Historia de un vampiro

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Era
el año 1527 y nos encontramos en la Italia del Renacimiento… Yo
era, por aquel entonces, un chico de diecisiete años más
o menos alto, con el pelo cubriéndome hasta los hombros y unos ojos
verdes de esos que en cuanto los miras no puedes apartar la mirada hacia
otro lado. Aunque da igual lo hermoso que seas cuando no tienes ni una
moneda de oro en el bolsillo y sobrevives sólo con la caridad de
las gentes o mendigando de vez en cuando.

En fin, a pesar
de todo, llevaba una vida tranquila y casi nunca me metía en líos
con nadie… hasta que me encontré con Jorge, otro chico de unos diecinueve
años. Él era español. Del norte, según me dijo
un día; era un amante del mar y de los barcos que comerciaban por
aquella época en España. Lo primero que me cautivó
de él fue su aspecto: tenía la tez muy blanca y observé
que nunca hacía el mínimo esfuerzo por abrir la boca y no
sabía la razón de por qué.

Enseguida entablamos
amistad y, aunque parezca extraño, fue él el que me enseñó
los caminos extraños para orientarme por las suntuosas calles de
Italia aun teniendo yo toda la experiencia que creía tener.

*  
*   *

El tiempo voló,
al igual que vuelan las horas en un reloj. En un abrir y cerrar de ojos,
nos encontrábamos ya en el año 1530. El tiempo fue generoso
con Jorge, pero conmigo (por cierto, me llamo Marco aunque por aquella
época era Marcus) fue un poco más cruel. Yo tenía
veinte años y, sin embargo, él siempre conservaba su aspecto
aniñado que llegó a  conservar durante toda su vida.
Jamás me llegó a contar su secreto, pero desgraciadamente
lo logré averiguar personalmente sintiendo como todo su ser penetraba
en mi alma mortal que pronto se convertiría en un alma inerte, sin
vida. Me demostró que él era un ser sobrenatural y también
me demostró que yo podría serlo con él. Al final lo
logró y llegó a convertirme en un… ¡vampiro!

Ahora, a pesar
de los siglos que llevo “disfrazado” en este cuerpo del diablo, aún
no he conseguido acostumbrarme a él. No puedo controlar alimentarme
de sangre, aunque intente evitar ese horror; no puedo hacer que mis víctimas
no sufran, aunque yo desee aliviarlas el dolor.

No sé
si mi alma estará libre de todo pecado y, si no es así, que
Dios se apiade de mi desgraciada alma inmortal. Sólo le pido a Él
que me acoja en su seno a pesar de que sea un Hijo de las Tinieblas.

En este momento
me encuentro generosamente bien, ya que el destino me a guiado hasta Alessandra,
la hija de mi madrastra, haciendo que por primera vez en mi “vida” me enamore.
Ella es, por así decirlo, mi ángel; sabe quién y lo
qué soy y tengo que decir que me sorprendió sobremanera al
insistir en que la mordiera y así convertirla en lo que hoy es.

El amor que
siento por ella es indescriptible, pero también siento un profundo
afecto (e incluso llegaría a afirmar que también es amor)
por mi camarada Jorge. Él me convirtió en lo que soy ahora
y, gracias a eso, mi amada estará eternamente a mi lado. En este
siglo XX es más fácil subsistir y Jorge y yo nos alimentamos
cada noche juntos, llegando incluso a beber la sangre de cinco víctimas
en una sola noche.

Si le preguntamos
a un mortal qué le pide a la vida, seguro que él respondería:
“Le pediría lo único que no me puede dar: tiempo”. En nuestro
caso, eso es lo único que nos sobra a nosotros y si alguien me hiciera
a mí esa pregunta, yo le respondería: “Le pediría
lo único que no me puede dar: a Dios”.

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