14

48 4 2
                                    




Estoy segura de lo que estoy haciendo, este cambio de vida, de aires. Las instalaciones de la universidad son geniales y mi nueva directora de tesis, Carla, me ha parecido simpática y profesional.

Y sin embargo, una pequeña presión en mi pecho me impide respirar con normalidad. No puedo evitar que la inseguridad me invada en algunos momentos haciéndome dudar de todo. Me tumbo en la cama e intento inspirar lo más despacio y profundo que puedo.

Echo muchas cosas de menos, el laboratorio, mis compañeros de trabajo, a Mónica sobre todo. Pero soy consciente de que Juan está en mis pensamientos, dominándolos y doblegando mi voluntad a cada instante. No me arrepiento de la decisión que tomamos, pero ha formado parte de mi vida durante cuatro años. Es la persona que ha dormido, comido, amado, reído y vivido conmigo. Fuimos el centro de la vida del otro y comenzar una nueva etapa sin su apoyo constante es algo nuevo y un poco aterrador al mismo tiempo.

¿A quién acudiré cuando necesite ayuda o simplemente hablar y soltar toda la mierda que pasa por mi cabeza? ¿Quién me apoyará y me dirá que todo saldrá bien? Creo que ese quién, voy a ser yo misma. Tengo que ser mi propio apoyo, mi propia amiga y ser fuerte y decidida.

Ahora vivo con una chica, se llama Claudia. También está doctorándose, aunque de otra especialidad, así que nuestro piso está cerca del campus. A través de alguien de la universidad supe que estaba buscando compañera de piso, la llamé y aquí estoy instalada en este pequeño apartamento de dos habitaciones.

En estos dos meses que llevo viviendo con ella, la rutina es lo que me mantiene a flote. Concentrarme en cualquier actividad como si me fuese la vida en ello, mantiene a raya cada pensamiento oscuro, cada duda.

Claudia me invita a salir pero no tengo ganas, prefiero quedarme en casa. Sé que no puedo estar así eternamente pero... no tengo fuerzas para animarme. Sólo me dejé arrastrar a una fiesta en el piso de una compañera que trabaja conmigo, Carmen. Claudia también estaba invitada a través de un amigo en común y me presionaron tanto las dos durante días que no pude negarme. Tuve una resaca al día siguiente muy grande, pero me lo pasé bien, sorprendentemente bien. Fue un paréntesis, un parón, una noche donde el mundo dejó de girar. Aunque después todo volvió a su lugar y mis pensamientos obsesivos volvieron, quizás con más fuerza.

Y aquí estoy, tirada en la cama, dando vueltas a estos dos meses, a mis sentimientos, autoevaluándome continuamente. Me vigilo esperando que en cualquier momento colapse y me derrumbe sin remedio. Realmente la sensación que tengo es de estar flotando o soñando, como si nada fuese real, como si yo no estuviera viviendo esto.

Suspiro frustrada y tapo mi cara con mis manos. Estoy tan cansada. Uno de los daños colaterales de tomar esta decisión ha sido el insomnio. Al principio pensé que eran los nervios del cambio, pero han pasado las semanas y sigo igual. Tres noches en blanco y una duermo de puro cansancio.

Tengo que salir de casa y dejar de pensar. Me pongo cualquier cosa de manera rápida, mis cascos y el libro que me estoy leyendo, " La tabla de Flandes", y decido ir a la cafetería que está cerca del muelle. Últimamente es mi lugar favorito de la ciudad, por lo que suelo ir al menos un par de veces a la semana. Sentarme y ver el mar mientras leo, me relaja. Los libros siempre han creado en mi cierta adicción, y como no serlo cuando me desconectan de todo lo que hay a mi alrededor y de mi cabeza. Los cascos son sólo para evitar que alguien venga a charlar conmigo, ahora mismo no quiero ver a nadie, es un rato para mí. Es mi señal de "apártate, no te acerques".

Este libro me tiene enganchadísima. De hecho anoche estuve leyendo hasta las cuatro de la mañana. Ya que no puedo dormir, por lo menos me entretengo en algo que me mantiene concentrada. Así que nada más pedir el café con leche, me dirijo a una mesa y me sumerjo en la lectura.

