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— Vaya noche...

— Desde luego. Hacía mucho que no salía.

— ¿Sí? ¿Y eso?

Marco me acompaña a casa después de la fiesta en el piso de Carmen. Algún vecino llamó a la policía. Por lo visto hacíamos demasiado ruido, así que nos han desalojado, otra vez, y nos dirigimos a mi edificio. Claudia, cómo no, se ha marchado con Manu.

— Circunstancias— le respondo de manera vaga.

Caminamos en silencio por las calles desiertas. Debe ser bastante tarde pero no sé muy bien que hora es ya que me he dejado el móvil en casa y no llevo reloj de pulsera desde que tenía quince años. Rarezas mías.

Estoy realmente cansada y un bostezo sale de mi boca sin poder evitarlo. Intento hacerlo de la manera más educada posible pero Marco me mira sonriendo divertido ante mi lucha intentando evitar que salga ningún ruido, cosa que no consigo.

— Noche larga ¿eh?

— Estoy muy cansada. Esta semana he tenido mucho trabajo y apenas he dormido seis horas.

— No pensé que en la universidad os hiciesen trabajar tantas horas.

— Nadie me obliga. Pero tenía un estudio a medias y algunas placas de Petri en el incubador y...

— ¿Placas de qué?

— De Petri. ¿No hiciste Biología en el instituto?

— ¡No me hables de esa asignatura porque la odiaba!

— ¡Imposible!

— ¿Eras buena en todas las asignaturas? ¡Seguro que eras una empollona!

— Me gusta estudiar— me defiendo— Apuesto a que tú no fuiste buen estudiante.

Mi desafío provoca una sonrisa malévola en su cara.

— ¿Eso crees?— su voz altiva hace que me pare para mantenerle la mirada. Sus ojos oscuros se clavan en los míos y no puedo evitar pensar en lo bonitos que son— Pues para tu información fui a la universidad.

Mi asombro debe de verse en mi expresión facial porque empieza a reírse provocando que me sonroje ante mi manera de prejuzgarle. Antes de poder disculparme, Marco sigue contándome mientras volvemos a andar.

— Estudié Empresariales y estuve trabajando para una multinacional. Pero no era lo mío. Sólo vivía para trabajar y decidí ahorrar para abrir mi propio negocio.

— La cafetería.

— Exacto. El día que me despedí fue uno de los mejores de mi vida.

Su afirmación hace que le mire de otra forma. Es valiente. Mucho, de hecho. Yo no sé si hubiese sido capaz de dejar un trabajo bien remunerado para lanzarme a la aventura de emprender. Debe de haber una razón fuerte y poderosa para dar ese salto al vacío, ya que tener tu propio negocio te hace estar muy solo. Si todo sale bien las mieles del éxito son sólo para ti, y si fracasas...también.

— ¿Y desde cuándo tienes la cafetería?

— Cuatro años.

— ¿Y va bien?— me doy cuenta de que no es una pregunta apropiada e intento rápidamente corregirme— Quiero decir, ¿te gusta lo que estás haciendo?

— No te preocupes, te he entendido. El negocio va bien, no me puedo quejar de los ingresos.

Su respuesta hace que me vuelva a avergonzar de mí misma. Quiero llegar rápido a mi casa antes de que vuelva a meter la pata, así que acelero el paso. Marco se acomoda a la velocidad y el silencio vuelve a instaurarse entre nosostros hasta que veo mi edificio al final de la calle.

— Ya llegamos. Muchas gracias por acompañarme pero ya puedo ir yo sola. Mi piso está en ese edificio— le digo mientras alzo mi mano para señalar el bloque de apartamentos que se eleva al final de la calle.

— No me importa acompañarte hasta el portal.

Me muerdo la lengua para no insistir en que no es necesario, que no tengo diez años y que soy lo suficientemente adulta como para llegar sana y salva hasta mi cama. Pero decido no discutir más con él, así que me mantengo en silencio hasta llegar a la puerta.

— Ahora sí. Gracias de nuevo.

— No hay de que— me sonríe de una manera tan encantadora que no puedo evitar contagiarme por su gesto.

Le miro durante unos segundos recorriendo su cara, fijándome en los pequeños detalles que no había visto antes, como un pequeño lunar que tiene debajo del ojo izquierdo o sus patillas finamente recortadas. Su piel bronceada naturalmente me invita a tocarla para poder confirmar lo que parece, suave y cálida. Pero no puedo hacerlo. No debo hacerlo.

Me noto el corazón acelerado y mi respiración irregular por mis pensamientos inconexos, aunque todos ellos tengan un hilo conductor, la lujuria. Me imagino recorriendo con la yema de mis dedos la curvatura de su mandíbula, donde se intuye una sombra de barba de apenas un par de días; o recorrer su cabeza enterrando mis dedos en el nacimiento del pelo y dejando pasar las hebras hasta llegar a la nuca, donde me apetece asir fuertemente algún mechón en mi puño. Pero no puedo hacerlo. No debo hacerlo.

Cuando llego a sus ojos, ésos que ya me parecieron hermosos cuando los fijó en mí en algún momento de la noche, me doy cuenta de que Marco está haciendo exactamente lo mismo, lo que provoca un estremecimiento en todo mi cuerpo, imaginándome sus pensamientos, queriendo ser deseada. Pero no puedo hacerlo. No debo hacerlo.

Así que corto nuestro cruce de miradas y decido acabar en ese momento con esa conexión que ha despertado partes de mi cuerpo que anhelan ser tocadas y besadas.

— Buenas noches.

— Buenas noches Ana. Espero verte pronto.

Se acerca y me da un beso en la mejilla dejándome su olor en la piel. Uno que me acompaña en mi camino hasta mi cama.

Twitter: @WattpadValeria

A mitad de camino   (STAND BY) #BestBooksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora