37

20 4 1
                                    



Sentada en la cama como un indio, trabajo frenética en mi tesis. Desde que volví de las vacaciones de Navidad he empezado a hacer cientos de cosas y proyectos pero no he acabado ninguno, así que mi nivel de estrés está por las nubes.

En la habitación sólo se oye el ruido de las teclas y música suave que suelo reproducir cuando tengo que concentrarme.

Si pudiéseis asomaros y ver la pantalla de mi portátil, veríais unas treinta ventanas abiertas entre ellas el navegador, un procesador de textos, varias hojas de cálculo y algunas fotografías y gráficas de otras investigaciones en mi campo. Ahora mismo tengo la sensación de que no acabaré nunca.

Quiero tumbarme y relajarme unos minutos pero el mar de papel que me rodea me impide hacer cualquier movimiento brusco o tendré que volver a ordenarlos. La tesis me parece ahora mismo un objetivo inalcanzable.

Mi móvil empieza a sonar en algún lugar entre la marabunta de cosas que tapizan mi cama. Levanto un libro (no, aquí no), una pila de papeles (tampoco) y debo girarme un poco para encontrarlo medio escondido debajo de una carpeta clasificadora.

Creo que empiezo a hiperventilar. Cientos de ideas inconexas se agolpan en mi mente y no puedo atrapar ninguna. Pasan rápido por mi mente sin siquiera poder sopesar su naturaleza, buena o mala. Mientras observo la pantalla del móvil iluminada con su nombre, sin verla realmente, el aparato se queda en silencio, volviendo la pantalla a su negro habitual.

Me levanto y voy a la cocina, sabiendo por el ruido que han hecho, que varias cosas han caído al suelo, pero ahora mismo me siento anestesiada. Caliento leche en el microondas para tomarme un café y mientras observo como la taza gira en ese cacharro del infierno, no puedo dejar de pensar en la dichosa llamada. ¿Para qué me ha llamado? Pensé que todo había quedado aclarado y hablado en Nochevieja.

Juan siempre tuvo la capacidad para encontrar las palabras adecuadas en cada momento, sobre todo al principio de nuestra relación. De hecho, me conquistó con sus frases perfectas, con esos silencios que me decían todo. Y supongo que temo un poco que pueda manipularme, que sea débil y me deje llevar por sus palabras.

El microondas pita y echo un poco del líquido oscuro. Me apoyo en la encimera y bebo lentamente el líquido caliente. Me acuerdo de cómo Juan me dijo que le gustaba. Sus palabras quedaron marcadas en mi memoria y por mucho que pase el tiempo las recordaré siempre. "Eres maravillosa Ana, tu sonrisa, tus miradas, tu voz. Eres perfecta— hizo una pausa y me acarició la mejilla dejando su mano apoyada en mi piel— Eres perfecta para mí"

Suspiro sonoramente mientras doy otro sorbo al café. Fue único. Era mi media mitad, era todo.

— ¿A qué se debe ese suspiro?

Levanto mi mirada perdida en el azulejo de la pared y veo a Claudia apoyada en el marco de la puerta de la cocina.

— Y no me digas que nada Ana, porque llevas un rato mirando al infinito con cara de cordero degollado. ¿Qué pasa?

Me siento y giro la taza en mis manos. Claudia se sienta en la silla más cercana.

— Me estás asustando. Dime por favor. Sabes que puedes confiar en mí.

— Lo sé Claudia— levanto mi mirada y sonrío. O lo intento— Juan me ha llamado— suelto otro suspiro y meto mi cabeza entre mis brazos.

Noto la mano de Claudia en mi pelo mientras me acaricia suavemente.

— ¿Y qué te ha contado? ¿Algo malo? ¿Por eso estás así?

— No he contestado.

— Vale... entiendo— sé que no lo hace pero me reconforta saber que lo intenta— ¿Ha pasado algo que yo no sepa?— asiento. Su mano no ha dejado de jugar con mi pelo mientras piensa su siguiente pregunta— ¿Pasó algo en Navidades entre vosotros?

— No sé.

— ¿Cómo que no sabes? ¡Yo sí que no lo sé!

No entiendo muy bien porqué pero me río. Me pongo derecha en la silla y cogiendo la taza entre mis manos, intento aclarar mis ideas antes de contárselas a Claudia. La verdad es que yo misma he evitado pensar en aquella madrugada de Nochevieja. Me resulta incómodo rebuscar en mi propio recuerdo pero supongo que ahora es igual de bueno que cualquier otro para aclarar las ideas.

— Estuve en mi casa— Claudia frunce el ceño— Bueno, mi antigua casa.

–— ¿Has estado en su casa? ¿En serio Ana?— asiento— ¿Por eso estás así?

— ¿Así cómo?

— Así, mustia como una hoja de lechuga. No te he querido decir nada, pero has cambiado desde que volviste de las vacaciones.

— Estoy bien Claudia, de verdad— me mira escéptica y su gesto me hace suspirar— De verdad, créeme.

— ¿Entonces qué pasa?

— Aquella noche, Juan y yo estuvimos hablando durante horas.

— ¿Nada de sexo?

Joder con mi amiga. Después dicen que los hombres se pasan el día pensando en lo mismo.

— Nada de sexo— afirmo tajante antes de seguir hablando— Fue...extraño.

— ¿Extraño?

— Sí, éramos los de siempre y a la vez no— Claudia me da unos segundos para que me aclare la garganta que de repente se me ha secado— Joder ¡qué lío tengo en la cabeza!

— No me respondas si no quieres pero ¿tú aún le quieres?

Muevo ligeramente la cabeza, haciéndola saber que voy a contestar a su pregunta, pero necesito que me dé unos segundos para pensar cómo explicar lo que no he dicho en voz alta. Hasta ahora.

— No de la manera que debería para plantearme siquiera volver a estar juntos. Es más bien una sensación reconfortante ¿entiendes? Como un lugar familiar donde sabes que esperar en cada momento.

— Vale, hasta ahí lo entiendo más o menos ¿Pero entonces por qué no le has contestado al teléfono?

He ahí el meollo de la cuestión, lo doloroso, aquello a lo que no me atrevo a enfrentarme. Y verbalizarlo, decirlo en alto, lo va a hacer tangible, real. El café se enfría entre mis manos por lo que me levanto para volver a meter la taza en el microondas. El movimiento circular me hipnotiza de nuevo dejándome la mente en blanco.

— Ana, si no quieres no hace falta que me lo cuentes. Sólo recuerda que puedes contar conmigo para...

No la dejo acabar la frase porque se está haciendo una idea equivocada sobre mi silencio.

— No es eso Claudia. Yo...—me giro clavando mi mirada en esos ojos que me escrutan— Da miedo ¿vale?

Claudia sonríe ligeramente y en apenas un segundo se ha levantado rodeándome con sus brazos, abrazándome tan fuerte que me reconforta de tal manera que me emociona. El pitido del microondas rompe el momento.

— Siéntate. Te lo intentaré explicar lo mejor posible. Creo que me va a venir bien hablarlo contigo.

Claudia asiente mientras cojo la taza y vuelvo a tomar asiento, dispuesta a abrirme, a liberarme.

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksWhere stories live. Discover now