a costar hacerlo. Pero lucharía contra los malos recuerdos
y conservaría los buenos entre los pliegues de su alma.

   
Un soplo de viento frío procedente de las montañas la reconfortó
paulatinamente y la ayudó a concentrarse en luces de colores, en
risas, en caricias derramadas por el cuerpo de su marido, en susurros,
en sonrisas…

El viento
la envolvió como si llevase en sus manos una fina tela prendida
de escarcha y quiso respirar hondo para sentir el aire en sus pulmones.
Ese aire fresco sería una de las pocas cosas que jamás olvidaría…
jamás.

   
El tren apareció de repente y obligó a la mujer a volver
a la realidad. Subió en uno de los vagones y después de desembarazarse
del abrigo, se sentó cómodamente y dispuesta a disfrutar
del paisaje. Pegó sus manos al cristal ansiando que el mundo transcurriera
delante de ella y que cada nuevo árbol, pueblo o montaña
superarse con creces lo ya visto, porque necesitaba creer que una vez dejadas
atrás esas montañas tantas veces vistas, ese pueblo en el
que nació, esos árboles que plantó ayudado por su
marido, todo lo que la esperaba iba a ser distinto.

Ya no quería
sentirse sola nunca más. La soledad había llamado a su puerta
y estaba harta de tener siempre su rostro enfrente y de soportar esa mirada
fría, que como dos témpanos de hielo, se le clavaban como
cuchillos en el razonamiento.

   
Atrás, todo atrás. Seguir adelante haciendo todo lo posible
para luchar contra la soledad y la apatía.

   
Seguir adelante… Pero los buenos pensamientos la abandonaron de repente.

   
Clavó la mirada en las espaldas de un hombre, vestido con un traje
de color negro. El hombre no se movía y más bien parecía
una estatua que aguanta estoicamente el frío. Ella cerró
los ojos, abriéndolos a continuación, pero el hombre seguía
ahí, pero esta vez enseñando su cara. Se despegó del
cristal con la sangre golpeándole en la garganta he impidiéndole
gritar. Pero era él, su marido, aquel al que había enterrado
dos días antes, aquel que ayudado por una bala que viajó
hasta su cabeza, se dejó llevar por los oscuros abrazos del dolor,
que luchando contra su voluntad, consiguió llevárselo para
siempre.      Aquel, que la palabra suicidio cobró
fuerza  en su interior y que decidió cortar el hilo que lo
mantenía con vida.

   
Él comenzó a acercarse al vagón del tren. Sus pies
no tocaban el suelo y parecía  que el gélido viento
le hubiese dejado su estela para desplazarse. Ella respiró hondo,
volviendo a cerrar los ojos pero de nada le sirvió. El frío
se agarró al cristal para devorarlo, dejando únicamente un
espacio en medio para que la silueta de él quedase enmarcada.

   
- No puede ser, estas muerto… muerto.

Él
comenzó a mover los labios. Pero ella no podía entender que
es lo que decía. Trató de concentrarse en los movimientos
de los labios, pero no consiguió dilucidar ninguna palabra.

   
El tren comenzó a moverse. Un leve tirón estuvo a punto de
hacerla caer al suelo, pero pudo mantener el equilibrio. Tan solo unos
instantes invirtió en mirarse los pies y en volver a levantar la
cabeza hacia el cristal, comprobando que él ya había desaparecido.
El cristal había cobrado si nitidez y enseñaba el paisaje
en lento movimiento. Se acercó a él para saber si su marido
continuaba en el anden, pero este ya no estaba.

Se sentó
abrumada y consternada sin saber muy bien por qué se encontraba
tan cansada. Las piernas le enviaban mensajes de dolor y las manos parecían
haber sido atacadas por cientos de hormigas. Se las frotó lentamente,
la una con la otra, sintiendo un agradable calor que consiguió atenuar
el hormigueo.

Necesitaba
unos instantes para pensar en lo que había experimentado. Trató
de darse una explicación lógica, achacando al estrés
que sufría desde hace un tiempo, como el perverso culpable que le
había proporcionado tan mala experiencia. Necesitaba relajarse y
dejar de lado  el miedo y comenzar a vivir expresamente con el objetivo
de tratar de ser feliz.

Leyendas Urbanas 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora