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Volvemos a casa. Juan conduce en silencio y yo dejo mi mente en blanco. Ha sido una noche muy larga en la que apenas hemos hablado, sólo nos hemos abrazado, cada uno sumido en sus propios pensamientos, en sus ideas y en sus sentimientos. En algún momento, el abrazo era más fuerte a causa de una sensación más grande que necesitaba salir de algún modo.

Observo al hombre que va a mi lado. Su mirada es seria y está concentrado en la carretera, o eso parece. Vuelvo la vista a la ventanilla, por donde el paisaje cambia, dejando de ser boscoso, transformándose en campos cultivados.

— Hemos cambiado mucho.

La voz de Juan me saca de mis pensamientos.

— ¿Qué?— le he oído perfectamente pero necesito estos segundos para pensar en algo coherente que responderle.

— Pensaba... en que hemos cambiado mucho.

— Supongo— mierda de contestación. Me regaño a mi misma por no tener mejores reflejos.

No sé que mas decir. Pero esa simple frase resume el final, hemos cambiado, evolucionado, no sé si para mejor, y sin darnos cuenta hemos tomado caminos que bifurcaban en algún momento, alejándonos de tal manera que ahora estamos lejos el uno del otro.

El perfil de la ciudad aparece ante nosotros. Ya queda menos para llegar a nuestra casa, aunque creo que ya no la puedo considerar como tal.

— ¿Y ahora qué vamos a hacer?— me mira un segundo antes de volver la vista a la carretera.

— Creo que lo mejor es que me vaya yo. No puedo permitirme pagar el alquiler y tú sí. Hablaré con Mónica, a ver si puede hacerme un hueco, en lo que decido qué hacer.

— Veo que lo tienes todo pensado— me reprocha.

— Creo que es lo mejor para los dos, pero si tienes otra idea cuéntamela— su reproche me duele y contesto de la peor manera posible.

Veo como se contiene para no contestarme con el mismo tono de voz que yo he usado y se lo agradezco.

— Quédate en casa hasta que decidas donde vivir. No es necesario que te vayas Ana, creo que podemos llevar esta situación como personas civilizadas.

Un pequeño pellizco en el corazón, eso es lo que producen sus palabras en mí. Querernos y preocuparnos el uno por el otro es algo que nos sale sin querer, por la simple costumbre de hacerlo. Pero ya no se siente igual, ya no se me acelera el corazón cuando me toca, me mira o me habla. Ya no estoy enamorada.

— No creo que sea una buena idea— digo con la voz más dulce que encuentro— Es incómodo para los dos y lo más sano es que cada uno...

— Vale, ya lo he entendido— me corta secamente.


Cinco horas después tengo prácticamente todo metido en el coche. Sólo me quedan unos libros que tengo en la estantería del salón y algo de ropa en el armario que pondré en la última maleta. Cinco horas para recoger lo que queda de mi vida, de dos años de convivencia, de cuatro de relación. Pero todo no se guarda en cajas o maletas, algunas se quedan en mi memoria. Lo único que espero es que no pesen como piedras y que me permitan flotar.

Juan se ha marchado cuando he empezado a guardar mis cosas. No le culpo. Además para mí ha sido mejor así porque he podido llorar a gusto y os aseguro que no han sido pocas veces.

Cuando subo al piso por última vez, después de guardar los bultos en el asiento trasero porque en el maletero no me entra nada más, paseo por las distintas habitaciones despidiéndome de los recuerdos. Dejar tantas cosas atrás es aterrador pero quiero ser feliz, inmensamente feliz, como lo fui en su momento. He probado esa sensación, la he saboreado en cada uno de sus matices y su recuerdo hace que lo anhele, que mi deseo de volver a sentirlo sea más grande que yo misma.

Juan no ha vuelto, así que decido marcharme. Mónica me espera en su casa, ya que es domingo. Saco las llaves del piso de la anilla y las dejo encima de la mesa de la cocina, guardándome el llavero en la chaqueta. Antes de cerrar la puerta echo un último vistazo al pasillo. Es la última vez que cerraré esta puerta. Es extraño que cosas que hemos hecho miles de veces y se han convertido en algo cotidiano, cobren importancia cuando sabes que es la última vez que vas a hacerlas. Suspiro y tiro de ella hasta oír el chasquido que me indica que se ha cerrado.


Son las nueve de la noche y la habitación de invitados del piso de Mónica está inundada de cajas y maletas. No tengo ganas de desempaquetar. Mi amiga sólo me ha abrazado y me ha dejado sola, después de asegurarla que estaba bien dentro de lo que cabe.

Ahora toca lo difícil. Cojo las llaves del coche y conduzco durante media hora hasta la casa que conozco tan bien. Aparco en la entrada y después de apagar el motor, observo el jardín delantero y la fachada sin atreverme a salir. Tengo un miedo atroz y una lágrima sale de mi ojo que me limpio a toda velocidad con un manotazo.

La puerta de entrada se abre y una figura, que reconozco, me observa. Respiro hondo y tiro de la manilla de la puerta. Avanzo por el camino de grava, acelerando mis pasos y me tiro a los brazos del hombre más importantes de mi vida.

— ¡Papá!

Él me acoge en sus brazos, siempre tan protectores, y acaricia mi pelo como lo hacía cuando era una niña y me había hecho daño al caerme de la bicicleta.

— ¿Qué pasa cariño?

En ningún momento me suelta y su voz suave y masculina consigue que mi llanto disminuya, como siempre lo ha hecho, haciéndome sentir protegida, como si nada malo pudiese tocarme y dejar alguna huella en mí.

— ¿Quién es...?

La voz de mi madre hace que levante mi cabeza, y entrando en la casa me acerco a ella que observa mi cara húmeda por las lágrimas y mis ojos enrojecidos. Deja el libro que tiene entre las manos en el mueble que tiene a su lado y abre sus brazos para acogerme. Su gesto hace que vuelva a llorar y mientras mi madre acaricia mi espalda, mi padre se dirige a la cocina, a hacer un té, como siempre que tenemos que hablar algo importante.

Sin soltar mi mano me lleva al salón y me siento a su lado en el sofá. Tapo mi cara con las manos y suelto todo, mis miedos, las incertidumbres, el dolor y la rabia. Mi madre pasa su mano por mi espalda y acaricia mi sudadera sabiendo que debe dejarme soltar todo antes de hablar. Oigo el ruido de la bandeja en la mesa del salón y mi padre se sienta a mi lado en silencio. Seco mis lágrimas y me limpio la nariz.

— Lo siento— susurro.

— Cariño, cuéntanos que pasa— me dice mi madre dulcemente.

Mi padre me acerca una taza y bebo de ella para hacer tiempo. Tengo que contárselo pero no sé ni por dónde empezar.

— ¿Estás más tranquila?— pregunta mi padre.

Asiento mientras cojo aire por la boca para regular mi respiración. Allá voy.

— Juan y yo... ya no estamos juntos.

Twitter: @WattpadValeria

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksWhere stories live. Discover now