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Hoy me he levantado con el tiempo justo. Buena manera de empezar el día, supongo. Abro el armario y busco algo que ponerme. Unos vaqueros, camiseta y jersey. Corro al baño y me peino. Miro la hora, las 8:45. Mierda, mierda. En cinco minutos pasa el bus, así que cojo el bolso y las llaves e intentando no caerme, bajo las escaleras de dos en dos. La parada del autobús está cerca del portal pero aún así tengo que correr cuando veo que  acaba de parar en la marquesina. Llego justo a tiempo, me siento y suelto un gran suspiro. ¡Lo he conseguido!

Viajar en autobús siempre me relaja y hoy lo necesito. Apoyo mi cabeza en el cristal frío y cierro los ojos. Inmediatamente la imagen de Juan aparece y esa cena, que no sabía ni cómo describirla...Aburrida, silenciosa, incómoda para mi, no sé si para él también lo fue. Quizás no, para Juan fue una cena y ya, punto. Pero yo tengo que buscar un problema en ello. Soy tonta por convertir una situación rutinaria en algo que me ahoga. Tengo una buena vida, un trabajo que me gusta, un novio que me quiere, una casa donde llegar después de un día agotador... Desde luego que estaría loca si me quejase. Pero entonces ¿por qué me siento así?

En el descanso del trabajo, voy a una máquina de café. Meto las monedas y, después de elegir uno con mucha leche y sin azúcar, espero pacientemente apoyándome en la máquina y cerrando los ojos.

— ¿No has dormido bien?

Abro los ojos y veo a mi pelirroja favorita mirándome con una gran sonrisa.

— Buenos días a ti también Mónica— la respondo cambiando mi expresión facial.

— No me contestaste — la miro con extrañeza porque no sé a qué se refiere—¿No has dormido bien? ¿Juan te ha tenido toda la noche despierta?— me repite  y alza las cejas repetidamente mientras una media sonrisa pícara se asoma a su boca.

— No seas tonta. Claro que no.

— ¿Y por qué es algo tan claro? En mi pueblo, cuando chico conoce chica, se enamoran locamente y se van a vivir juntos, pues... pasa lo que pasa, tú ya me entiendes.

— A ver— le digo, suspirando— eso ya lo sé. No hace falta que me lo expliques. ¿Tú qué tal?¿Cómo se llamaba el último? Mhhh.... déjame pensar — le digo mientras me toco la barbilla y miro hacia el techo mientras intento parecer que estoy realmente buscando en mi memoria, pero se me escapa una media sonrisa.

— No me hables de él— me contesta rápidamente Mónica.

— ¿Y esta vez qué tenía de malo? Si no recuerdo mal tus últimos ligues fueron rechazados por: tener un diente torcido, llevar un collar de oro muy grande, ponerse un chándal en vuestra primera cita..— empiezo a enumerar ayudándome con los dedos de mi mano.

No me deja acabar y me corta.

— Dicho así, Ana, parece que soy una persona horrible. Simplemente... esos detalles me demostraron que no íbamos a ser compatibles— y hace un pequeño mohín con sus labios que nos hace reír— Y en mi defensa diré que el último tenía un tic horrible.

— A ver ¿qué hacía que fuera tan horrible?

— ¿No me crees? Pues te lo voy a contar— se sonroja un poco y mira hacia ambos lados del pasillo antes de continuar mientras baja la voz— pues es que se rascaba... ya sabes.

La miro sin comprender nada. Me acerco un poco más a su cara para que me lo repita al oído. Tiene que ser algo realmente horrible.

— Joder Ana, a veces me pones mala. ¿No entiendes lo que te quiero decir?

Niego con la cabeza.

— Pues ahí...ya sabes...abajo— y la última palabra la dice en un susurro.

Tras un segundo de total silencio, viendo como Mónica me mira, lo comprendo todo. Y no puedo evitar soltar una carcajada.

—¿En serio?— consigo decir mientras recupero el aliento.

