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Qué a gusto estoy. Repaso mentalmente el estado de mi cuerpo: piernas y brazos relajados, laxos; pies calientes; postura perfecta. Hace mucho que no dormía tan bien, me siento en paz, descansada, por lo que disfruto unos segundos más antes de abrir los ojos.

Hoy es...jueves. No, viernes, porque ayer fui a mi nueva clase de meditación. Me lo ha recomendado Carmen, la compañera de trabajo, cuando le comenté mis problemas con el sueño. No estuvo mal la clase, de hecho... ¡Oh dios mío! Abro los ojos y en la penumbra me doy cuenta de que no es mi habitación. Estas sábanas oscuras no me pertenecen, ni tampoco el armario enfrente de mí.

Me giro suavemente, intentando que el colchón no se mueva mucho y ahí, a mi lado, está la confirmación de mis sospechas. Duerme boca abajo, emitiendo un ligero rumor que no llamaría ronquido.

Suspiro frustrada, elevando mis brazos por encima de mi cabeza. Con la mirada fija en la lámpara me regaño a mi misma por haberme quedado dormida.

Soy un desastre. Decidí apuntarme a esas clases para intentar encontrar un método efectivo para poder dormir sin recurrir al sexo ¿y qué hago? Ligar. Odio cuando soy así, cuando soy incongruente con mis decisiones.

Vuelvo a mirarle y me pregunto qué hago aquí. Esto es absurdo. Estoy con un hombre al que apenas conozco en su casa, en su cama, desnuda. ¿Cuánto hace que no duermo con alguien toda la noche?

Despacio, retiro las sábanas y me siento en el borde de la cama. Un bostezo sale de mi boca mientras estiro mi espalda. Este hombre tiene el mejor colchón en el que he dormido en mi vida. Noto cada vértebra, cada músculo de mi espalda relajados, sin tiranteces. ¿Cómo se llama? Carlos. No, espera. ¿Claudio? Vuelvo a girarme y le observo la cara. Me rasco la frente pensativa, sin acordarme de su dichoso nombre. Empieza por C, de eso estoy segura. Creo.

Lo mejor será que me vaya antes de que se despierte. Así evito tener un posible momento bochornoso al no acordarme de su nombre. Mis tripas rugen, ansiosas por que las dé algo de comida, pero tendrán que esperar a que llegue a casa.

A mis pies encuentro mi ropa interior. Primero una pierna, después otra. Justo cuando abrocho el sujetador y estoy a punto de pasar los brazos por los tirantes oigo un "Buenos días". Me daría de cabezazos contra la pared pero me abstengo y, después de devolverle el saludo en un tono de voz bajo y monótono, me levanto a buscar mis pantalones saliendo de la habitación.

— ¿Tienes prisa? Voy a hacer el desayuno.

Se encuentra a mi espalda, le veo por el rabillo del ojo, mientras me afano en subir las mallas por mis muslos.

— Eh... No gracias, tengo que irme.

— Ana ¿qué pasa?

Me giro para mirarle y me siento muy violenta y no entiendo porqué. Le he visto desnudo, me ha visto desnuda ¿cuál es mi dichoso problema?

— Nada— le digo desviando mi mirada— ¿Has visto mi camiseta?

— Creo que está ahí.

Me señala un pequeño sofá individual que hay junto a la televisión. Encuentro la camiseta tirada de cualquier forma y la sudadera en el suelo, como si cuando lo tiré, o lo tiró él anoche, se hubiese escurrido hasta caer sobre la alfombra. Y es probable que fuese así.

Creo recordar que el baño está en el pasillo, junto a la puerta de entrada del piso. Cuando me miro en el espejo, veo algo que no me gusta, más bien alguien que no me gusta. Me estoy volviendo loca. No sé que estoy haciendo, sólo sigo mis instintos y así acabo, en la casa de un desconocido que bien podría ser un asesino en serie, un psicópata o qué se yo.

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksWhere stories live. Discover now