En un cambio de página, levanto un poco la mirada para buscar la taza de café. Por el rabillo del ojo, veo a alguien sentado en mi mesa.

— ¡Por Dios! Me has asustado— exclamo mientras me quito los cascos.

— ¿Sabes que luces encantadora mientras lees?

No entiendo nada y creo que estoy con la boca ligeramente abierta, totalmente desconcertada. Le observo y me resulta vagamente familiar. No logro ubicarle en mis recuerdos, pero su aspecto es realmente conocido.

— ¿Quién eres?

— Vaya, no esperaba esa contestación por mi cumplido.

— Perdona— le digo recordando mis modales— me resultas familiar y no recuerdo dónde te he visto. ¿Nos conocemos?

— Algo así. Tenemos amigos en común.

— Vale— le digo con cautela— ¿y necesitas algo? Lo digo porque estás sentado en mi mesa.

— Sí, necesito una cita.

— Felicidades— le sonrío sin humor— ¿Y?

— Una cita, tú y yo. ¿Qué me dices?

En principio no sé como reaccionar, mi cara tiene que ser un poema ahora mismo. No se puede negar que el chico es directo. Me mira como esperando una contestación, pero la situación me parece tan ridícula que me da la risa y empiezo a reírme, primero bajito, pero después se me escapan unas carcajadas.

— ¿He dicho algo gracioso? Porque creo que no— intenta ponerse serio pero una ligera curvatura en sus labios me hace saber que está disfrutando de la situación.

— Perdona, perdona— intento contenerme y comportarme— es que me has pillado por sorpresa.— luego me pongo lo más seria que puedo— No.

— Me imaginaba esa respuesta. Pero déjame convencerte: tú y yo, una cena, un paseo por la playa, conocernos y...

No dejo que siga.

— ¿Qué parte de "no", no entiendes?

— No muerdo, te lo prometo. Sólo te he visto aquí sentada, te reconocí y me ha apetecido invitarte. Simple— y se encoge hombros mientras se apoya en el respaldo de la silla.

Sigo sin saber quién es y estoy deseando preguntarle de qué nos conocemos, pero no quiero alargar esta situación ridícula.

— No estás acostumbrado a que te digan que no ¿verdad?— le miro sonriendo de manera socarrona.

Me parece ver una pizca de asombro ante mi respuesta, pero enseguida me sonríe. Supongo que será la sonrisa que les da a todas, me resulta artificial, usada.

— ¿Por qué me dices eso? Sólo estoy intentando hablar contigo, tener una charla nada más.

Suspiro y me incorporo un poco en la silla apoyando mis brazos en la mesa.

— A ver como te lo explico para que me entiendas— le miro y veo que pone cara de escuchar atentamente— No quiero cita, no quiero cena, no quiero paseo por la playa y no quiero conocerte— hago una pausa para buscar las palabras y el tono adecuados para no parecer una zorra sin escrúpulos ni sentimientos. Él abre la boca para contestarme pero al notar que voy a seguir hablando se calla y espera pacientemente— Me siento halagada, eres un chico...guapo, supongo, pero no estoy interesada en este momento.

— ¿Y qué momento es ese para que no puedas conocerme? No tengo nada malo lo prometo. Sólo quiero invitar a cenar a una chica guapa.

— No te voy a contar mi vida...perdona pero no sé cómo te llamas.

— Marco, encantado—  alarga su mano y vuelve a sonreírme, mientras se la estrecho.

— Ana. Y ahora que ya sabes mi nombre, por favor, no quiero ser maleducada pero...— le invito a marcharse con el movimiento de mis manos.

Cambia su gesto. Parece que le ha molestado pero tampoco me preocupa. Sólo quiero que se vaya para poder estar tranquila. Cuando pasa a mi lado, se agacha y me susurra en el oído:

— No se me olvida que te parezco guapo.

Me quedo rígida en mi asiento, mientras se aleja. Tomo aire porque mi enfado aumenta por momentos y entonces me doy cuenta de su olor. Tan, tan... masculino. ¿ He pensado masculino? Dios, estoy fatal. Aunque bueno, sin intentar justificarme y haciendo cuentas hace como dos meses que yo no... Bueno ya me entendéis.

@WattpadValeria (twitter)

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksWhere stories live. Discover now