—Pues sí— me dice con cara de asco mientras recuerda al chico y su "tic"— Y no lo hizo una vez, ni dos. ¡No paraba de rascarse! Y lo peor es que no sé porqué lo hacía.

— A ver Mónica, pueden ser tantas las razones....

— Ni los menciones, que ya mi imaginación me dio algunas opciones. No quiero seguir hablando de... ¡No quiero ni nombrarlo! Vámonos, que tenemos muchas cosas que hace antes de irnos a casa.

La sigo por el pasillo mientras bebo el café y me río, porque estas cosas sólo le pueden pasar a ella.





El calor de la tarde me invade cuando salgo del laboratorio. Hace apenas unos días que ha empezado septiembre y las temperaturas de verano todavía hacen que sude en cuanto abandono el edificio climatizado.

Esta mañana, antes de marcharse a trabajar, Juan propuso ir esta noche al cine, cuando saliésemos de trabajar. Me sorprendió mucho su propuesta, más teniendo en cuenta lo mal que salió la cena de anoche.

He quedado con él en la puerta del cine dentro de media hora. Hemos elegido el más cercano a su empresa para que le de tiempo a llegar. Últimamente su trabajo se está volviendo más y más complejo, exigiéndole muchas horas que por supuesto no son remuneradas.

Yo tampoco estoy mucho mejor, pero al menos las horas extra que dedico a la tesis las elijo yo, nadie me las impone. Sin embargo, el jefe de Juan pide más y más sin tener en cuenta que tiene vida privada. Sólo espero que ese ascenso que le prometió hace medio año se acabe produciendo porque él se lo merece y trabaja muy duro para conseguirlo. Todo ello hace que esta noche, que vamos a pasar juntos haciendo algo que para cualquier otra pareja sería rutinario, me llene de alegría.

Me doy cuenta de que estoy nerviosa, como si fuese una primera cita o algo así. Es absurdo, lo sé. Desde el punto de vista objetivo llevamos juntos cuatro años y además dos de ellos conviviendo bajo el mismo techo, así que ir al cine con Juan no puede ponerme en este estado. Pero no puedo evitarlo, mi emoción por pasar tiempo juntos me puede y sonrío tontamente.

Mi móvil suena y un mensaje de mi hermana Jana aparece brillante en la pantalla. Quiere que quedemos este fin para tomar algo juntas y después cenar los cuatro. No me apetece mucho y pienso en qué contestarla. No es que me lleve mal con mi hermana pero su novio no me cae muy bien. Quizás es porque me parece demasiado perfecto, o eso deduzco de lo que me cuenta Jana. Además no sé si Juan podrá ir, así que la contesto diciendo que yo iré pero que no cuente con mi novio por ahora.

Acordé con Juan en que yo compraría las entradas, así que en cuanto llego me dirijo a las taquillas. Miro el reloj, quedan quince minutos. Me da tiempo a tomarme una cerveza mientras espero.

Me siento en una terraza y mientras bebo la bebida fría y como unos cacahuetes que me ha puesto el camarero en la mesa, escribo a Juan para decirle donde me encuentro. Veo que llega a su móvil mi mensaje pero no lo lee. Estará ultimando los detalles de algún proyecto.

Diez minutos después estoy en la puerta del cine de nuevo. Me paseo inquieta por la acera mientras veo pasar los números en el reloj. No puedo creerlo, no puede hacerme esto otra vez.

Le llamo por teléfono pero no contesta. Quedan dos minutos para que empiece la película y no voy a quedarme aquí fuera esperando como una idiota. Aguantando mi enfado, entro en el cine y cuando las luces se apagan todas las sensaciones me invaden: rabia por confiar en que hoy sí que iba a llegar a tiempo, tristeza por nuestra relación y pena de mi misma. Y quizás esta última sea la peor porque me hace sentir poca cosa, nada, una minusculez en su vida... y en la mía.

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें