36

20 4 2
                                    





Nueve de la mañana. Estoy entrando como una ladrona en casa de mis padres. Las posibilidades de que alguien esté despierto son pocas pero por si acaso voy con los zapatos de la mano.

— Buenos días.

Doy un respingo y me giro para ver a mi padre con una taza de café humeante en su mano. Sus cejas levantadas me indican que debo dar alguna explicación, así que dando un suspiro dejo los zapatos en el suelo y le hago un gesto para que me siga hasta la cocina.

Me espera pacientemente mientras me sirvo una taza de café recién hecho. Cuando me giro para encararle, vuelve a hacer ese gesto para que hable.

— ¿Me estabas esperando?

— No. Me acabo de levantar. ¿Qué tal te lo has pasado?

Doy un sorbo a la bebida caliente y me doy cuenta que no voy a poder bebérmelo. Antes necesito dormir, por lo que dejo la taza disimuladamente en la encimera.

— Bien. Ha estado bien. Estoy muy cansada papá, me voy a dormir— no me apetece dar más explicaciones, así que me apresuro a darle un beso para ir a la habitación.

Cuando casi estoy cantando victoria oigo detrás de mí la pregunta del millón:

— ¿Has visto a Juan?

Le miro como si me hubiese pillado en una mentirijilla y afirmo suavemente con la cabeza.

— ¿Qué tal está?

— Bien— ser escueta es la mejor estrategia en este momento.

— Me alegro.

Me falta correr a la habitación. Cuando cierro la puerta a mi espalda suspiro aliviada. Me quito la ropa, me desmaquillo y por fin me meto entre las sábanas.

El descontrol de horas de sueño no creo que le venga muy bien a mi insomnio. Pero sorprendentemente estoy muy relajada. Y cerrando los ojos me dejo llevar por esta sensación.



El ruido de la persiana me hace abrir un ojo. Pero ha sido una mala idea porque por algún misterioso motivo la luz del techo está encendida y debo cerrarlo de nuevo.

— Arriba, que se te va juntar el día con la noche.

— ¡Mamá!

Noto que el colchón se hunde un poco y vuelvo a levantar los párpados. Y ahí está mi madre, mirándome como si no me hubiese visto un millón de veces.

— Cariño, son las ocho de la tarde y creo...

— ¿Las ocho?— ¿pero cuánto he dormido? Y lo más importante ¿cuánto hacía que no dormía tantas horas seguidas?

— Sí, las ocho. Así que tienes que levantarte. Jana te está esperando en el salón para despedirse de ti. Mañana tiene que trabajar así que no podrá acompañarnos al aeropuerto— sé que quiere decirme algo más, pero duda unos segundos— Ana...estoy muy contenta de que Jana y tú estéis bien otra vez. Tu padre y yo hemos estado muy preocupados y...

— Estamos en ello— le aclaro, porque no quiero que piense que entre nosotras todo son flores y purpurina— Pero no debéis preocuparos ¿vale?

— Sé que es una cosa entre vosotras dos pero no nos gusta ver a nuestras hijas enfadadas.

Me siento incómoda así que cierro los ojos para añadir mis últimas palabras:

— Lo entiendo mamá. Voy a poner todo de mi parte para que Jana y yo nos llevemos de nuevo bien.

Hace un sonido de satisfacción y sale de la habitación. Me desperezo mientras hago un repaso a mis músculos y estoy maravillada de lo bien que me han sentado más de diez horas de sueño. Para rematar esta sensación tan placentera, sólo necesito una ducha.

Quince minutos después entro en el salón arrastrando las zapatillas. Me he puesto el pijama más viejo y, a la vez, más cómodo que he encontrado en el armario: debe de tener por lo menos diez años y su color original hace muchas lavadoras que ha desaparecido.

— ¡Ya era hora de que aparezcas!— Jana me mira con cara de estar escandalizada pero una sonrisa se la escapa al repasar mi atuendo— ¿No tienes algún pijama más viejo? No sé, alguno que se haya puesto nuestra tatarabuela.

No tengo cuerpo para aguantar su ironía así que me doy la vuelta y voy a la cocina. No tengo mucha hambre pero creo que comer algo puede ayudar a que mi estómago deje de dar vueltas. Primera parada: el frigorífico. Nada interesante. Así que recurro al plan B: cereales.

— ¿Qué tal anoche?

La miro por encima de mi hombro. Jana está sentada en una silla, con el brazo cómodamente apoyado en la mesa, esperando a que le dé detalles. Nos llevamos mejor y estamos solucionando nuestros problemas, pero eso no la hace mi confidente.

— Bien.

— ¿Sólo bien? Por lo que me ha contado papá, has llegado a las nueve de la mañana, así que supongo que será algo mejor que bien ¿no?

Me meto una cucharada llena de bolitas azucaradas en la boca para que me dé tiempo a pensar una buena respuesta. Ella me mira expectante, así que antes de haber tragado la anterior cucharada al completo, meto otra media docena de cereales en la boca.

— ¡Ah no! ¡De eso nada!— antes de que me dé cuenta, me ha arrancado el bol de las manos— Primero me cuentas y después desayunas...o cenas.

Trago la masa azucarada y mis instintos asesinos con ella.

— La noche estuvo bien— como sé que no se va a conformar, añado— Interesante si lo prefieres.

— Sé que debido a nuestro último acuerdo no puedo meterme en tu vida pero...¡Joder Ana! No me lo pongas tan difícil. Dame algún detalle más, por favor.

Pone cara de corderillo degollado y me hace sonreír. Es la persona más cotilla que he conocido en mi vida y para mi gran suerte, me ha tocado como hermana.

— Todo bien, con el grupo mejor de lo que pensaba, excepto alguno que otro.

— ¿Te han dicho algo desagradable? ¿A quién hay que partirle las piernas?

Su cara fingida de asesina en serie me hace reír. Sé que es incapaz de tocarle un pelo a nadie.

— Tranquila, no me importa. No siempre podemos contentar a todo el mundo ¿no?

Mi última frase resuena en la cocina porque ha parecido que lo decía por ella. Jana aparta la mirada, dolida. Mi metedura de pata me hace volver a hablar con rapidez.

— Y vi a Juan.

¿En serio Ana? ¿Es lo mejor que se te podía ocurrir para aligerar el ambiente? Ella cambia su gesto, abriendo los ojos desmesuradamente, tan sorprendida como yo de que haya sacado su nombre a colación.

— ¿Y qué tal le has visto?

— Bien. Nos hemos puesto al día— sabiendo que mis palabras las puede malinterpretar me apresuro a seguir hablando— Está muy contento con el trabajo. Parece que por fin van a darle el lugar que se merece en la empresa.

— Algo me comentó.

— ¿Hablas con él?— mi asombro me ha hecho atropellarme con las palabras.

— Claro Ana. Vivimos en la misma ciudad ¿recuerdas?— asiento sin comprender cómo he podido dar por sentado que ellos no habían hablado— Ha estado hecho polvo— me dice apartando la mirada— Pero ahora le veo mejor.

Sus palabras me hieren por muchas razones. Juan se merece ser feliz, disfrutar de lo que ha conseguido con tanto ahínco. Pero también me duele porque parece que sólo él lo ha pasado mal. Así que las palabras que pronuncio a continuación, tienen el fin de conseguir que Jana se ponga en mi piel, aunque sea por un segundo.

— Yo también lo estuve.

Twitter: @Wattpadvaleria

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksWo Geschichten leben. Entdecke jetzt